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Seguro vé, que antes verás mi muerte Que tú me cobres ni á tus manos hayas. ALBANIO.

¡Ah, ninfa desleal! Y ¿desa suerte Se guarda el juramento que me diste? ¡Oh condicion de vida dura y fuerte!

Oh falso amor, de nuevo me hiciste Revivir con un poco de esperanza! Oh modo de matar penoso y triste!

Oh muerte llena de mortal tardanza! Podré por ti llamar injusto el cielo, Injusta su medida y su balanza.

Recibe tú, terreno y duro suelo, Este rebelde cuerpo, que detiene Del alma el expedido y presto vuelo (40). Yo me daré la muerte, y aun si viene Alguno á resistirme... ¿A resistirme? El verá que á sa vida no conviene.

¿No puedo yo morir, no puedo irme Por aquí, por allí, por do quisiere, Desnudo espirtu ó carne y hueso firme?

SALICIO.

Escucha, que algun mal hacerse quiere, O cierto tiene trastornado el seso.

ALBANIO.

Aquí tuviese yo quien mal me quiere.
Descargado me siento de un gran peso ;
Paréceme que vuelo, despreciando
Monte, choza, ganado, leche y queso.

¿No son aquestos piés? Con ellos ando. Ya caigo en ello, el cuerpo se me ha ido; Solo el espirtu es este que hora mando.

Hale hurtado alguno ó escondido Mientras mirando estaba yo otra cosa? ¿O si quedó por caso alli dormido? Una figura de color de rosa

(59) Azara dice buscalle.

(40) Del alma el expedido y leve vuelo.-Texto de Herrera.

Estaba allí durmiendo; ; si es aquella

Mi cuerpo? No, que aquella es muy hermosa.

NEMOROSO.

Gentil cabeza; no daria por ella Yo para mi traer solo un cornado.

ALBANIO.

¿A quién iré del hurto á dar querella?

SALICIO.

Extraño ejemplo es ver en qué ha parado Este gentil mancebo, Nemoroso, Y á nosotros que le hemos mas tratado. Manso, cuerdo, agradable, virtuoso, Sufrido, conversable, buen amigo, Y con un alto ingenio gran reposo (41).

ALBANIO.

Yo podré poco, ó hallaré testigo

De quien hurtó mi cuerpo; aunque esté ausente, Yo le perseguiré como enemigo.

¿Sabrásme decir dél, mi clara fuente? Dimelo, si lo sabes; así Febo

Nunca tus frescas ondas escaliente.

Allá dentro en lo hondo está un mancebo (42) De laurel coronado, y en la mano

Un palo propio, como yo, de acebo.

Hola, ¿quién está alla? Responde, hermano. ¡Válame Dios! O tú eres sordo ó mudo, O enemigo mortal del trato humano.

Espirtu soy, de carne ya desnudo,
Que busco el cuerpo mio, que me ha hurtado
Algun ladron malvado, injusto y crudo.

Callar que callarás. ¿Hasme escuchado?
¡Oh santo Dios! Mi cuerpo mismo veo,
O yo tengo el sentido trastornado.
¡Oh cuerpo! Hete hallado, y no lo creo;
Tanto sin ti me hallo descontento.
Pon fin á tu destierro y mi deseo (43).

NEMOROSO.

Sospecho que el contino pensamiento Que tuvo de morir antes de agora, Le representa aqueste apartamiento.

SALICIO.

Como del que velando siempre llora, Quedan durmiendo las especies llenas Del dolor que en el alma triste mora.

ALBANIO.

Si no estás en cadenas, sal ya fuera A darme verdadera forma de hombre, Que agora solo el nombre me ha quedado. Y si allá estás forzado en ese suelo (44), Dímelo; que si al cielo que me oyere, Con quejas no moviere y llanto tierno, Convocaré el infierno y reino escuro, Y romperé su muro de diamante, Como hizo el amante blandamente Por la consorte ausente, que cantando Estuvo halagando las culebras

De las hermanas negras mal peinadas (45).

NEMOROSO.

¡De cuán desvariadas opiniones Šaca buenas razones el cuitado!

SALICIO.

El curso acostumbrado del ingenio,
Aunque le falte el genio que lo mueva,
Con la fuga que lleva, corre un poco ;

Y aunque este está hora loco, no por eso (46)

(41) Así Herrera y Tamayo; Azara pone: con un grato ingenio. (42) En lo fondo, dice Herrera.

(43) Pon fin ya á tu destierro y mi deseo.-Texto de Herrera. (44) Y si no estás forzado en ese suelo.-Id.

(45) Negras no es consonante de culebras.

(46) Sigo á Herrera y Tamayo, si bien Azara pone con mas elegancia :

Y aunque está agora loco, no por eso.

Ha de dar al travieso su sentido,
En todo habiendo sido cual tú sabes.

NEMOROSO.

No mas, no me le alabes, qué por cierto, De vello como muerto estoy llorando. ́

ALBANIO.

Estaba contemplando qué tormento
Es este apartamiento. A lo que pienso
No nos aparta inmenso mar airado,
No torres de fosado rodeadas,
No montañas cerradas y sin via,
No ajena compañía, dulce y cara;
Un poco de agua clara nos detiene;

Por ella no conviene lo que entramos (47)
Con ansia deseamos; porque al punto
Que á tí me acerco y junto, no te apartas;
Antes nunca te hartas de mirarme,
Y de sinificarme en tu meneo
Que tienes gran deseo de juntarte
Con esta media parte. Daca, hermano,
Echame acá esa mano, y como buenos
Amigos á lo menos nos juntemos,
Y aquí nos abracemos. Ah ¿burlaste?
¿Así te me escapaste? Yo te digo
Que no es obra de amigo hacer eso.
Quedo yo, don Travieso, remojado,
tú estás enojado? ¡Cuán apriesa
Mueves ¿qué cosa es esa? tu figura!
Aun esa desventura me quedaba?
Ya yo me consolaba en ver serena
Tu imágen, y tan buena y amorosa.
No hay bien ni alegre cosa ya que dure.

NEMOROSO.

A lo menos que cure tu cabeza.

SALICIO.

Salgamos, que ya empieza un furor nuevo.

ALBANIO.

¡Oh Dios! ¿por qué no pruebo á echarme dentro Hasta llegar al centro de la fuente?

SALICIO.

¿Qué es esto, Albanio? Tente.

ALBANIO.

Oh manifiesto

Ladron! Mas ¿qué es aquesto? Y ¿es muy bueno
Vestiros de lo ajeno, y ante el dueño,
Como si fuese un leño sin sentido,
Venir muy revestido de mi carne?

Yo haré que descarne esa alma osada
Aquesta mano airada.

SALICIO.

Estáte quedo (48). —

NEMOROSO.

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Llega tú, que no puedo detenelle.

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SALICIO.

Calla, escucha.

ALBANIO.

Negra fué aquella lucha que contigo Hice, que tal castigo dan tus manos. ¿No éramos como hermanos de primero?

NEMOROSO.

Albanio, compañero, calla agora,

Y duerme aqui algun hora, y no te muevas.

ALBANIO.

¿Sabes algunas nuevas de mí?

SALICIO.

Loco.

(81) Hago no es consonante de cabo.

(52) Aferra, Nemoroso, tenle fuerte.-Texto de Herrera.

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Escucha pues un poco lo que digo;
Contaréte una extraña y nueva cosa,
De que yo fuí la parte y el testigo.

En la ribera verde y deleitosa
Del sacro Tórmes, dulce y claro rio,
Hay una vega grande y espaciosa,
Verde en el medio del invierno frio,
En el otoño verde y primavera,
Verde en la fuerza del ardiente estío.
Levántase al fin della una ladera
Con proporcion graciosa en el altura,
Que sojuzga la vega y la ribera.

Alli está sobrepuesta la espesura
De las hermosas torres, levantadas.
Al cielo con extraña hermosura.

No tanto por la fábrica estimadas,
Aunque extraña labor allí se vea,
Cuanto por sus señores ensalzadas.
Allí se balla lo que se desea :
Virtud, linaje, haber y todo cuanto
Bien de natura ó de fortuna sea.

Un hombre mora allí de ingenio tanto,
Que toda la ribera adonde él vino
Nunca se barta de escuchar su canto.

Nacido fué en el campo placentino,
Que con estrago y destruicion romana
En el antiguo tiempo fué sanguino;

Y en este, con la propia, la inhumana
Furia infernal, por otro nombre guerra,
Lo tiñe, lo arruina y lo profana (53).

Él, viendo aquesto, abandonó su tierra,
Por ser mas del reposo compañero
Que de la patria que el furor atierra.

Llevole á aquella parte el buen agüero
De aquella tierra de Alba tan nombrada,
Que este es el nombre della, y dél Severo (54).
A aqueste Febo no le escondió nada;
Antes de piedras, yerbas y animales
Diz que le fué noticia entera dada.
Este, cuando le place, á los caudales
Rios el curso presuroso enfrena
Con fuerza de palabras y señales.

La negra tempestad en muy serena
Y clara luz convierte, y aquel dia,
Si quiere revolvello, el mundo atruena.
La luna de allá arriba bajaria
Si al son de las palabras no impidiese
El son del carro que la mueve y guia.
Temo que si decirte presumiese
De su saber la fuerza con loores (55),
Que en lugar de alaballe, le ofendiese.
Mas no te callaré que los amores
Con un tan eficaz remedio cura,

(63) Así Herrera; otros dicen lo ruina.

(54) Nombre del maestro del duque de Alba Fernando.

(55) De su saber su fuersa con loores, dicen Tamayo y Azara, Sigo á Herrera.

Cual sé conviene å tristes amadores.

En un punto remueve la tristura,
Convierte en odio aquel amor insano,
Y restituye el alma á su natura.

No te sabré decir, Salicio hermano,
La órden de mi cura y la manera;
Mas sé que me partí dél libre y sano.

Acuérdaseme bien que en la ribera
De Tórmes le hallé solo cantando,
Tan dulce, que una piedra enterneciera.
Como cerca me vido, adevinando
La causa y la razon de mi venida,
Suspenso un rato estuvo allí callando;
Y luego con voz clara y expedida
Soltó la rienda al verso numeroso
En alabanzas de la libre vida.

Yo estaba embebecido y vergonzoso, Atento al son, y viéndome del todo Fuera de libertad y de reposo,

No sé decir sino que en fin de modo Aplicó á mi dolor la medicina, Que el mal desarraigó de todo en todo. Quedé yo entonces como quien camina De noche por caminos enriscados, Sin ver dónde la senda ó paso inclina,

Que venida la luz, y contemplados, Del peligro pasado nace un miedo, Que deja los cabellos erizados.

Así estaba mirando atento y quedo
Aquel peligro yo que atrás dejaba,
Que nunca sin temor pensallo puedo.

Tras esto luego se me presentaba,
Sin antojos delante, la vileza
De lo que antes ardiendo deseaba.

Así curó mi mal con tal destreza
El sabio viejo, como te he contado,
Que volvió el alma á su naturaleza,
Y soltó el corazon aherrojado.

SALICIO.

¡Oh gran saber! Oh viejo fructuoso! Que el perdido reposo al alma vuelve, Y lo que la revuelve y lleva á tierra Del corazon destierra incontinente. Con esto solamente que contaste, Así lo reputaste acá conmigo, Que sin otro testigo, á desealle Ver presente y hablalle me levantas.

NEMOROSO.

¿Desto poco te espantas tú, Salicio? De mas te daré indicio manifiesto, Si no te soy molesto y enojoso.

SALICIO.

¿Qué es esto, Nemoroso, y qué cosa Puede ser tan sabrosa en otra parte A mí, como escucharte? No la siento, Cuanto mas este cuento de Severo; Dimelo por entero, por tu vida, Pues no hay quien nos impida ni embarace. Nuestro ganado pace, el viento espira, Filomena sospira en dulce canto, Y en amoroso llanto se amancilla; Gime la tortolilla sobre el olmo, Preséntanos á colmo el prado flores, Y esmalta en mil colores su verdura ; La fuente clara y pura murmurando Nos está convidando á dulce tralo.

NEMOROSO.

Escucha pues un rato, y diré cosas
Extrañas y espantosas poco a poco.
á
Ninfas, à vos invoco; verdes faunos (56),
Sátiros y silvanos, soltad todos

Mi lengua en dulces modos y sutiles;
Que ni los pastoriles ni el avena
Ni la zampoña suena como quiero.
Este nuestro Severo pudo tanto
Con el suave canto y dulce lira,
Que, revueltos en ira y torbellino,

(36) Faunos no es consonante de silvanos.

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En medio del camino se pararon
Los vientos, y escucharon muy atentos
La voz y los acentos, muy bastantes
A que los repunantes y contrarios
Se hiciesen voluntarios y conformes.
A aqueste el viejo Tórmes como á hijo
Lo metió al escondrijo de su fuente,
De do va su corriente comenzada,
Mostróle una labrada y cristalina
Urna, donde él reclina el diestro lado;
Y en ella vió entallado y esculpido

Lo que antes de haber sido, el sacro viejo
Por divino consejo puso en arte,
Labrando á cada parte las extrañas
Virtudes y hazañas de los hombres
Que con sus claros nombres ilustraron
Cuanto señorearon de aquel rio.

Estaba con un brio desdeñoso,
Con pecho corajoso, aquel valiente

Que contra un rey potente y de gran seso (57),
Quel viejo padre preso le tenia,

Cruda guerra movia, despertando

Su ilustre y claro bando al ejercicio

De aquel piadoso oficio. A aqueste junto
La gran labor al punto señalaba

Al hijo, que mostraba acá en la tierra (58)

Ser otro Marte en guerra, en corte Febo.
Mostrábase mancebo en las señales

Del rostro, que eran tales, que esperanza

Y cierta confianza claro daban

A cuantos le miraban, que él seria
En quien se informaria un sér divino.
Al campo sarracino en tiernos años (59)
Daba con graves daños á sentillo;
Que, como fué caudillo del cristiano,
Ejercitó la mano y el maduro
Seso y aquel seguro y firme pecho.

En otra parte, hecho ya mas hombre (60),
Con mas ilustre nombre los arneses
De los fieros franceses abollaba.
Junto tras esto estaba figurado

Con el arnés manchado de otra sangre (61),
Sosteniendo la hambre en el asedio,
Siendo él solo remedio del combate,
Que con fiero rebate y con ruido
Por el muro batido le ofrecian.
Tautos, al fin, morian por su espada,
A tantos la jornada puso espanto,
Que no hay labor que tanto notifique
Cuánto el fiero Fadrique de Toledo
Puso terror y miedo al enemigo.

Tras aqueste que digo se veia

El hijo don García, que en el mundo (62)
Sin par y sin segundo solo fuera,
Si hijo no tuviera. ¿Quién mirara
De su hermosa cara el rayo ardiente,
Quién su resplandeciente y clara vista,
Que no diera por vista su grandeza?
Estaban de crueza fiera armadas
Las tres inicuas hadas, cruda guerra
Haciendo allí á la tierra con quitalle
Este, que en alcanzalle fué dichosa.
¡Oh patria lagrimosa, y cómo vuelves (63)
Los ojos á los Gelves, sospirando!
El está ejercitando el duro oficio,

Y con tal artificio la pintura
Mostraba su figura, que dijeras,
Si pintado le vieras, que hablaba.

(57) Azara dice en este lugar: «El rey don Juan II puso preso á don Fernando Alvarez de Toledo, conde de Alba; y su hijo don Garcia, que despues fué primer duque de Alba, le hizo mucha guerra desde Piedrahita y demás fortalezas de su padre, procurando su libertad; pero no la pudo conseguir hasta muerto el rey don Juan, que su hijo don Enrique le soltó voluntariamente.. (58) Don Fadrique de Toledo, duque segundo de Alba. (59) Fué general de los cristianos en la frontera de Granada durante sus mocedades.

(60) En la guerra de Navarra.

(61) Sangre no es consonante de hambre.

(62) Don García de Toledo, padre de don Fernando, el gran duque.

(63) Rota de los Gelves, en la cual pereció don García.

El arena quemaba, el sol ardia,
La gente se caia medio muerta;
El solo con despierta vigilanza
Dañaba la tardanza floja, inerte,
Y alababa la muerte gloriosa.
Luego la polvorosa muchedumbre
Gritando á su costumbre le cercaba;
Mas él, que se llegaba al fiero mozo,
Llevaba con destrozo y con tormento
Del loco atrevimiento el justo pago.
Unos en bruto lago de su sangre (64),
Cortado ya el estambre de la vida,
La cabeza partida revolcaban;
Otros claro mostraban espirando,
De fuera palpitando las entrañas,
Por las fieras y extrañas cuchilladas
De aquella mano dadas. Mas el hado
Acerbo, triste, airado, fué venido;
Y al fin él, confundido de alboroto,
Atravesado y roto de mil hierros,
Pidiendo de sus yerros vénia al cielo,
Puso en el duro suelo la hermosa
Cara, como la rosa matutina,
Cuando ya el sol declina al mediodía,
Que pierde su alegría, y marchitando
Va la color mudando; o en el campo (63)
Cual queda el lirio blanco, que el arado
Crudamente cortado al pasar deja,
Del cual aun no se aleja presuroso
Aquel color hermoso, ó se destierra;
Mas ya la madre tierra, descuidada,
No le administra nada de su aliento,
Que era el susténtamiento y vigor suyo;
Tal está el rostro tuyo en el arena,
Fresca rosa, azucena blanca y pura.

Tras esto una pintura extraña tira (66)
Los ojos de quien mira, y los detiene
Tanto, que no conviene mirar cosa
Extraña ni hermosa, sino aquella.
De vestidura bella allí vestidas
Las gracias esculpidas se veian;
Solamente traian un delgado
Velo, que el delicado cuerpo viste,
Mas tal, que no resiste á nuestra vista.
Su diligencia en vista demostraban;
Todas tres ayudaban en una hora
A una muy gran señora que paria.
Un infante se via ya nacido,

Tal, cual jamás salido de otro parto,
Del primer siglo al cuarto vió là luna.
En la pequeña cuna se leia

Un nombre que decia don Fernando.
Bajaban, dél hablando, de dos cumbres
Aquellas nueve lumbres de la vida;
Con ligera corrida iba con ellas,
Cual luna con estrellas, el mancebo
Intonso y rubio Febo; y en llegando,
Por órden abrazando todas fueron
Al niño, que tuvieron luengamente.
Vido cómo presente de otra parte (67)
Mercurio estaba, y Marte cauto y fiero,
Viendo el gran caballero, que encogido
En el recién nacido cuerpo estaba.
Entonces lugar daba mesurado
A Vénus, que á su lado estaba puesta.
Ella con mano presta y abundante
ay
Néctar sobre el infante desparcia;
Mas Febo la desvia de aquel tierno
Niño, y daba el gobierno á sus hermanas.
Del cargo están ufanas todas nueve.
El tiempo el paso mueve, el niño crece,
Y en tierna edad florece, y se levanta
Como felice planta en buen terreno.
Ya sin preceto ajeno daba tales

De su ingenio señales, que espantaban
A los que le criaban. Luego estaba
Cómo una le entregaba á un gran maestro,

(64) Sangre no es consonante de estambre.
(65) Campo no es consonante de blanco.
(66) Así Herrera; otros dicen esta.
(67) Herrera pone:

Viste cómo presente de otra parte.

Que con ingenio diestro y vida honesta
Hiciese manifiesta al mundo y clara
Aquella ánima rara que allí via.
Al niño recebia con respeto
Un viejo, en cuyo aspeto se via junto
Severidad á un punto con dulzura.
Quedó desta figura como belado
Severo, y espantado viendo al viejo,
Que, como si en espejo se mirara,
En cuerpo, edad y cara eran conformes.
En esto, el rostro á Tórmes revolviendo,
Vió que estaba riendo de su espanto.
¿De qué te espantas tanto? dijo el rio.
¿No basta el saber mio á que primero
Que naciese Severo, yo supiese

Que habia de ser quien diese la doctrina
Al ánima divina deste mozo?»
El, lleno de alborozo y de alegría,
Sus ojos mantenia de pintura.

Miraba otra figura de un mancebo,
El cual venia con Febo mano á mano,
Al modo cortesano. En su manera,
Juzgáralo cualquiera, viendo el gesto
Lleno de un sabio, honesto y dulce afeto,
Por un hombre perfeto en la alta parte
De la dificil arte cortesana,
Maestra de la humana y dulce vida.
Luego fué conocida de Severo
La imágen por entero fácilmente
Deste que allí presente era pintado.

Vió que era el que habia dado á don Fernando,

Su ánimo formando en luenga usanza,
El trato, la crianza y gentileza,

La dulzura y llaneză acomodada,
La virtud apartada y generosa (68),
Y en fin, cualquiera cosa que se via
En la cortesanía, de que lleno
Fernando tuvo el seno y bastecido.
Despues de conocido, leyó el nombre
Severo de aqueste hombre, que se llama
Boscan, de cuya llama clara y pura
Sale el fuego que apura sus escritos,
Que en siglos infinitos tendrán vida (69).
De algo mas crecida edad miraba
Al niño que escuchaba sus consejos,
Luego los aparejos ya de Marte
Estotro puesto aparte le traia.
Así les convenia á todos ellos,
Que no pudiera dellos dar noticia
A otro là milicia en muchos años.
Obraba los engaños de la lucha ;
La maña y fuerza mucha y ejercicio
Con el robusto oficio está mezclando.
Alli con rostro blando y amoroso
Vénus aquel hermoso mozo mira,
Y luego le retira por un rato

De aquel áspero trato y son de hierro.
Mostrábale ser yerro y ser mal hecho
Armar contino el pecho de dureza,
No dando á la terneza alguna puerta.
Entrada en una huerta, con él siendo,
Una ninfa durmiendo le mostraba.
El mozo la miraba, y juntamente
De súbito acidente acometido,
Estaba embebecido, y á la diosa,
Que á la ninfa hermosa se allegase
Mostraba que rogase, y parecia
Que la diosa temia de llegarse.
El no podia hartarse de miralla,
Eternamente amalla proponiendo (70).
Luego venia corriendo Marte airado,
Mostrándose alterado en la persona,
Y daba una corona á don Fernando;
Y estábale mostrando un caballero
Que con semblante fiero amenazaba
Al mozo que quitaba el nombre à todos.
Con atentados modos se movia

Contra el que le atendia (71) en una puente

(68) Ast Herrera; otros omiten la y.

(69) Asi Herrera; otros ponen ternân.

(70) Azara pone prometiendo.

(71) El mismo dice: Don Fernando riñó una noche en el puente P.XVI-I,

Mostraba claramente la pintura
Que acaso noche escura entonces era.
De la batalla fiera era testigo
Marte, que al enemigo condenaba
Y al mozo coronaba en el fin della;
El cual como la estrella relumbrante
Que el sol envia delante, resplandece.
De alli su nombre crece, y se derrama
Su valerosa fama á todas partes.

Luego con nuevas artes se convierte
A hurtar á la muerte y á su abismo
Gran parte de sí mismo y quedar vivo
Cuando el vulgo cautivo le llorare,
Y muerto le llamare con deseo.
Estaba el Himeneo allí pintado,

El diestro pié calzado en lazos de oro (72).
De virgenes un coro está cantando,
Partidas alternando y respondiendo,
Y en un lecho poniendo una doncella,
Que quien atento aquella bien mirase,
Y bien la cotejase en su sentido
Con la que el mozo vido allá en la huerta,
Verá que la despierta y la dormida
Por una es conocida de presente.
Mostraba juntamente ser señora
Digna y merecedora de tal hombre.
El almohada el nombre contenia,
El cual doña María Enriquez era.
Apenas tienen fuera á don Fernando,
Ardiendo y deseando estar ya echado.
Al fin era dejado con su esposa,
Dulce, pura, hermosa, sabia, honesta.

En un pié estaba puesta la fortuna,
Nunca estable ni una, que llamaba
A Fernando, que estaba en vida ociosa,
Que por dificultosa y ardua via
Quisiera ser su guia y ser primera;
Mas él por compañera toma aquella,
Siguiendo á la que es bella descubierta,
Y juzgada cubierta por disforme:
El nombre era conforme à aquesta fama:
Virtud esta se llama, al mundo rara.

¿Quién tras ella guiara igual en curso, Sino este, que el discurso de su lumbre Forzaba la costumbre de sus años, No recibiendo engaños sus deseos? Los montes Pirineos (que se estima. De abajo que la cima está en el cielo, Y desde arriba el suelo en el infierno) En medio del invierno atravesaba. La nieve blanqueaba, y las corrientes Por debajo de puentes cristalinas Y por heladas minas van calladas. El aire las cargadas ramas mueve, Que el peso de la nieve las desgaja. Por aquí se trabaja el Duque osado, Del tiempo contrastado y de la via, Con clara compañía de ir delante. El trabajo constante y tan loable Por la Francia mudable en fin le lleva, La fama en él renueva la presteza; La cual con ligereza iba volando, Y con el gran Fernando se paraba, Yle significaba en modo y gesto Que el caminar muy presto convena. De todos escogia el Duque uno, Y entrambos de consuno cabalgaban; Los caballos mudaban fatigados; Mas á la fin llegados á los muros Del gran Paris seguros, la dolencia, Con su débil presencia y amarilla, Bajaba de la silla al Duque sano,

de San Pablo de Burgos con otro caballero, que se habia pleado por una zumba que le dijo delante de una señora á quien ambos servian. Despues de la pendencia se hicieron amigos, prometiéndose guardar secreto el lance; pero aquella noche se descubrió en palacio, porque al partir trocaron las capas, y la del contrario de don Fernando tenia la cruz de Santiago..

(72) El Brocense explica esto diciendo que «el diestro pié calzado significa buen aguero para que el casamiento dure, porque la reina Dido, para desatar el casamiento de Eneas, tenia un pié descalzon.

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