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APUNTES BIOGRAFICOS

DE LOS

AUTORES COMPRENDIDOS EN ESTE TOMO.

GARCILASO DE LA VEGA.

CUNA de GARCILASO DE LA VEGA, caballero del órden de Alcántara y principe de los poetas liricos de España, fué la ciudad de Toledo; su linaje, de lo mas ilustre. Hijo del famoso Garcilaso, segundo del conde de Feria, comendador mayor de Leon, del órden de Santiago, señor de las villas de los Arcos, Cuerva y Bátres, del consejo de Estado de los reyes don Fernando y doña Isabel, y embajador en Roma cerca de Alejandro VI, heredó de su madre doña Sancha de Guzman los blasones todos de la antigua casa de Toral (luego de los duques de Medina de las Torres).

Las artes liberales, las buenas letras y las lenguas griega, latina, toscana y francesa ocuparon su ánimo en los años de su niñez, en los primeros de su juventud florida. La corte le brindaba con la privanza, las armas con los laureles, las letras con el aplauso de los siglos. Dejó las riberas del Tajo por seguir á Cárlos V, en cuya corte ganó amigos entre los buenos, atrayendo á su estimacion las voluntades por su destreza singular en el manejo de espadas y caballos, en el tañer el arpa y la vihuela, y en el cantar con regalado acento los mismos versos que escribia. Era de aspecto hermosamente varonil, de grandes y vivos ojos, de rostro apacible, de frente despejada, dulce en los sentimientos de amor, vehementisimo en los de amistad, noble en las palabras, cortesano en las acciones, igual en resistir el peso de la seda que el del hierro, y no sé si mas caballero en la ciudad ó si mas caballero en la guerra (1).

(1) En el hábito del cuerpo tuvo justa proporcion, porque fué mas grande que mediano, respondiendo los lineamentos y compostura á la grandeza. Fué muy diestro en la música y en la vihuela y arpa, con mucha ventaja, y ejercitadisimo en la disciplina militar, cuya natural inclinacion lo arrojaba en los peligros, porque el brio de su animoso corazon lo traia muy deseoso de la gloria que se alcanza en la milicia. » — Herrera, Vida.

La trabazon de los miembros igual, el rostro apacible con gravedad, la frente dilatada con majestad, los ojos vivísimos con sosiego, y todo el talle tal, que aun los que no le conocian, viéndole, le juzgaran fácilmente por hombre principal y esforzado, porque resultaba de

él una hermosura verdaderamente viril; era prudentemente cortés y galan sin afectacion y naturalmente sin cuidado, el mas lucido en todos los géneros de ejercicios de la corte y uno de los caballeros mas queridos de su tiempo; honrado del Emperador, estimado de sus iguales, favorecido de las damas, alabado de los extraños y de todos en general. » — Tamayo de Várgas, Vida.

«Era garboso y cortesano, con no sé qué majestad envuelta en el agrado del rostro, que le hacia dueño de los corazones no mas que con saludarlos, y luego entraban su elocuencia y su trato á rendir lo que su afabilidad y su gentileza habian dejado por conquistar. » — Cienfuegos, Vida de san Francisco de Borja.

De edad de veinte y cuatro años, ó poco mas, tomó por esposa á doña Elena de Zúñiga, señora de ilustre linaje y de altísimas prendas, hija de don Diego Lopez de Zúñiga, primo hermano del conde de Miranda, y dama de Leonor, reina de Francia. Los hijos que hubo en este matrimonio GARCILASO fueron: uno igual al padre en el nombre y el valor, y muerto desdichadamente casi al cumplir los veinte y cinco años de edad en la defensa de Ulpiano contra franceses; el segundo llamado don Francisco, que trocando el nombre y además el hábito de Alcántara por los de santo Domingo, tuvo la flaqueza de querer competir en vano con fray Luis de Leon en el clarísimo ingenio y en la sabiduría (1). Doña Sancha de Guzman ocupa el lugar tercero entre los hijos de

(1) Parece que este fray Domingo de Guzman compi tió con fray Luis de Leon, segun Cienfuegos en la Vida de san Francisco de Borja. En este caso el hijo de nuestro célebre poeta no alcanzó cosa alguna del buen ingenio de GARCILASO, como lo declara el siguiente suceso, que en otra ocasion escribí.

Sabido es que el célebre poeta español fray Luis de Leon estuvo preso por espacio de mucho tiempo en las cárceles secretas del Santo Oficio como reo sospechoso del crimen de herejía. Afligido este varon eminente con los rigores de una persecucion injusta, y desengañado de las vanidades del mundo y de la perversa politica que dominaba en su siglo, escribió en la pared de su calabozo las dos quintillas siguientes, que sin epigrafe andan impresas en la coleccion de sus obras.

Aquí la envidia y mentira

Me tuvieron encerrado.
¡Dichoso el humilde estado
Del sabio que se retira
De aqueste mundo malvado,
Y con pobre mesa y casa

En el campo deleitoso

A solas su vida pasa;

Con solo Dios se compasa,

Ni envidiado ni envidioso!

Luego que fray Luis de Leon recobró su libertad con el triunfo de su inocencia corrieron entre sus amigos y émulos, en unos con aplauso y en otros con ironia y detraccion maligna, las quintillas copiadas. Entonces un fray Domingo de Guzman se encargó de defender al Santo Oficio y de insultar á fray Luis de Leon en una glosa de aquellos versos, la cual se halla en el códice M, 243, de la Biblioteca Nacional, y es así:

Porque las dañosas leyes

Y sectas de perdicion
No estragasen su nacion,
Nuestros Católicos Reyes
Fundaron la Inquisicion;

La cual, como fué trazada
Estando Dios á la mira,
Salió tan bien acertada,
Que jamás pudieron nada
Aquí la envidia y mentira.

Es su justicia tan reta,
Que ningun falso testigo
Ni disimulado amigo
Emprendió hacer treta
Que quedase sin castigo.
Ansí que, es temeridad
Decir el mas descargado
En la cárcel de verdad,
Con mentira y falsedad,
Me tuvieron encerrado.

Que muy poquitos han preso
Que no estén por sus pecados,
Si no quemados, tiznados,
Porque juzgan con gran peso
En estos sacros estados.

Otro melindre gracioso,
Que diga un pobre privado,
Siendo un pobre religioso,
Con un modo muy brioso:
Dichoso el humilde estado.

¿Qué don Alvaro de Luna?
Qué Aníbal cartaginės?
Qué Francisco, rey francés,
Se queja de la fortuna
Que le ha traido á sus piés?
La religiosa pobreza
Con un mesmo rostro mira
La cordura y aspereza;
Porque esta es la fortaleza
Del sabio que se retira.

Retiraos con reverencia,
Y no con tanto desaire;
No tireis piedras al aire,
Deo gratias, padre, paciencia,
Mirad que sois hombre y fraire;

Y en cuanto á fraire, subjecto
A lo que habeis profesado
Para el estado perfecto;

Cuanto à hombre, á cualquier defecto
De aqueste mundo malvado.

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Que el sabio que se desvia
Del mundo y dél se descasa,
Tal enemistad le cria,

Que, yendo en su compañía,
A solas su vida pasa.

No le levanta el honor,

Ni el deshonor le entristece,

Ni jamás le desvanece

La voz del adulador,

Ni la del mal fin le empece.

Al tener y al no tener

Con una tasa le tasa;

No estima el ser y el no ser,

Y en hacer y deshacer

Con solo Dios se compasa.

Nada le desasosiega

Al que vive con llaneza,
Porque la simple pobreza
Muy pocas veces le ciega
Con vaguidos de cabeza.

Ansí que, si pretendeis
Acá y acullá reposo,
Humillaos, no os empineis;
De esta suerte viviréis

Ni envidiado ni envidioso.

No sé ciertamente cuál fué la vida y cuáles las costumbres del autor de estos versos. En aquel tiempo vivia un fray Domingo de Guzman, que se vió preso por la Inquisicion como sospechoso de luteranismo, al mismo tiempo que el canónigo protestante de Sevilla Cons

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GARCILASO. Casó esta señora con don Antonio Portocarrero y de la Vega, hijo primogénito del conde de Palma. Don Lorenzo, el postrero, heredó el ingenio paterno y tristeniente se malogró en edad temprana, pues habiendo sido desterrado á Oran en castigo de cierto dicho satírico, la muerte en el camino heló los labios para siempre de este hijo, que aunque no legitimo de GARCILASO, por el talento no desmentia á su generoso progenitor ni era indigno de la proteccion del célebre cbispo don Antonio Agustin.

Hallóse GARCILASO en el socorro de Viena contra Soliman (1532) y en la toma de la Goleta. A la vista de Túnez (1535) peleó como buen caballero en el ejército que Cárlos V dirigió en persona para castigar la temeridad de Barbaroja, terror del cristianismo y orgullo de las lunas otomanas. Cercado de muchedumbre de moros en una escaramuza, fué herido de dos lanzadas, una en la boca y otra en el brazo derecho. Federico Carrafa, napolitano, acudió en su socorro con valerosa tropa, que salvó de la esclavitud ó de la muerte al príncipe de los poetas castellanos. El mismo Emperador se aventuró en esta empresa, llevado del deseo de que GARCILASO no fuese despojo de sus enemigos.

El cuidado de sus heridas en los campos donde la gran Cartago tuvo su asiento le ocasionó otra mayor, y si bien no mortal, tristisima en los efectos. Encendido en amores de una señora à quien él llamó en sus versos Sirena del mar napolitano, ni el estruendo de las armas, ni los padecimientos del cuerpo, ni la gloria adquirida en jornada tan memorable, consiguieron apartar de su violenta pasion aquel ánimo que en la guerra no parecia apto para los sentimientos delicados, ni en las delicias del amor apto para los trabajos ó el esfuerzo que reclama la guerra.

En Nápoles, adonde se encaminó, siguiendo el objeto á quien amaba, dió motivos á que el Emperador desease alejarlo de una ciudad toda peligros para GARCILASO. Una ocasion se presentó á Cárlos para conseguir con pretexto verosímil su principal objeto. Habiendo GARCILASO favorecido á un sobrino suyo para ser secreto galan de palacio sirviendo á doña Isabel de la Cueva, dama entonces de la Emperatriz, y esposa despues del conde de Santi-Estéban, Carlos V lo envió á una isla que forma el Danubio para que llorase en ella sus errores (1).

Levantado el destierro, desempeñó con la honra que de él debia esperarse una empresa que le confió el Emperador. Cierta señora napolitana se veia afligida porque uno de sus parientes, deseoso de usurparle sus estados, se entraba en ellos con las fuerzas bastantes á oprimirlos.

GARCILASO, con poderes de Cárlos V, puso á raya la soberbia de este caballero, dejando en quieta posesion de sus tierras à la señora que con legítimo derecho las habia heredado. En vez de tomar la vuelta de Nápoles, se dirigió á Roma, donde el Emperador ya se encontraba. En el camino, yendo solo en compañía de un su escudero, fué asaltado cerca de Veletri por unos foragidos que en las selvas tenian albergue. Defendióse GARCILASO cual cumplia á su valor, ahuyentando á los malhechores, despues de castigarlos ó con la muerte ó con heridas peligrosas, y libertando á su escudero, á quien dejaron desnudo y colgado de un árbol (2).

tantino Ponce de la Fuente. Es fama que Cárlos V al saber en Yuste ambas prisiones, dijo: «Si Constantino es bereje, será gran hereje. » Y hablando de fray Domingo de Guzman, exclamó : «A ese por bobo le pueden prender.» Si este fué el autor de los versos contra fray Luis de Leon, nunca anduvo en sus juicios mas acertado aquel gran conquistador de Europa.

(1) Creo que Ticknor, en su Historia de la literatura española, se engaña cuando afirma que los amores del sobrino de GARCILASO acaecieron en Viena, y no en Italia. Todos los escritores españoles que hablan de este suceso dicen lo que se ve en el texto.

(2) No sé si esta aventura es encarecimiento poético de don Luis Zapata, autor del Carlo famoso. Véanse algunas de las octavas en donde este suceso se describe:

Y contaré una cosa en mis poesías
Que acacció à GARCILASO en estos dias.

Cuando el Emperador, como he contado,
De Nápoles partió, él estaba ausente,
Que con una dueña él le habia enviado
A le emendar un tuerto alegremente,

Y ansí, se quedó atrás; él fué de grado,

Y de un mal caballero su pariente,
Que le entraba en su tierra á su despecho,
Le dió á su gran peligro su derecho;
De que muy mal herido, en casa della
Ocho ó diez dias pasó en curar sus llagas;
Mas, siguiendo de Carlo la querella,
Partió aun no bien guarido de sus llagas;
Entró en la via de Roma, ni de aquella
No quiso recibir mas otras pagas
Que un caballo por otro, en tal andanza
Muerto, y por una rota allí otra lanza;
La cual dando á llevará su escudero,
Se metió en el camino él adelante,
En que hubo los albergues pasajero
Que suele haber un caballero andante:

En 1536 fué la desdichada jornada de Provenza. Cárlos V asistió en ella con su ejército, y en él Garcilaso de la VEGA Como maestre de campo. Cerca de la villa de Frejus, al volverse los imperiales à Italia, hallaron una torre defendida por cincuenta arcabuceros franceses segun unos, trece villanos segun otros. Carlos mandó batirla. Abierta una brecha, GARCILASO, que se hallaba sin casco, tomó el de un soldado, y embrazando la rodela, empezó á subir por una de las escalas arrimadas á la torre, seguido así de don Antonio Portocarrero de la Vega, yerno que fué luego suyo, como de un capitan de infanteria española. Una gran piedra le hirió en la cabeza con la rodela misma que llevaba, haciéndole descender al foso y arrastrando en su caida á los dos que animosamente le seguian.

Carlos, indignado, mandó asaltar con mas vigor la torre, y á don Luis de la Cueva que, despues de ahorcar á los que la defendian, la arrasase para que permaneciese su memoria con la del castigo. Bien quisiera don Luis perdonar á todos menos á los dos ó tres mas culpados en la resistencia; pero las órdenes del Emperador fueron cumplidas (1).

Unas veces sin cama, otras recuero
Al lado, otras de cosas abundante;
Tal vez mirando al norte y al sereno,
Teniendo sus caballos por el freno.

Dicho esto, despidióse cortesmente,
Y prosiguió cada uno su camino,
Y la noche de aquel y el dia siguiente
A albergar á una pobre venta vino,
Donde el huésped supo juntamente
(Que con la doncella él tambien convino)
Qu'el peligro del mundo mayor era
Proseguir y andar solo esta carrera.

No la deja por eso, ni mas mira

Que aquel en cuyo pecho no entra miedo,
Del cual otro mejor nunca á la mira
Nasció en las altas cumbres de Toledo;
Mas, en rayando el sol, por su via tira

Su escudero, en quien no hay tanto denuedo;
Caminando por sitio de tal suelo,

Erizado llevaba y alto el pelo.

Pues un dia entre Velitre atravesando,

De las selvas propincuas y vecinas,

Su escudero de aquesto le avisando,
Salir humos vió sobre las encinas;
De acá y de allá los bosques resonando,
Uyó chiflos y cuernos y bocinas,
Que parescia el rumor qu'en torno ofan
Que los bosques del todo se hundian,
Como cuando algun oso los monteros
O algun jabalí ven de las armadas,
Que á los otros señal por los oteros
Dan con cuernos y chiflos y ahumadas;
Así los crudos salteadores fieros,
Viendo por las florestas tan dudadas
A GARCILASO entrar con vocería,
Conciertan como ois la montería.

Se juntan en un llano, y muy armados
Vienen á le buscar mas de trecientos,
Con tal desórden Bara ensañados,
Que beber casi se querian los vientos;
Su lanza echa en el ristre sin cuidados
De ver venir á tantos tan hambrientos;
Parte firme en la silla el caballero,
Y se aparta á mirarlo su escudero.

Como suele un cañon por la apretada
Gente de un escuadron entrar por medio,
A cuál tiende, á cuál mal descalabrada
La cabeza le deja sin remedio;
Pues GARCILASO allí, su lanza echada

En el ristre, así entró de golpe en medio,
Mató uno y tendió tres, y extrañamente
Dejó de sí heridos mas de veinte.
Y sin qu'él en el fin de la carrera

Esperc á revolver peloteando,

Revuelve mas que una onza muy ligera,
Su reluciente espada desnudando;
Con la que à aquel y aqueste de manera
Pasa,
, hiende y deshace golpeando,
Qu'ellos ya vian que no se les hacia
Como pensado habian la montería.

Ni le podia empecer mas esta gente,
Que ya allegar á él nadie se osaba,
Que á la barba de Atlante, alto y valiente,
El mar que con tormenta al pié le lava;
El á unos los hendia hasta la frente,

Y las cabezas á otros les quitaba,

Y á otros partia por medio en la apretura,

O desde arriba al pié ó por la cintura.

Y los hacia quedar puestos encima
De los caballos aun por la pretina;
Que á su espada, que baja con tal clima,
No le impide ni arnés ni capellina;
Vuelan brazos y manos por encima,
Y así la gente ruin vino á ruina,
Y con nueva virtud á golpes fieros
Se libró destos lobos carniceros.

Que las espaldas vueltas entre tanto
El, que de quedar vivo hubo ventura,
Se dan á huir dél todos con espanto,
Procurando esconderse en la espesura;
El rostro alzó pues GARCILASO un tanto,
Que de seguir ya aquellos no se cura,
Y desnudo, sin mas ropa que el cuero,
Vió estar de un pié colgado á su escudero.
Fué allá con su caballo, y descolgado,
Le dió de uno de aquellos un vestido;
Así GARCILASO, esto que he contado
Le acaesció en el camino referido ;
Y con grandes rebatos asaltado,
Aunque dellos mas no fué acometido,
Llegó en salvo, con fama y sin carcoma,
Donde el Emperador estaba en Roma.

(1) Herrera, Tamayo de Vargas, Cienfuegos y Zapata. Este último describe así en su poema la muerte de GARCILASO:

Y así, con gran enojo luego manda
Que se combata aquel turrion roquero;
Pusiéronle dos piezas, y á una banda
Le hicieron en medio un agujero ;
Estaba esto mirando á cada banda
Mucho señor, soldado y caballero,
Y en una rueda de alta compañía
GARCILASO batir la torre habia.

Y burlándose, dijo: «Desdichado
Será el qu'en una empresa tan vil muera.»
Lo oyó la hada, el diablo, el caso, el bado,

Y corrió á tomar luego la tijera:

Corrió luego un mormullo, que enojado

Recibió & GARCILASO en sus brazos uno de los mas leales de sus amigos, el marqués de Lombay, que mas tarde renunció su titulo por el hábito de jesuita y alcanzó de la Iglesia católica veneracion bajo el nombre de san Francisco de Borja. Del lugar de tan infeliz suceso este varon lo hizo trasladar á Niza, donde, asistido de los médicos del Emperador y visitado del Emperador mismo, GARCILASO no pudo vencer lo mortal de sus heridas. Antes de rendir el último aliento aun pudo llorar con dulce voz sus desengaños en aquel soneto que empieza:

¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas,
Dulces y alegres cuando Dios queria.

En brazos del marqués de Lombay, y á los veinte y un dias despues del golpe segun unos, ó á los diez y siete segun otros, espiró, dejando en la mas grande afliccion á cuantos tuvieron la ventura de conocerlo. Fué depositado su cadáver en Santo Domingo de Niza. Su esposa, doña Elena de Zúñiga, hallábase en Toledo, y no bien supo el triste fin de su amado consorte dispuso trasladar sus cenizas á San Pedro Mártir de Toledo, donde estaba el sepulcro de los señores de Bâtres. En 1538 guardó una misma tumba los despojos de GARCILASO y del hijo que heredó con su nombre su desdicha.

Fué GARCILASO amigo de muchos de los hombres mas ilustres de aquel siglo, tales como el célebre protestante español Juan de Valdés (1), de Hernando de Acuña, de Bembo, de Transillo y de Juan Boscan, cuyo gusto literario siguió enteramente. El embajador de Venecia, Andrea Navagiero, habiendo conocido á Boscan, le indujo á escribir en lengua castellana sonetos y canciones à la manera de Italia. Hizolo asi este poeta; pero sus composiciones en este género son de tan poco valor, que por sí solas jamás hubieran logrado dar una nueva forma á la poesía española. Sus ensayos no habrian tenido imitadores, como no los tuvo el marqués de Santillana y algunos que antes de él escribieron trovas al itálico modo. GARCILASO merece el titulo de fundador de la escuela artística de nuestra poesía. Su nombre suele correr unido al de Boscan, mas no porque en merecimientos haya igualdad perfecta, sino por accidente. La viuda de Boscan, que halló entre los papeles de su esposo algunos versos de GARCILASO, no quiso que se escondiesen en el olvido.

Rugia el Emperador en gran manera
De que, batida así de un solo encuentro,
No hubiesen á la torre entrado dentro.
Y así, escalas pedidas con voz clara,
Fueron por todo el campo encontinente;
GARCILASO, cual si esto le tocara,
Por ser maese de campo de su gente,
De la rueda movió, y puso la cara
En subir á la torre osadamente;
Teníanle sus amigos abrazado,
Porque le vian qu'estaba desarmado.

Soltóse, y corrió allá y subió ligero
Por la escala que al muro se arrimaba,
Tomando una ruin gorra antes de acero
De un su soldado acaso que pasaba;
Llegaba casi al escalon postrero,
Cuando una grande almena que bajaba,
Con gran dolor del campo allí presente,
Le envió mortal á tierra finalmente.

La fama, qu'estas cosas trae y lleva,
De GARCILASO el caso esparce y suena;
Pues ¿quién ahora será que dé esta nueva
A su querida esposa doña Elena ?
Cómo ella supo el caso desta prueba
Para otro tiempo lo dirá mi vena;

Qué no conviene que ahora, á aquesto atento,
De su ordenado curso saque el cuento.
Pasó de allí el ejército, y poniendo
Lo que convenia ir con su persona,
De Génova á la mar Carlo saliendo
Con su armada, á parar fué á Barcelona,
Y fué à Valladolid, donde atendiendo

Era la emperatriz con su corona,
Donde fué rescebido en aquel dia,
Que no podré decir tanta alegría.

Y juntamente cuantos por los males
Con su rey victorioso acá volvieron,
De que unos á Sevilla, á sus lugares
Otros, y á Toledo aun otros se fueron;
Humean con el encienso los altares,

Y á los templos de Dios mil dones dieron
Las matronas d'España, que traidos
Así fueron en salvo sus maridos.

Al suyo doña Elena, á GARCILASO,
En vano con placer grande l'espera;
Se adereza, y su casa en son no escaso
La adorna, porqu'esté muy placentera;
Sabe Toledo todo el triste paso,

Y anda el dolor y angustia por defuera,
Y tan alegre verla dello ajena

Da á todos los que la aman mayor pena.
Como el qu'está en la cárcel condenado

A muerte, sin saber él su dolencia,
Que antes de libertad muy confiado,
Da de alegría y placer grande aparencia,
Los suyos, que le ven tan engañadɔ

En esto, y saben todos la sentencia,
Resciben mas dolor de tal manera,

Cuanto á él mas de su daño le ven fuera.

(1) Huelgome que os satisfaga, pero mas quisiera satisfacer á GARCILASO DE LA VEGA, con otros dos caballeros de la corte del Emperador, que yo conozco. » — dés, Diálogo de las lenguas.

-Val

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