LOS LUSIADAS. CANTO PRIMERO. I. Ensalzar quiero en mi canto las proezas de aquellos valientes que, atravesando mares jamás surcados por quilla alguna, llegaron, desde la ribera occidental de la Lusitania, más allá de Taprobana; desplegaron sobrenaturales esfuerzos en mil peligros y batallas, y, entre remotas gentes, fundaron un nuevo y heróico imperio. II. Cantaré la gloria de aquellos Príncipes que, dilatando los dominios de la fé, sojuzgaron las impuras comarcas del Africa y del Asia; cantaré el valor de aquellos guerreros que se hicieron inmortales, y, si el ingenio y el arte me secundan, extenderé su nombre por el orbe entero. III. No se elogien ya las célebres aventuras de Ulises ni las de Eneas, y cese de enaltecer la fama las victorias de Alejandro y de Trajano; pues yo canto á los ilustres Lusitancs á quienes Marte y Neptuno obedecieron. Callad, héroes de Homero y de Virgilio, que hay hazañas muy superiores á las vuestras. IV. Y vosotras, Ninfas mias del Tajo, que me inflamais con nuevo ardor, dad más elevada entonacion á mi acento, ya que en humilde verso he celebrado ántes las alegres ondas que os cobijan; dad ahora á mis palabras una armonía tan sublime y pura que, por gozar de vuestras riberas, abandone Apolo la fuente de Hipocrene. V. Dadme ahora acentos atrevidos y sonoros; no ya los del campestre caramillo ni de la pastoril zampoña, sino los roncos acentos de la guerrera trompa, los fieros acentos que estremecen el corazon y avivan el ardor de la pelea. Dadme cantos dignos de una nacion tan famosa, siempre fiel al dios Marte; y sepa y repita el mundo que á la poesía, á vosotras, toca inmortalizar á los héroes. VI. Y tú, ó Rey, preciosa prenda de la antigua libertad portuguesa, fiel esperanza de la religion y de la patria; tú, nuevo espanto de la morisca turba y honra eterna de nuestros tiempos, á quien el Cielo ha entregado el mundo para que á Dios consagres tu conquista; VII. Tierna y florida rama del tronco soberano que ha recibido del Cielo favores no alcanzados por los césares de Occidente ni por los monarcas de las Galias, como lo atestigua el real escudo, recuerdo de la jornada de Ourique, en que Cristo, armado de la cruz, peleó por los nuestros y ganó la victoria; VIII. Tú, poderoso Rey, cuyos vastos dominios son los primeros que ilumina el sol naciente, reciben los rayos del mediodía y tambien los últimos resplandores del ocaso; tú, cuyo génio ha de subyugar un día al torpe Ismaelita, al Turco opresor y al Idólatra que bebe las aguas del sagrado Ganges, IX. Vuelve un momento hácia mí tu jóven frente, radiante ya de magestad, indicio de la aureola que ha de circundarte cuando en la edad provecta subas al templo de la gloria. Mira bondadoso á este humilde cantor, y verás que sólo imploro hoy á las Musas para celebrar las glorias de mi tierra. X. Verás como á la patria consagro mi amor y mi lira, no movido de premio vil; pues no es vil premio buscar el aplauso de la posteridad, cantando la nobleza de la cuna de mis padres. Verás cuánto enaltezco á los varones que el Cielo ha dado á tu imperio, y juzga luego si no es preferible el título de señor de los portugueses al de rey del mundo. XI. Escucha: no necesito recurrir á fantásticas y mentidas ficciones, como hacerlo suelen ambiciosas Musas extrangeras. No: las historias que vas á oir esceden en lo prodigioso á las quiméricas hazañas de Rodomonte y de Rogerio y aun á las de Orlando. XII. En vez de esos paladines, te presentaré á un fiero Nuño, acerado escudo del rey y de la patria; á un Egas y un Don Fuas, por quienes codicio la cítara de Homero. Y en vez de los doce pares de Francia, te hablaré de doce portugueses que en Inglaterra rompieron lanzas por la hermosura, y tambien de su Magricio, y por fin de aquel ilustre Gama que eclipsa el renombre de Eneas. XIII. Si buscas quien iguale la memoria del mismo Carlomagno ó de César, mira al primer Alfonso, cuya gloria no cede á otra extrangera; mira á Juan I, que levantó su trono sobre los trofeos de Aljubarrota; mira á Juan II, el invicto caballero, y á los Alfonsos tercero, cuarto y quinto. XIV. No olvidarán mis versos á los héroes que, en los reinos de la Aurora, hicieron siempre triunfar nuestra bandera: no olvidarán al valerosísimo Pacheco, á los temibles Almeidas á quienes aun llora el Tajo, al terrible Alburquerque, al intrépido Castro y á tantos otros de imperecedera memoria. XV. Y mientras hablo de ellos; pues mi Musa no se atreve á hablar de tí, empuña, ó Rey, las riendas del estado, y da, con tu sabio gobierno, ocasion á raudales de poética armonía. Sean tus ejércitos la admiracion del universo, y llénen de horror y mudo espanto las tierras de Africa y los mares orientales. XVI. Confuso y consternado, en tí fija la vista el Moro; y, sólo con verte, el Idólatra se estremece y al yugo inclina ya su cuello. Hay más: tu briosa juventud y tu hidalguía han seducido el corazon de Tétis, diosa de los mares, que te quiere por yerno, reservándote en dote sus azulados dominios. |