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lengua que todavía se resistía á la elaboración artística y con formas sumamente rudas, era mucho más difícil de conseguir en el siglo xvii, cuando la lengua castellana había llegado á tal apogeo, que era mucho más de temer su caida que de esperar su mayor progreso, y cuando la literatura estaba cultivada por larguísima generación de preclaros ingenios, desde Garcilaso hasta Cervantes y Lope. El haber sido poeta nacional hasta el punto que lo fué Calderón y haberlo sido después de nuestra gran poesía épica de la Edad Media, haber sido el poeta nacional por excelencia después de haber pasado por aquí Lope, Cervantes y Tirso, es realmente uno de los triunfos más portentosos, y más para envidiados que puedan recordarse en el mundo.

Mirado Calderón bajo ese aspecto, no hay elogio bastante para él; por eso, cuando se nos pregunte por nuestro gran poeta nacional, claro es que por Calderón debemos de

contestar.

Esto es, en suma, lo que de Calderón pensamos, sin extremados elogios y sin querer tampoco rebajar un ápice de la admiración que le tributan los siglos. Pero era preciso haber deslindado escrupulosamente en sus

obras, como lo hemos hecho, lo que real y verdaderamente merece admiración, y lo que, sin merecer rigurosa censura (porque es culpa, no tanto del autor como de su tiempo), pudiera extraviar, tomado como ejemplo y como dechado de imitación, mucho más cuando las faltas de Calderón son las de nuestra gente, y las que en una forma ó en otra remanecen siempre en todas las épocas y con todos los gustos literarios, y las que nos han perdido y perderán eternamente, y las que traen aquí todas las decadencias, lo mismo en la poesía que en la oratoria; es decir, la palabrería, la vana pompa del lenguaje, la atención más al enredo y al movimiento escénico que á la paciente y laboriosa disección y análisis de un carácter. El que en el arte dramático no comience por este útil y paciente análisis de los caracteres, jamás acertará tampoco con el desarrollo gradual de las pasiones, y jamás llegará á la expresión fiel de los afectos humanos, porque estas cosas van siempre indisolublemente enlazadas, y así lo están en los grandes maestros del arte, lo mismo en los idealistas que en los realistas. He dicho.

FIN.

Este libro se acabó de imprimir en Madrid, en casa de Antonio Pérez Dubrull,

el 23 de Noviembre

del año de

1884.

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