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'achaque', el ast. dimpues 'después' (Rato), arag. enchizar 'hechizar' (Torres) [a no ser síncopa de enhechizar (Lamano)].

d) Un caso de asimilación de la nasal epéntica a la bilabial siguiente se ofrece en trompezar 'tropezar' (Garrote), trompenzar (Rato), recombrar (Can'ar), zompo 'zopo', champurrar chapurrar', embrimbar embribar 'convidar a comer' (Lamano).

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e) Schuchardt Z, XXXV, 89) explica los prefijos españoles son- (som-), zan- (zam-), como sonreir, zampuzar, zambullır (çabullir(se) ‹ sŭbbullire, Corb.. 157,) por un cruce de sub- (su-, so-) +cum (co-, cu-), mientras que A. Thomas (R, XXXVIII, 577) quiere reconocer en som- (son-) [sompesar, sonregar, sonreir, sonrodar, son acar] el adj. som‹ summum, empleado adverbialmente; cfr. tbn. Menénd. Pidal, Can'ar 290; otros ejemplos de esta categoría son el arag. sondormir 'dormir con sueño ligero, dormitar' (Torres, Borao) y sonsonear 'susurrar' [en Fonz] (Borao).

f) En arag. y dialectos afines es curiosa la propensión a conservar o restablecer el grupo lat. ns: ansa, desansado 'sin asa', nansa ‘asa' (1) (Baráibar), pansa ‹ pansu, que se propaga hasta antietimológicamente en: onso, pansida (Sevilla), panso, pansado (Borao) ‘pasado', ansy (Corb., 3,), enseres, sonso y zonzo 'soso' (Sevilla), ruinseñor 'ruiseñor' (Lamano), probl. por influencia de ruín, y aun ante ç y z antiguas: banzo (Coll), incia (Sevilla) 'hacia', etc. En cast. ant.: "assonsegado (M. Fr. Imperial, Canc. de Baena, núm. 226, vv. 49 y 121: cencina 'cecina' (Juan Alfonso de Baena, núm. 407, pág. 460)" (Cito de Baráibar).

g) Pero también la pérdida de la n ante s (en voces cultas) se ha hecho frecuente en el habla vulgar, el lenguaje literario, sin embargo, ha vuelto a restablecer el antiguo grupo ns; doy algunos ejemplos del Corbacho mismo: circustancia 3024, costançia 715, 9612, costelacion 229,, costilaçion 194, costringa 278,, costriñimiento 4018 (2).

(1) Ansa, sin embargo, debe de ofrecer un caso de regresión dentro del latín vulgar (cfr. fr. anse, prov. e ital. ansa.

(2) Para eliminación parecida en provenzal, compárese Appel, Lautlehre 56 a. 65; para estrumento, 94,, véase Ascoli, op. cit.; 447. De Forest (Old French Borrowed Words in the Old Spa nish of the twelfth and thirteenth centuries, Romanic Review, 1916) considera estrument como un galicismo.

h) Compárese con todo esto los siguientes ejemplos del Corbacho:

6718 Fuiste a bodas, solazes e ananze as por ver tu coamante...?

Ananzea por anazea, añazea (cfr. reñinchar- reninchar, RFE, I, 90) ‹ ár. x (an-na ze ha), 'recreo, diversión de

leite y

15620 canin vete 'cañivete' < fr. canivet.

8916 donengal por 'doñegal, higo doñegal'. De dŏ m (i)nicāle.

16717...filar la rueca e el torno, fazer alvaneguillas, e c h a ndillos, cruzadillos (e echadillos, A; e dechadillos, B). Ec h a ndillo por dechado‹ dictātu.

85,...panse ar con sobervia e jactancia... Pansear por pasear<* pass- ĭdiare. (Véase una aparición paralela en el esloveno spancirati 'pasearse con soberbia', en Schuchardt, op. cit., pág. 77).

III. Esta frecuencia de la n epentética, que difícilmente podrá reducirse en todos los casos a explicación fonológica solamente, parece comprobarnos la existencia de vocales nasales en toda la Península ibérica, fenómeno que sólo la fonética experimental aclarará definitivamente.

(Continuará.)

ARNALD STEIGER.

EL IDIOMA DE UN ARGENTINO

La guerra gaucha, de Leopoldo Lugones

No se presta acaso en España toda la atención que merece al esfuerzo literario americano actual. Quejámonos a veces de que en América se lean pocas obras españolas; pero ¡ con cuánto mayor motivo podríanse quejar los americanos de que algunos de sus mejores escritores sean completamente desconocidos en España! Hace dos años apenas conocía yo de Leopoldo Lugones otra cosa que el nombre y algún trozo de Antología. Cuando publiqué mis Nuevos derroteros del idioma, ni siquiera pude citarlo por no haber podido leer aún nada suyo.

Hace algún tiempo conseguí, por mediación de un amigo, una de las mejores obras de Lugones, Guerra gaucha, y tan honda impresión me ha causado que no puedo resistir al deseo de publicar un análisis de lo mucho que he podido encontrar en este libro. No lo criticaré desde el punto de vista puramente literario, sino desde el filológico, o mejor dicho, lexicográfico. Sin embargo, debo consignar que se trata de una obra de grandisimo valor. Guerra gaucha es una serie de novelas cortas, de cuentos, relativos todos a la guerra de la Independencia. Escrita por un americano, se observa acaso con demasiada frecuencia la simpatía por el "patriota" y aun por el indio, y un rencor algo anacrónico hacia el español, el "maturrango". Pero el relato es tan vivo, el interés que despierta es tan intenso, las descripciones son tan bellas, que fácilmente se le perdona el cosquilleo desagradable que

puedan producir ciertos episodios en el amor propio nacional. Hay en el libro cuadros de perfección absoluta, como los titulados Alerta, Baile, Un lazo, Dianas... El final de Al rastro es sublime.

Un gaucho, habiendo rastreado el paso de una partida de realistas, ataca, con cuatro compañeros, el campamento español. Después de haber incendiado el parque de la artillería, sus cuatro compañeros huyen con los bagajes del ejército, y nuestro gaucho, quedándose "a ver la chamusquina pa contarles", arremete cuatro veces solo, sable en mano, por entre los realistas, hasta que cae al fin acribillado de heridas.

Y mientras el vencido, acurrucado en el suelo, se desangra lentamente, el Coronel le interroga:

-¿Entonces, tú sólo.....?

-Solito, coronel

-¡No mientas !

Los hilos rojos que corrían por su frente trocáronse en dos cascaditas; sus costillares se combaron, y, sin hallar respuesta, se amorrò, gruñendo entre la sangre un Viva la Patria!

Nadie alzaba tampoco la cabeza. El reo movía distraído sus pies, por entre cuyos dedos regurgitaba un sangriento lodo. Ahora nauseaba un poco y vagos escalofríos sacudíanle las quijadas. El jefe, casi en secreto, y sin advertir que ya no le tuteaba, reprochó: -¿Qué sabe usted de Patria?...

El herido le miró en silencio, tendió el brazo hacia el horizonte y bajo su dedo quedaron las montañas, los campos, los ríos, el país que la montonera atrincheraba con sus pechos, el mar tal vez, un trozo de noche... El dedo se levantó en seguida, apuntó a las alturas, permaneció así, recto, bajo una estrella...

El asunto del libro es hermoso, el estilo es poderoso, su colorido es enorme, casi demasiado fuerte, con esa exageración que suelen alentar los climas americanos. Hay lindísimas figuras aquí y allá :

La siesta ardía como una roncha en el ambiente (64). Crudamente lavado por el sol, el paisaje se descoloraba en una tremulación de vidrio neutro (64). Y sólo el mayor silencio advirtió que andaba gente en el bosque (66). La humareda acuchillada de fogonazos (70). Escurríase una comadreja en merodeo con la suavidad de una tira de faya (114). Una nube montaba el horizonte color de grafito, que festoneaban rizos de sol (163). Con brusco mugido la ventolera descendió, girando como un trompo demente (323).

He aquí una descripción de tempestad:

La borrasca crecía, asumiendo una tétrica solemnidad. Ya no quedaba en el sur invadido sino una faja celeste. El toldo de la tempestad se imbricaba denunciando granizo: el cielo descendía en masa sobre las cumbres, cual un golfo de algodón, y aquellos vapores disolvían en impermeable obscuridad el horizonte. De tal tiniebla, barcinada por cuprosos jaspes, desprendióse un copo blanco, análogo al humo de una reventazón. Ahora ya no había cielo; sólo masas informes de luz siniestra y de obscuridad, confusamente rodadas sobre los campos. Rumores inmensos llenaban el ámbito de la tormenta. Transcurrió un instante de inquietud. Todavía silbaron en las cañadas algunas perdices. Emigraron en la punta del viento, que se iniciaba desordenando nubes. bandadas de pájaros. La obscuridad del fondo se ahumó, adquiriendo un tono leonado; abrióse ya muy cercana y sobrevino una palidez verdosa que absorbió la perspectiva. Un trazo de llama caligratió enérgicamente la nube, detonando poco después a la distancia como el barquinazo de una carreta colosal.

Ralas gotas aplastáronse en el suelo con golpe mate, como pesetas. El aguacero ocultaba ya las circunstantes lomas. Una larga bruma se desgreñó en el cielo; soplos de huracán bascularon la selva; las frondas más altas esbozaron saludos. Nuevos relámpagos encendieron sus flámulas. Las gotas trotaron con mayor presura. El rumor del chubasco se alzaba a rugido, y por instantes, sobre ese borborigmo de caldera, precipitábanse a la brusca desmesuradas carambolas. Agujereando los ramajes, el viento se atornillaba en expansión ciclónica, barrenaba los árboles entre resoplidos de órgano. El vientre de la tempestad ensangrentábase de tajos. Una trama de noche y agua diluvial envolvía el comienzo de la refriega. (34-35.)

Colorista sincero, no retrocede Lugones ante ninguna figura, con tal que sea exacta. Llevalo esto a veces a un realismo atrevido, que al pronto nos choca, pero que a la reflexión no podemos nenos de aceptar:

El sol, como una oblea carmín (18); chales de lluvia azotábanse sobre la fronda (39); los vapores engrosábanse de abajo, fundiéndose en una inflación de algodones (164); escarcearon las ondas rebullidas en un ombligo de espuma (221); una claridad de lila sedosa con esfumaciones azulinas que anaranjaba la herbácea amarillez del suelo 395); el cielo descendía cual un golfo de algodón (34); el arroyo sonoro cual un derrumbe de quincalla (42); exaltábase el esplendor, opalizándose en trémulas ternuras de cuajada (116); algunos rostros, amarilleando sus pómulos como talones de difuntos (155); el sol poniente aclaraba su horizonte con un matiz de hiel (157); la nube formaba un telón de seda

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