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tentée. En Mai 1923, le Libraire Plon publiera dans sa Collection d'auteurs étrangers une traduction Apollonius et Bellarmin qui, signée de MM. Jean et Marcel Carayon a chance de reproduire exactement, avec tous ses mérites, le modèle choisi.

Le théâtre, pour prendre sous un autre ciel toute sa valeur, ne doit pas seulement être traduit, il doit être représenté. Saluons ici avec reconnaissance l'Atelier et la phalange groupée autour de M. Dullin. Ils n'ont pas seulement représenté, soit sur la scène du Vieux-Colombier, soit sur leur scène de Montmartre, quelques échantillons du théâtre espagnol classique, La vie est un songe de Calderón et un Paso de Lope de Rueda. Ils ont encore joué au début de l'année 1923 avec un réel succès Monsieur de Pigmalion, l'oeuvre vivante et forte de Jacinto Grau que M. Francis de Miomandre avait habilement traduite. Souhaitons qu'ils nous donnent bientôt Le Comte Alarcos, où le même auteur a interprété fort curieusement les vieux romances et que le même traducteur a déjà fait connaître au public français dans Les écrits

nouveaux.

Les remarques qui précèdent, pour incomplètes qu'elles soient, suffisent à montrer que la France accueille maintenant plus de livres espagnols qu'elle n'en connaissait il y a cinquante ans. Après le romantisme, après l'enthousiasme superficiel mais bruyant qu'il avait manifesté pour l'Espagne, celle-ci avait été écartée en France-ou peu s'en faut-du marché littéraire. Elle y revient maintenant, avec l'avantage que lui donne le renouveau de sa littérature au milieu de la sympathique curiosité du public. Elle prétend reconquérir ses positions de jadis. Cette reconquista, l'Espagne la réussira, comme jadis elle en a réussi une autre, plus difficile. A une condition cependant: c'est qu'on offrira aux lecteurs français moins des traductions quelconques d'oeuvres nombreuses que des traductions soignées d'oeuvres bien choisies; la qualité ici, qu'il s'agisse de l'auteur ou du traducteur, importe plus que la quantité.

HENRI MÉRIMÉE

tos en número suficiente para que valga la pena de intentar la empresa. En Mayo de 1923, la librería Plon publicará en su Colección de autores extranjeros una traducción de Belarmino y Apolonio, que, firmada por Marcelo y Juan Carayon, tiene probabilidad de reproducir exactamente, con todos sus méritos, el modelo escogido.

El teatro, para lograr bajo otro cielo todo su valor, no debe solamente ser traducido: debe ser representado. Saludemos en este punto con agradecimiento a L'Atélier y a la falange agrupada alrededor de M. Dullin. No solamente han representado, ya en el escenario del Vieux-Colombier, ya en el suyo de Montmartre, algunas obras del teatro español clásico: La vida es sueño, de Calderón, y un Paso de Lope de Rueda. Han representado también, à principios de 1923, con verdadero éxito, El señor de Pigmalión, la obra animada e intensa de Jacinto Grau, que M. Francis de Miomandre había traducido hábilmente. De desear es que nos den pronto El conde Alarcos, en que el mismo autor ha interpretado de manera muy curiosa los viejos romances y que el mismo traductor ha dado ya a conocer al público francés en Les Écrits nouveaux.

Las observaciones que anteceden, por incompletas que sean, bastan para demostrar que Francia acoge al presente más libros españoles que los que conocía hace cincuenta años. Después del romanticismo, después del entusiasmo superficial, pero ruidoso, que había manifestado por España, ésta había sido apartada en Francia, o poco menos, del mercado literario. Vuelve ahora con la ventaja que le da la renovación de su literatura, en medio de la simpática curiosidad del público. Pretende reconquistar su posición de antes. Esta reconquista España la hará como en otros tiempos hizo otra más difícil. Con una condición, sin embargo: que se ofrezcan a los lectores franceses menos traducciones ligeras de obras numerosas que traducciones cuidadas de obras bien escogidas. La calidad, en este caso, trátese del autor o del traductor, importa más que la cantidad.

Conferencias lusitanas sabido darse a entender y hacerse admirar.

en Madrid.

Lejos están ya los tiempos en que Camilo Castello-Branco escribía en una de sus novelas, Onde está a felicidade?, las palabras siguientes: «<A minha leitora ja leu o poema de Espronceda El Diablo Mund? E de creer que sim, porque a litteratura hespanhola e a chineza anda por mãos de todos.>>

Lo que era verdad en Portugal, allá en tiempos de Camilo, éralo recíprocamente en España. Nada más desconocido, más lejano entre sí, que las dos grandes literaturas peninsulares.

Las predicaciones de muchos, y sin duda más que ellas un no sé qué en el andar de los tiempos, que así como establece de hombre a hombre lazos de solidaridad tiende entre país y país hilos de comunicación que antes no existían, nos han hecho descubrir al pueblo hermano de otra manera que como una región pintoresca en que nuestros propios ríos son más anchos y el espíritu nuestro, sin variar sustancialmente, se vuelve más ampuloso o extrema hasta un grado excesivo sus peculiares modos de ser.

Sin duda a este nuevo interés por el alma lusitana corresponde en Portugal otro muy vivo por el alma española. De algún tiempo a esta parte las tendencias de aproximación entre ambos pueblos se han acentuado, asentándose en el debido reconocimiento de las respectivas cualidades y en la posibilidad de una armonía superior a todas las diferencias marcadas por la política y la historia.

A esta labor de cordialidad ha contribuído desde Madrid en grado sumo la Residencia de Estudiantes. Más de una vez grupos juveniles de escolares portugueses han visitado nuestro suelo captándose voluntades con sus garbosos manteos y con sus admirables cantos, y otros grupos más reducidos y silenciosos de estudiantes nuestros han ido a deleitarse ante las maravillas de la Naturaleza y del Arte en Portugal, en excursiones de recreo y de estudio.

La Residencia, además, ha llamado a su tribuna, por la que tantos hombres eminentes desfilan, a los más preclaros ingenios de aquel país que, expresándose en su lengua, han

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Fueron el año pasado Leonardo Coimbra, el filósofo, y Eugenio de Castro, el poeta. Eugenio de Castro, invitado esta primavera por el Instituto Francés, no ha dejado de pasar nuevamente por la Residencia, en donde han ocupado después, sucesivamente, su puesto Alfonso Lopes Vieira y Teixeira de Pascoaes.

Eugenio de Castro es conocido de antiguo en España. Se han traducido sus versos y aun el año último se inició, con un volumen esmeradamente impreso y avalorado con bellas ilustraciones de Juan José García, una edición castellana de sus obras completas en nueva versión encomendada al poeta Juan González Olmedilla.

Tiene Eugenio de Castro, como poeta, una clara fantasía que le permite concretar en ricas imágenes y envolver en sabias rimas visiones y conceptos. Es un iniciador que trajo a la lírica portuguesa las corrientes predominantes en la literatura de Europa allá por las postrimerías del siglo, y en especial las conquistas del simbolismo francés, revolucionarias en la técnica, refinadas, exquisitas en el espíritu, después de una época positivista y oratoria. Más de una vez se ha dicho con razón que el papel de Eu-. genio de Castro en la literatura portuguesa es análogo al que cupo en las de habla española a Rubén Darío, quien, por su parte, no dejó de sentir, entre otros influjos que en nada amenguan, sino que más bien enriquecen su compleja personalidad, el del propio Eugenio de Castro.

En su conferencia del Instituto Francés, dada el domingo 22 de Abril, trató Eugenio de Castro de las influencias francesas en las letras de Portugal. Nadie más indicado para desarrollar tal tema que aquel por quien se dejó sentir más cabalmente ese influjo. Destacáronse en la disertación principalmente las evocaciones personales de Castro, que relató su primer viaje ilusionado a la capital de Francia, su anhelo por conocer de cerca la poesía amada desde lejos, anhelo que le llevó, apenas desembarcado, a la tienda de León Vanier en el Quai Saint Michel, de donde salió, sin echar apenas una mirada a la cercana magnificencia ojival de Nuestra Señora, con los bolsillos aligerados de dinero y los brazos cargados de volúmenes, cu

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yas cubiertas ostentaban nombres a la sazón harto oscuros. Era en 1889. La vuelta a Portugal, los raros libros poéticos con escandalosos manifiestos literarios a guisa de prólogos, la fundación de nuevas revistas, en que colaboraban los más admirados ingenios franceses, de Mallarmé para abajo, el grupo de jóvenes decidido a secundar el movimiento, fueron recordados por Eugenio de Castro con esa manera suya, llena de gracia señorial, acentuada por el feliz esfuerzo de expresarse en francés con suma pulcritud y elegancia. En su conferencia del 23 de Abril en la Residencia de Estudiantes habló de «sonetos y sonetistas portugueses». Fué como una lectura comentada. Perfecto cultivador del soneto, Eugenio de Castro lo compara a un árbol, a una lágrima, a un pomo de esencias, a un templo clásico. Sus amigos de España han recibido, poco antes de esta reciente visita, su nuevo libro, compuesto cabalmen te de sonetos, A mantilha de medronhos; sonetos de España, una especie de contra-Baedekerpara emplear una feliz expresión del poeta catalán Alejandro Plana-, escritos sobre motivos españoles, a veces con una vena humorística quizá nunca tan claramente manifestada en el poeta. Su soneto de Badajoz, por ejempio, la población nunca vista sino de paso, por la noche, entre uno y otro tren, y que le ha dejado

a brumosa

Ideia que um amante deve ter

Da mulher que èle, en íntimos anhelos,
Beijou, por noite escura e misteriosa,
Na espessura dum bosque, sem saber

Se eran de ébano ou d'oiro os seus cabelos...;

su retrato de Esclavitud, la cigarrera; o, en otro tono, la visión de Tuy, llena de clérigos, por el pariente de aquel bravo Pedro Madruga, terror de obispos, bastarían por sí solos para que hubiéramos de considerar como un buen sonetista a Eugenio de Castro si no tuviese ganada tal fama desde muy atrás.

Sus lecturas de sonetos portugueses, desde los primeros que escribió en el siglo xvi Francisco Sa de Miranda, contemporáneo de nuestros Garcilaso y Boscán, y sonetista asimismo en lengua española, como los principales poetas de aquella centuria y de la siguiente, hasta los de escritores recién nacidos a las letras,

puso de manifiesto la riqueza de Portugal en ese arte. Bastarían los sonetos de Camoens, los de Diogo Bernardes, los de Rodrigues Lobo, Correia Garçao y Barbosa du Bocage hasta el siglo xix, y en éste los de Anthero de Quental, que forman uno de los libros más espléndidos de su tiempo, y joyas sueltas, como algún soneto maravilloso de Juan de Deus, para reconocer su importancia. La nueva literatura precia muy alto los del libro Só de Antonio Nobre. Al hablar de los poetas más recientes, entre los cuales Castro estima en mucho a Antonio Sardinha, destacó dos figuras de mujer: María Luisa Reis, hija del pintor Carlos Reis, y, la última de todos, Mafalda de Castro, la hija menor del poeta, su compañera en este viaje que desde Madrid se ha continuado a Francia, en aigunas de cuyas Universidades había de dar el poeta nuevas conferencias, y en donde ha sufrido un penoso accidente.

El asunto que trató Alfonso Lopes Vieira asimismo en la Residencia de Estudiantes el 1.o de Mayo era casi obligado. Un escritor portugués que ha consagrado tantos días de su vida a la exaltación-podríamos decir a la propagandade Gil Vicente no podía encontrar ante un público español culto tema preferible. Gil Vicente, el gran artista del Renacimiento, interesa por igual a la literatura portuguesa y a la española. Como escribía para una corte en que la moda de lo español estaba muy viva, por ser española la reina Maria, hija de los Rey tólicos y madre del que había de ser D. Juan III, el bilingüismo de Gil Vicente ofrece un aspecto muy peculiar: es un tributo de galanteria, pero, a la vez, una demostración de que no la lengua sino el espíritu es alma de la lírica. Entre las poesías más líricas--y, por supuesto, entre las más bellas de la lengua castellana, están las que Gil Vicente gustaba de intercalar

en sus autos.

Con diversas aptitudes artísticas, como los mejores de su tiempo, Gil Vicente, hijo de orfebre, fué en su mocedad orfebre y ceramista. La custodia de los Jerónimos que se le atribuye, después de largas discusiones, es admirable ejemplo de su excelencia como artista. Mas no puede la fama del orifice y «mestre da balança» de la Casa de la Moneda de Lisboa oscurecer la del creador del teatro lusitano, que

dió un anticipo en su obra de lo que habia de ser el teatro español de Lope de Vega y Calderón de la Barca.

Gil Vicente toca todos los géneros y en todos imprime el sello del alma portuguesa que tuvo en él, como afirmaba Menéndez y Pelayo, su intérprete más perfecto. Sus tres autos da Barca do Inferno, da Barca do Purgatorio y da Barca da Gloria, representados en las Cámaras regias de 1517 a 1519 son, reunidos, una pequeña Divina Comedia occidental. En Gil Vicente se observa, mejor que en otro autor del país hermano, la posible armonía perfecta que ha de existir entre ambos pueblos. Lopes Vieira afirmó, hacia el final de la conferencia, su fe y su esperanza en esa inteligencia peninsular: «Cultivemos-dijo-la nobleza de nuestras tradiciones, nuestras esperanzas nacionales, manteniéndonos bien peninsulares, pero siendo bien europeos, conservando encendida, a través de las selvas oscuras que tendremos que atravesar, la fe heroica en nosotros mismos y en nuestros destinos de raza, la fe heroica que nos está impuesta de allende nuestros nietos por el siempre vivo «Encoberto» de Portugal y por el siempre vigilante Cid del Romancero.»><

Alfonso Lopes Vieira, representante en Portugal del más puro nacionalismo literario, ha hecho admirables campañas en defensa del espíritu que hizo brotar las maravillas de su literatura y de su arte, procurando, sin encerrarS estrecho casticismo, guardar la pureza de formas e infundirles la trepidación del alma de nuestro tiempo. Su «restitución», como diría el P. Isla, del Amadis de Gaula, publicada recientemente, es obra de muchos quilates. Despojado de episodios y digresiones, el relato caballeresco se concentra, intentando retener sólo aquello que verían en él, antes de la amplificación española por que es conocido, sus creadores los Lobeiras. En los versos de Pais lilás, desterro azul, un alma sensible de hoy canta en versos de genuíno son portugués, que igualan muchas veces la fina dulzura de las «quadras» populares.

Lopes Vieira es un apasionado de la música y parece inclinarse constantemente a percibir la resonancia secreta del idioma patrio; Castro es un cincelador prodigioso que encierra sus símbolos en las más acabadas y expresivas figuMAYO, 1923.

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ras. Al lado de ellos Teixeira de Pascoaes se, nos aparece como un gran escultor de sombras.

Dos grandes sombras ha puesto frente a frente en su conferencia dada el 12 de Mayo: «Don Quijote y la Saudade». Una de estas sombras concentra el espíritu de España: es el héroe de Cervantes, y aquella su triste, descarnada figura, surge al cabo de tres siglos iluminada de nuevo por D. Miguel de Unamuno, que es, para el poeta, el autor del «Nuevo Testamento» de Don Quijote. La otra sombra es el «Angel de la Saudade», expresión del alma nostálgica y anhelante de Portugal. Dos caras: la española y la portuguesa, la dramática y la elegiaca, la que corresponde a las grandes llanuras centrales y la que se encuentra por los altos picos de las serranías lusitanas.

Al diálogo entre estas dos sombras puede reducirse, en esencia, la oración de Teixeira de Pascoaes, muy característica de la manera de este gran lírico. «Don Quijote» y la Saudade>> representan para él algo de lo que expresaba Lopes Vieira evocando otras dos figuras: el rey D. Sebastián y el Cid. La «Saudade» es el alma de la poesía lusitana que tiene su más acabada expresión en Camoens y en Frei Agostinho da Cruz.

Más que un resumen de ideas, difíciles de apresar, porque son ideas líricas, puede dar noción de la conferencia de Teixeira de Pascoaes la traducción de un fragmento escogido en su parte última:

«Este cielo de Iberia es un cielo de mágicos influjos desconocidos; torvo de sueños que son nubes, claveteado de estrellas que son lágrimas, traslúcido de etéreas claridades emanadas de una lanza en manos de un esqueleto, que es sólo alma-alma realizada, alma revelada hasta la forma evidente, material-, y de una lira de oro, tanida por un espectro que es un cuerpo diluído en ternura y emoción; un cucrpo que la tristeza esfuma en vagos tonos espirituales; un cuerpo que se hizo alma a fuerza de ser triste. La tristeza es una fuerza, «la fuerza de la divina «saudade», como cantó Frei Agostinho da Cruz.

>> Cielo de mágicos influjos, este cielo azul que nos cubre, entretejido de follajes, pintado de alas que vuelan, recostado en los altos mon

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tes lusitanos, galaicos y pirenaicos, y alargado como un pensamiento febril de Dios, inviolable y transparente, misterioso y luminoso, sobre las vastas llanuras castellanas, en que el hombre levanta su esqueleto, altivo y solitario, como un obelisco eterno de memorias...

>>¡El espectro del ocaso! Vedlo ante nuestros ojos en sonrosadas y doradas tintas suavizadas en lejanias de yermos montes lusitanos y en rojas tintas de tragedia, llagas fantásticas de Cristo en llamaradas, en las distancias occidentales de estos grandes desiertos de Castilla.

>> Es el cielo de Iberia, que un sueño ardiente de eternidad dramatiza, y que la «saudade» de Dios anochece, como un crepúsculo de sombras de ángeles muertos de tristeza.

>> Es un cielo elegiaco y dramático, emanado de nuestras almas; un cielo inaccesible, profundo, que se cierne sobre nuestras almas animadas de un idealismo sobrehumano que encontró en Cervantes y en Unamuno, en Camoens y en Frei Agostinho, su expresión más viva e insinuante.

>> El cielo de Iberia es la visión saudosa y quijotesca de lo infinito... Ha de ser la tierra de mañana.»>

Teixeira de Pascoaes acaba de publicar tam bién un libro, la segunda edición, corregida, de su poema más importante, el Regresso ao Paraiso. En él se canta la inocencia primitiva, el anhelo de recuperarla, la salvación de los que han sabido vivir según su naturaleza; un poema que, evocando los de Dante y Milton, no es una imitación rapsódica, sino la creación de un poeta de raza grandiosa y de fuerte aliento, poesía menos refinada tal vez, más nebulosa, pero mucho más vasta que la que se suele hallar en los libros de hoy; poesía en que se da mucha parte a los impulsos misteriosos, a los. ardientes anhelos del alma; poesía, en suma, nacida de esa mágica palabra «saudade», que no tiene traducción exacta en ninguna lengua. E. DÍEZ CANEDO

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Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en la solemne sesión celebrada para hacer entrega de la medalla chegaray al Excmo. Sr. D. Santiago Ramón y Cajal el día 7 de Mayo de 1922». En español ha publicado el Sr. Ramón y Ca`jal los siguientes libros:

I. Manual de Histología normal y técnica micrográfica. - 1.a edición, 1889; 2.a edición, 1893.

2. Manual de Anatomía patológica general, seguido de un resumen deM icroscopia aplicada a la Histología y Bacteriología patológicas. Seis ediciones de 1890, 1896, 1900, 1905, 1909, 1918, y 7.a edición en prensa.

3. Elementos de Histología normal y de técnica micrográfica.-Madrid, 1897.—4.a, 5.a, 6.a y 7.a edición de 1905, 1910, 1918 y 1921, respectivamente.

4. Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados.-Tomo I, publicado en 1897; tomos II y III, en 1904.

5. La fotografía de los colores. Fundamentos científicos y reglas prácticas. — Madrid, 1912.

6. Reglas y consejos sobre la investigación biológica.-Discurso de recepción en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, el dia 5 de Diciembre de 1897.

7. Estudios sobre la degeneración y regeneración del sistema nervioso.-2 tomos.- Madrid, 1913-1914.

8. Recuerdos de mi vida.-2 tomos.-19011917.

9. Charlas de café (pensamientos, anécdotas, conferencias).-2.a edición, 1921.

10.

Manual técnico de Anatomía patológica.-En colaboración con el Dr. Tello.

Los trabajos monográficos del Sr. Ramón y Cajal comprende 247 títulos, aparecidos desde 1880 a 1921, en español, francés, inglés y alemán, en diferentes Revistas de los países a que estas lenguas corresponden, y sueltos. La serie más completa figura en la Revista trimestral micrográfica, cuyo primer número apareció en 1.o de Marzo de 1896, y en Trabajos del Laboratorio de Investigaciones biológicas, desde 1902 hasta la fecha en que se cierra esta enumeración.

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