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de los demás países, va constituyendo una especie de Academia internacional honorífica.

Estos fenómenos de relación, esta especie de ósmosis y endósmosis literaria ofrece un vivo interés para la literatura y para el movimiento bibliográfico español. La literatura española clásica es conocida y estudiada en el extranjero por ser una de las grandes literaturas universales. Mas nuestra literatura contemporánea es poco conocida. Sin embargo, nuestro siglo xix, nuestro ochocientos, tan rico en la lirica y en la novela, y no desprovisto de interés eh el teatro, reserva al investigador sorpresas y descubrimientos. La acción de presencia de nuestros escritores en el extranjero y de los literatos extranjeros en España puede estimular al estudio de ese periodo literario que no se cierra con el siglo, sino que continúa en la nueva centuria.

el Nuevo Mundo llena la América del Sur, menos el Brasil, donde tiene algunas infiltraciones; la América del Centro y las Grandes Antillas y en la América del Norte, además de Méjico, conserva en los Estados de la unión norteamericana que pertenecieron a la América española algunos núcleos parlantes. En Asia está bastante extendido en Filipinas, para que más de la mitad de los periódicos insulares se publiquen en español.

Tiene, pues, la lengua española una expansión magnífica; pero no hay que engañarse. Va perdiendo terreno. En las comunidades judías de los sefardies la influencia de las escuelas de la Alianza israelita va sustituyendo el uso tradicional del español arcaico por el francés; en Filipinas, en Cuba, en Puerto Rico, en Panamá, el inglés yankee hace continuos progresos. La defensa del español por medio de escuelas subvencionadas, de textos literarios y de periódicos debería ser uno de nuestros primeros cuidados internacionales.

Españoles.

Debemos registrar con agradecimiento y simpa- La Asociación de Escritores tía las providencias que ha tomado el Gobierno de Panamá en defensa del castellano, restituyendo los nombres españoles a los lugares que habían sido . rotulados de nuevo en inglés y exigiendo el uso del idioma nacional en el comercio y en la dirección de la correspondencia. La minuciosidad y rigor de estas medidas se explica por el avance de la ola amenazadora del inglés. La república de Panamá es el Benjamín de los Estados hispanoamericanos. Históricamente es una creación del Canal. Se separó de Colombia en 1903 y cuenta, según el censo de 1920, una población de poco más de 400.000 habitantes, sin contar la zona del Canal, goberna. nada por un coronel norteamericano y que tiene unos 23.000 pobladores, más de la tercera parte norteamericanos. El tránsito del Canal y la zona defensiva del mismo producen una irradiación de habla anglosajona, y no hay que olvidar que en el mar Caribe es donde la expansión de los Estados Unidos está tomando un aspecto más amenazador.

La defensa del castellano en Panamá debe servir de recordatorio y estímulo a los pueblos de lengua española. El mapa filológico del español abarca. muy dilatados y diversos territorios y ofrece curiosas infiltraciones. En Europa tiene la península ibérica, pues hasta en territorios de otra lengua nativa como Portugal, parte de Galicia, Cataluña, etcétera, el castellano és lengua o de uso general o bastante infiltrada. En el Norte de Africa se habla en Argelia y en Marruecos; en la península balkánica lo conservan las comunidades israelitas. En

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Para los lectores de una Revista de Bibliografia puede ofrecer algún interés la noticia de la fundación de la «Asociación de Escritores españoles» y de los fines que persigue. El escritor español se había quedado rezagado en el movimiento general de agremiación, tan característico de nuestro tiempo. Apenas realizada la revolución individualista, que derribó una organización social vetusta y carcomida, se inició en las sociedades un trabajo plástico de reconstrucción de los tejidos sociales. Al gremio y a la clase social antiguos han sustituído gremios y clases nuevos no impuestos por las leyes, pero reconocidos o tolerados por ellas, y no encaja mal el verbo tolerar por la repugnancia y la sospecha, harto naturales, de los poderes constituidos hacia aquellas formas de sindicación que pretenden crear un Estado nuevo. La palabra Sindicato tiene sonido de amenaza y de herejía.

Los fines de la «Asociación de Escritores Españoles» son mucho más modestos. Un jurista notable con quien departimos acerca de la definición legal de la Asociación, la calificaba de Cooperativa de Administración. Creo que es más y que es menos. Que es menos porque la Asociación no es administradora forzosa de sus socios más que respecto de un derecho especial: el derecho de reproducción de artículos o textos similares por publicaciones periódicas, luego de realizada la primera publica

ción. Es más: porque la nueva Asociación pretende ofrecer a los asociados su asesoria respecto a las cuestiones tocantes a la valorización económica del libro, promover las reformas legales que sean convenientes en el régimen de la propiedad intelectual y atender, por medio de un montepio, al amparo de los escritores viejos y desvalidos. La Asociación no es un gremio o un sindicato que sustituya forzosamente la personalidad colectiva a la de los asociados. Está concebida con espíritu de libertad. No se pretende que el escritor sea para la Asociación, sino la Asociación para el escritor. La excepción relativa al pequeño derecho o derecho sobre las reproducciones de textos literarios en publicaciones periódicas, está justificada, porque de otra suerte no podría organizarse un régimen viable de recaudación. Además, en este caso el escritor no enajena nada, puesto que en el estado actual de derecho y de costumbre no cobra por la reproducción.

La Asociación no es tampoco un grupo de combate que levante la bandera de «¡guerra a los palacios, paz a las cabañas!» Al escritor le convienen más los palacios editoriales y del comercio de librería que las cabañas, pues con industrias florecientes y prósperas podrá defender mejor su lote que con industrias sórdidas y mezquinas.

Los intereses de cuantos concurren en la producción y propagación del libro pueden hallarse ciertamente en oposición; pero tienen puntos naturales de coincidencia. La ciudad o república de los libros no es una Arcadia, no las hay ahora en el mundo; pero puede regirse por normas de justicia y en ella cabe la concordia de los intereses.

Una de las causas que han retrasado la organización profesional del escritor español ha sido la pobreza de nuestro mercado literario. El escritor español se pasaba la vida corriendo en busca de un editor y renegando después del editor, con mayor o menor justicia. La Asociación de escritores aspira a valorizar mejor la literatura, a extender e intensificar el mercado. El mercado de la literatura española tiene grandes posibilidades, muy superiores a su realidad presente. Se le podría representar gráficamente por dos círculo: uno muy vasto, de largo radio, de las gentes que hablan el español; otro, inserto en el anterior, de las gentes que leen en español. El empeño que hemos de perseguir consiste en ir ensanchando el circulo pequeño y acercándole al exterior, más allá del cual se extiende otra zona de propagación, poco cultivada, la de la

difusión de las letras españolas mediante traducciones, por los territorios de otras lenguas.

¿Cómo se ensancha y valoriza un mercado literario? El mercado de los libros no se distingue fundamentalmente de los de otros productos. Aunque tenga sus especialidades y características, entra en el mecanismo económico. Un mercado se amplia mejorando los productos, así en lo intrinseco como en la forma de presentación; dándolos a conocer, haciéndolos gratos y asequibles. En sus primeros pasos, la Asociación de Escritores Españoles no podrá conseguir grandes resultados en punto a la ampliación del mercado. Representará, con todo, un estímulo; tendrá una mirada vigilante y seguirá con particular atención y estudio la carrera del libro español y en general del texto literario español, desde que sale de las prensas.

Además de los valores presentes, poco difundidos, la literatura española cuenta con una rica herencia que la ha dado puesto eminente en el Panteón universal de las letras. Es la herencia de los clásicos. Tal herencia no es sólo espiritual; tiene también un valor económico. Como la propiedad literaria no es ni debe ser perpetua, los valores o bienes económicos que representa esta herencia han entrado por el transcurso del tiempo en el dominio público. Pero el dominio público es una ficción en ciertas clases de aprovechamientos. Del valor económico potencial de las obras literarias que han entrado en el dominio público se pueden aprovechar en teoria todos los ciudadanos; pero la utilidad, prácticamente, sólo puede ser explotada por los que se consagran a la industria del libro. La Asociación de Escritores aspira a reivindicar para el escritor, la parte que indudablemente le corresponde en la herencia de sus antecesores. Ya lo ha conseguido la Sociedad de actores dramáticos respecto de la literatura escénica.

El ejemplo de esta Sociedad que acabo de citar, indica la fuerz1 económica potencial que puede convertir en actual, la Asociación de Escritores. Sin forzar la analogía, reconociendo la más fácil valoración económica de la literatura dramática, es innegable que en las otras provincias de las letras hay riquezas inexplotadas o mal explotadas. Es una obra de perseverancia, de discreción y actividad la que se ofrece a la Asociación de Escritores; una empresa de argonautas en que el vellocino puede tener sus destellos de gloria, pues no se trata de mercantilizar al escritor ni de infundirle un espíritu fenicio, sino de darle su puesto en el banquete de la utilidad, recordando que es justo que el sacerdote viva del altar.

E. GÓMEZ DE BAQUERO

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JACINTO BENAVENTE

Nos honramos reproduciendo el retrato del gran dramaturgo español contemporáneo. Para dar idea de su obra, copiamos los títulos de sus producciones, originales o traducidas por él, según la serie de veintiséis tomos en que están reunidas.

I.

Obras originales o traducidas de Jacinto Benavente.

El nido ajeno. - Gente conocida. — El marido de la Téllez. - De alivio.

2. Don Juan, traducción de la comedia de Molière. La Farándula.-La comida de las fieras.Teatro feminista.

3. Cuento de amor (Twelfte night or who you will), traducción de Shakespeare.- Operación quirúrgica.- Despedida cruel. —La gata de Angora.Viaje de instrucción.-Por la herida.

4. Modas.-Lo cursi.-Sin querer.-Sacrificios. 5. La gobernadora.-El primo Román.

6. Amor de amar.-¡Libertad!, traducción de la obra de Santiago Rusiñol.-El tren de los maridos.

7. Alma triunfante.-El automóvil.-La noche del sábado.

8. Los favoritos, comedia basada en un episodio de la de Shakespeare Much ado about nothing. El hombrecito. -- Mademoiselle de Belle Isle, traducción de la comedia de A. Dumas (padre).- Por qué se ama.

9. Al natural.-La casa de la dicha.-El dragón de fuego.

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14. Manon Lescaut, en colaboración con don Alfonso Danvila.-Los buhos.-Abuela y nieta.

15. La princesa sin corazón.-Cuento de hadas. El amor asusta. —La copa encantada.—Los ojos de los muertos.

16. La historia de Otelo. La sonrisa de Gioconda.-El último minué.-Todos somos unos.Los intereses creados.

17. Señora ama -El marido de su viuda. -La fuerza bruta.

18. De pequeñas causas. -- Hacia la verdad.— Por las nubes.-De cerca.-¡A ver qué hace un hombre!

19. La escuela de las princesas.-La señorita se aburre.-El príncipe que todo lo aprendió en los libros.- Ganarse la vida.

20. El nietecito.-La losa de los sueños.-La malquerida.

21. El destino manda, traducción del drama de M. Paul Hervieu Le destin est maître.- El collar de estrellas. La verdad.

22.

La propia estimación.-Campo de armiño. 23. La túnica amarilla, traducción de la leyenda china original de Georges C. Hazelton Ir. y J. Harry Bushimo.- La ciudad alegre y confiada. 24. El mal que nos hacen. -Los cachorros.Caridad.

25. Mefistófela.- La Inmaculada de los Dolores. 26. La ley de los hijos. - Por ser con todos leal, ser para todos traidor.-La honra de los hombres.

De sus obras no dramáticas, publicadas aparte, son las más conocidas:

a

De sobremesa (series 1. a 4.).-El teatro del pueblo.-Cartas de mujeres.-Figulinas.

Libreros de Madrid a fines

del siglo XVIII

Sabida cosa es que el mejor barómetro para medir y graduar la cultura intelectual de un pueblo es conocer el número de imprentas y librerías que posee, así como para apreciar su riqueza material, que no siempren andan unidas, es ver sus fábricas, almacenes y oficinas de exportación a los demás países.

Madrid, que hace siglo y medio apenas contaría la cuarta parte de habitantes que en la actualidad, tenía un número de librerías proporcionalmente mayor que hoy. Verdad es que ahora existen otros medios de difusión cultural, como la prensa periódica, que entonces sólo en forma muy circunscrita y pudiéramos decir rudimentaria, existía. Cierto que la instrucción que la Prensa suministra al pueblo pierde en intensidad lo que gana en extensión y variedad; pero como no excluye la adopción del libro y el folleto, fuentes únicas de enseñanza en otros tiempos, quizá venga en resolución a hacer innecesaria la publicación de muchos escritos que

tenían entonces el carácter fugaz y transitorio del periodismo moderno.

Sea de esto lo que quiera, es lo cierto que Madrid contaba al finalizar el reinado de Carlos III una cantidad de librerías tal que no deja de sorprender el ánimo del curioso inteligente. Elijamos para hacer el cómputo un año cualquiera, por ejemplo, el de 1784 en que se empezó a publicar el célebre Memorial literario, que nos suministra con sus bibliografias mensuales el medio de llevarlo a cabo.

El centro de la vida intelectual madrileña era entonces más que hoy la Puerta del Sol y calles adyacentes. Sin embargo, en esta misma plaza, entonces muy pequeña, no existía en 1784 más librería que la de Esparza, situada, como dicen los anuncios, precisamente enfrente de la Fuente, la famosa Mariblanca, siempre rodeada de cubas de aguadores.

Pero no muy lejos, a la entrada de la calle Mayor, estaba el convento de San Felipe el Real y en él las insignes covachuelas, con gran número de libreros de viejo y lonjistas de comedias antiguas y modernas. Entre los meses de Marzo y Abril de 1784 hallamos citadas las siguientes librerías, todas «frente a las Gradas de San Felipe el Real». Estas gradas eran las que daban ingreso al templo, pasando por el patio llamado el Mentidero. Librerías de D. Antonio del Castillo, de Correa, de Francisco Fernández, de Manuel Fernández, de Valentin Francés, de Escamilla, que duró muchos años, y en 1835 todavía sus descendientes seguían vendiendo libros, y de Manuel Godos. En las mismas Gradas tenía su puesto Saturnino Fernández. Ocho librerías en tan reducido espacio debían de dar pábulo suficiente a la curiosidad de los bibliofilos y aficionados que en busca de noticias cursaban el Mentidero.

En la calle de las Carretas había las de Manuel Hurtado, de Bailo, de Corominas, de Escrivano, de José Francés, «frente al Correo»; de Blánquez, de Orcel, de Martínez y de Munita; en junto nueve librerías.

En la Carrera de San Jerónimo estaban las dos de Alberá (Felipe y Bernardo), de Plácido Barco, de José Herrera, de Mafeo, de Nicasio y la de Miguel Copín. Éste era flamenco de nación; surtía a la corte de libros extranjeros, y algo literato, pues en este mismo año de 1784 publicó en esta corte unas Definiciones y elementos de todas las ciencias, traducidas del francés, en octavo, e ilustradas con multitud de grabados. Siete librerías.

En la calle de Alcalá no hallamos más que el puesto de Manuel del Cerro. En la de la Montera, la de Pascual López; en la del Carmen, la de No

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voa; en la de los Preciados, la de Felipe Tieso; la de Sotos, «frente a San Ginés», y la de Villel, en los Caños del Peral. Seis librerías.

Ensanchando algo más el círculo de nuestro paseo, hallamos la de Ferrer «en los Portales de Provincia» y Llera en la Plazuela del Ángel.

En la calle de la Paz, la antigua imprenta y librería de comedias de cordel, de los herederos de Antonio Sanz. En el edificio llamado de la «Aduana vieja», sito en la antigua Plazuela de la Leña, hoy de la Bolsa, porque alli estuvo ésta antes de pasar a su casa actual, tenia entonces su casa y oficinas el benemérito impresor y editor D. Antonio de Sancha, a quien tanto deben las letras españolas. En frente de este edificio de la «Aduana vieja» tenía su libreria D. Casimiro Razola, y en la de Atocha, frente a la iglesia de San Sebastián, la suya D. Pedro Texero.

En la calle de la Cruz suenan como libreros Martínez y Plácido Barco López, que no sabemos si será el mismo Plácido Barco, que tenía otra tienda en la Carrera de San Jerónimo, como va dicho; y en la de la Gorguera (Núñez de Arce) estaban la libreria y más famosa tipografía de D. Joaquin de Ibarra, que tantas hermosas impresiones nos ha dejado.

En el Postigo de San Martín se hallaba la librería de Ramón Herrera; en la Red de San Luis, la de Luna; en la Plazuela de Santo Domingo, la de Bartolomé López; en la calle de los Tudescos, la de Isidoro Hernández Pacheco, y las tres de Vizcaino, de Ximénez y de Yuste, en la Concepción Jerónima.

Por último, dos viudas aparecen como libreras: la de Aguado, en la calle de la Paz, y la de Manuel Sánchez, en la de Toledo, llevada allí quizá por su proximidad a los Reales Estudios de San Isidro.

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Cincuenta librerías, que todas vivían y vivieron muchos años, dan una idea muy lisonjera del estado de instrucción de nuestros bisabuelos del siglo XVIII. A ellas acudirian el prelado magnifico a la busca de aquellas Biblias impresas en Alcalá, Amberes y Roma, que hoy rarisima vez se ven en nuestras tiendas de libros y cuestan miles de duros; el gran señor y el hidalgo en demanda de ejecutorias de lindas miniaturas, raros libros de genealogía y heráldica; el fraile estudioso insaciable en adquirir historias de las Órdeues monásticas, de santuarios y vidas de piadosos varones; el aficionado a la historia compraria viejas crónicas de reyes y héroes impresas en tipos góticos de los primeros años del arte; el aficionado a versos adquiriría por cuatro reales cancioneros y romanceros que valen hoy cuatro mil; el lector de buen gusto pediría las veinticinco partes de las comedias de Lope de Vega, las

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