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Del fuego del sol bañada La cabeza purpurina, Desmayaba sonrojada Sobre la planta vecina.

Y allí entre la rubia espiga Los pajarillos cantores Daban con su trova amiga A tu belleza loores.

Yo te viera retirada
A la par del rudo espino,
Guarneciendo descuidada
El apartado camino.

Al morir la última estrella Estiendes las puras alas ; Y á la purpurea centella Del sol renaciente igualas.

Mas ese tu empeño vano, Y temeraria osadía,

Desde el trono soberano

Castiga el señor del dia.

Que su llama en occidente No adurmiera sosegada, Sin dejar tu roja frente Con sus rayos abrasada.

Y de la noche
La fresca brisa,

Marchita hallára

Tu tierna faz.

¡Ay! que tu vida,

Flor desdichada,
Solo un instante

Brilla fugaz.

Y tu aureola

Pura y luciente
Desconocida

Muere tambien.

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Nace en la aurora,

Y al alba nueva

Frágil desnuda

Tu débil sien.

AL JAZMIN.

Orgullo de la enramada, Blanca y leve florecilla, Mas que todas delicada,

Y mas que todas sencilla,

Muestra el lirio temblorosa

La faz cristalina y pura;
Y ostenta encendida rosa
La peregrina hermosura.

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Alza bella la azucena La copa tersa y nevada De ricos ámbares llena,

De mil abejas cercada.

Pero ¿quién tu brillo iguala, Viva flor del cano estío, Que luces entre su gala, Como espuma en claro rio?

Por sencilla y delicada, En el jardin entre ciento Fijas tú, flor, la mirada, Y fijas el pensamiento,

Y por el seno argentino Que blando perfume espira, Dó bebe nectar divino

La abeja que en tí respira.—

¡Flor graciosa y nacarada, La mas tierna de las flores!

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