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SONETO XLIII. 132.

Nunca en amor dañó el atrevimiento,
Pues la fortuna auxilia á la osadía;
Y siempre la encogida cobardía
Sirve de piedra al libre pensamiento.

Quien se eleva al sublime firmamento, En él halla la estrella que lo guía; Que el bien que encierra en sí la fantasía, No es más que una ilusión que lleva el viento.

Se debe abrir el paso á la ventura; Quien no se ayuda no será dichoso; La suerte al comenzar sólo aprovecha.

Atreverse es valor, y no locura; Perderá por cobarde el venturoso Que os ve, si los temores no desecha.

SONETO XLIV. 137.

El hijo de Latona esclarecido,
Que consuela al nacer toda la gente,
Dió muerte á la Pitónica serpiente,
Que de mil muertes causa había sido.

Hirió con arco, y de arco fué herido,
Con punta aguda de oro reluciente:
En las Tesalias playas, dulcemente
Por Dafne la gentil se vió perdido.

No le pudo valer contra su daño
Saber, ni diligencias, ni respeto
De cuanto era celeste y soberano.

Si él no pudo librarse del engaño De quien era tan poco en su respeto, ¿Me libraré de un ser que es más que humano?

SONETO XLV. 139.

Por cima de estas aguas, fuerte y firme Iré á donde los hados lo ordenaran; Pues por cima de cuantas derramaran Aquellos ojos, pude acá venirme.

Ya llegado era el fin de despedirme, Ya mil impedimentos se acabaran; Cuando ríos de amor se atravesaran, Para estorbarme el paso de partirme.

Pasélos con el ánimo obstinado
Con que la muerte inevitable, honrosa
Hace el vencido, ya desesperado.

¿Con cuál figura ó rostro desusado Puede hacer miedo ya la muerte odiosa A quien tiene á sus pies preso y atado?

SONETO XLVI. 148.

Si tanta gloria tengo con mirarte,
Es pena desigual dejar de verte:
Si presumo con obras merecerte,
Gran pago de un engaño es desearte.

Si por lo que eres quiero celebrarte, Sé, por lo que yo soy, que he de ofenderte: Si me quiero á mí mal, por bien quererte, ¿Qué premio querer puedo, más que amarte?

¿Por qué tu raro amor así difiere El darme algún consuelo? ¡Oh dulce gloria, Dichoso quien por tí morir pudiere!

Siempre escrita estarás en mi memoria; Y esta alma vivirá, pues por tí muere; Que al fin de la batalla es la victoria.

SONETO XLVII. 150.

¡Triste de mí! ¡que à un tiempo lloro y río ¡Espero, temo, quiero y aborrezco! Juntamente me alegro, y me entristezco; Confío de una cosa, y desconfío.

Vuelo sin alas, ciego estoy y guío; Menos alcanzo en lo que más merezco; Hablo mucho mejor cuando enmudezco; Y sin contradicción siempre porfío.

Háceseme posible lo imposible; Intento con mudarme estarme quedo; Usar de libertad y ser cautivo.

Querría visto ser, ser invisible;

Huyo de la red misma en que me enredo; ¡Tales son los extremos con que vivo!

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