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Toledo. La memoria del César siempre fiel para recordar á aquellos á quienes dá palabra de proteger, no ha cesado de darme lisonjeras muestras de favor. A él he debido el ser admitida por segunda vez en esta córte, y de él espero la salvacion del desgraciado reo.

Tomó aliento Luisa Sigea para continuar, y Camoens, que no se habia atrevido à interrumpirla, se aprovechó de esta pausa para es-clamar:

-¡Oh divina poetisa! ¡cómo desde la infancia se reveló en vos la grandeza de vuestro talento! ¡Cuánto hubiera dado por veros frente a frente del César pidiéndole el azor y entablando con él la donosa plática que merecia pasar á la posteridad!...

—El César, prosiguió la Sigea sin darse por entendida de los elogios de Camoens, está en Africa, y ya le tengo escrito para que interpon— ga su poder omnímodo con la córte portuguesa, reclamando á D. Mariano Enriquez como vasallo suyo...

-De esa carta yo seré el portador. -¿Vos ireis á Africa, Camoens? -¿No hay guerra en Africa? -Dragut aparece en la costa.

--Basta, suspendo mi viage á la India y parto á Africa.

-¡Oh, Camoens, no! Es muy arriesgado acercarse ahora al estrecho.

-Por eso no me duele abandonar el proyecto de ir á la India. Hoy me alisto de soldado en las tropas portuguesas que se embarcan para Cadiz. Si no me ahogo ó me matan, antes de un mes estoy de vuelta.

-¡Un mes!

-Es verdad; pueden haberlo quemado.

-¡Ah!

-Pero como la herida que yo abrí en su cuerpo debió ser honda, y no se puede ejecutar la sentencia de un reo mientras está enfermo... en fin, haremos lo que podamos. Dadme la carta y adios.

-No sé si debo acceder...

-Presto, señora, presto. Los instantes son preciosos.

-¡Tomad, Camoens, y Dios os guie!
-¡El os guarde, señora!

CAPITULO XII.

La caridad de los inquisidores.

En efecto, la herida que el poeta portugués habia abierto en el pecho del caballero español era de tal profundidad, que bien necesitaba un mes para restablecerse, si antes no sucumbia al esceso de sus dolores. El dia que siguió á la partida de Camoens para Africa, se agravó tanto que los inquisidores estaban afligidos temiendo que se les muriese sin poder quemarle.

Al anochecer de este dia entró Juan Meur

cio en el cuarto del enfermo acompañado de algunos individuos del santo Tribunal, que venian dispuestos á leerle una copia del auto para que se fuera preparando y fortaleciendo; pero acababan de curar sus heridas y estaba sin sentido, la cabeza fuera del lecho, y los brazos en

cruz.

Sentáronse tranquilamente y esperaron á que se recobrase del desmayo.

Yo aprovecho este intervalo para traducir del portugués al español el auto que Juan Meurcio se dispone á leer al reo.

Y una vez traducido, y vuelto en si D. Mariano, puedo repetir lo que dijo el familiar.

Su voz, siempre suave, llegó á hacerse tierna y melíflua para derramar el consuelo en el alma del paciente.

-¡Pobre hijo mio! esclamó. ¡Cuán acerbos deben de ser los dolores que os aquejan, cuando os roban la facultad de conocerme! Porque no me conoceis... no me tendeis la mano...

Juan Meurcio se inclinó mas sobre el lecho, y estrechó la mano del doliente que estaba árida y abrasadora.

-¿Cómo os hallais? prosiguió el familiar; ¿estais acobardado? ¿pensais morir, hijo mio? ¡Oh!

por la Virgen santísima que recobreis el ánimo perdido.

D. Mariano Enriquez entreabrió con pesadez los ojos, movió débilmente la cabeza, y sin desprender los labios articuló algunas palabras que no llegaron á oirse.

Pena causaba ver el estado de aquel jóven caballero tan agraciado y gentil luchando con la muerte y próximo á ser vencido.

-¡Pobre hijo mio! repitió el familiar; ¿será posible que abandoneis la tierra sin ser purificado por la penitencia? ¿será posible que cuando el santo fuego puede daros el glorioso martirio que necesita el idólatra para purgar sus culpas y elevar su alma al Criador, os falte el espíritu y murais como un impenitente? venia á leeros el auto, pero me temo que no podais oirme.

Hizo el herido señal de que sí podia oir, y Juan Meurcio desdobló un papel y leyó:

«Acuerdan los inquisidores ordinarios y diputados de la santa Inquisicion, que vistos los actos, culpas, declaraciones y respuestas del caballero D. Mariano Enriquez, que siendo cristiano bautizado está obligado á creer la fé católica predicada por los santos Apóstoles y por nuestro señor Jesucristo, y enseñada por la santa madre

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