Pagina-afbeeldingen
PDF
ePub

portugueses que vienen. Lo que no alcanzaron las batallas de tan denodados guerreros, lo alcanzarán las sonrisas de las tímidas mugeres, y antes de muchos siglos España y Portugal no formarán sino una sola familia..... Pero estamos en 1550 y todavía no es tiempo de discurrir de este modo, sino de continuar sencillamente la relacion de unos hechos que nada tienen que ver con la union de España y Portugal.

Hoy es el cumpleaños de la princesa Doña María, y hay ceremonia à la que no puede menos de concurrir la dama española.

Los jóvenes de quince á veinte años estiran sus bigotes cuanto puede consentirlo el flexible bozo que apenas sombrea el labio. Los de veinte y cinco y á treinta recortan el mostacho para suavizar la densa sombra de las ásperas cerdas. Los hombres de cuarenta á cincuenta se empolvan la peluca.

Uno solo entre los cortesanos permanece inactivo en medio de la vanidosa faena. Ni siquiera piensa en asistir á la ceremonia. Y es jóven, gallardo, enamorado y presumido; y sabe por tradicion que és hermosa la Sigea. Pero con una palabra se esplica su indiferencia, su apatía: este caballero és español y no puede ofrecerle novedad la vista de una española.

No sé si habreis leido otras novelas en las cuales he descrito los jardines de Portugal, pero si las leísteis, ahorradme el trabajo de una nueva descripcion, recordando aquella, y si no las habeis leido, tomaos la molestia de buscar el capítulo 3.o de Musiña, donde agoté mi vena poética haciendo brotar con profusion toda clase de árboles y de flores, de cascadas y de fuentes. Nada vuelvo yo á escribir tan fresco y tan florido. como aquel capítulo de pura vejetacion en el cual cada palabra es una rama de sauce ó de naranjo, y cada letra una hoja de nardo ó de jaz-. min. Es un capítulo aquel que copiaria de buena gana introduciéndolo en esta novela, sino fuese porque es ya propiedad del editor portugués, que perseguirá ante la ley al que lo reimprima.

Digo todo esto porque las ventanas del pabellon que habita la escritora de Toledo, dan sobre el jardin real, y mis lectores naturalmente querrán saber cómo es este jardin. Esto es muy justo. Desde que el primer escritor dió á su lector el adjetivo de curioso, ha sido curioso siempre y seguirá siéndolo mientras haya escritores. Yo comprendo bien la curiosidad que tendrá ahora por sa→ ber cómo era el real jardin, pero repito que nada vuelvo á escribir como el capítulo 3.o de Musiña.

Basta para dar una idea del jardin real con el silbido de los portugueses, que ponderan asi su magnificencia como si las palabras no fueran suficiente espresivas para hacer su elogio.

Todas las mañanas pasean entre los árboles multitud de jóvenes que espian el momento de ver á la Sigea asomada á sus ventanas, pero inútilmente, porque ella permanece oculta en el fondo de su habitacion todo el tiempo que la dejan libre sus tareas en el cuarto de la prin

cesa.

La sombra de la arboleda empieza á dibujarse en el suelo, cuando el caballero de Castilla, no con objeto de ver á la española, sino con otro que no ha querido decirme, ni yo me atreveré á preguntar, se ha detenido cerca de una Venus de Carrara, que por un capricho de su escultor arroja dos caños de purísima agua por cada uno de sus hermosos pechos. Parece aquella Venus la nodriza de todas las flores que se alimentan en el jardin con su abundante jugo.

El caballero español cruzado de brazos contemplaba estático la escultura, cuando uno de los cortesanos portugueses que hablaba nuestro idioma, se acercó y le dijo dándole un golpe en la espalda.

-¡Ya estamos! ¡ Deus, tu te hallas enamorado de esa piedra!

Rióse el español, y contestó volviendo la cabeza, pero sin apartar los ojos de la estátua: ¡Mira que es hermosa!

-Pero de piedra. ¡ Hermosa la menina española ! La he visto ayer por la espalda al pasar á la sala de guardia, y......

-No será como esta.
-Ainda mais.

-¿Qué sabes si no la has visto mas que por la espalda?

-Pero soy un lince: se me trastucen las cabezas bellas; aunque las vea por el revés. ¿Vendrás á la ceremonia?

-No, respondió el español sentándose enfrente de la estátua.

-¡Deus! vas á perder el juicio, Mariano, con esa regadera d`os jardines.

Retiróse el portugués y se unió á los otros compañeros, que se alejaron riendo de la estravagancia del CASTEÇÃO. Un minuto despues de haber desaparecido ellos asomó á una de las ventanas que daba sobre la fuente la linda cabeza de la Tolentina.

Los reflejos todavía pálidos del sol de prima

vera esmaltaban la blanca frente del español, haciéndola lucir como si fuese de plata. Su ligerísimo bigote castaño, ensortijado graciosamente, se unia por las estremidades á los grupos de sus cabellos, que avanzaban hasta las mejillas, envolviendo el óvalo de su rostro en una sombra como la que dan á sus cuadros los pintores de la escuela de Rivera. Tenia el caballero apoyada la cabeza en la mano izquierda, el codo en el relieve de una columna, y los pies indolentemente cruzados. El trage de terciopelo negro con los vistosos greguescos y lucidos oropeles de la corte de D. Manuel, el reflejo del sol y su actitud aumentaban la gallardia del caballero con una triple ventaja.

La mirada de la escritora se detuvo en el primero con indiferencia, despues con curiosidad, y por último con interés.—¿Qué contempla? preguntó para sí.-Es la estátua, respondió á sí misma. Un ocioso, pensó despues haciendo un gesto de desden;-¿por qué no llevará un libro al jardin?

Separóse de la ventana, y se sentó cerca de una mesa donde se veia un gran pliego con párrafos escritos en distintos idiomas. El primero en latin, el segundo en griego y el tercero se puso á continuarlo en hebreo.

« VorigeDoorgaan »