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PARTE SEGUNDA.

CAPITULO I.

Ün azar de la corte.

Осно CHO dias hacia que Luis de Camoens habia partido para Africa y que la Sigea se hallaba retirada en su aposento á causa del estraño desaire que recibió en la antecámara de S. A., cuando al fin de maduras reflexiones se determinó á pedir una audiencia á la Reina Doña Catalina.

Es en todas las córtes mas fácil ver a los reyes que á los príncipes, porque hay entre el rey y el súbdito lazos estrechos que no existen entre el individuo y el príncipe particular. Cuanto mayor es la persona y la diferencia que media entre su clase y la de su inferior, tanto mas magnánima y cordial es en su trato para con este, y tanta mas facilidad hay de conseguir su proteccion. Lo que hace al vanidoso retraido, altivo y duro, es su temor de parecer menos alto porque sea mas accesible con los de baja condicion. Asi se observa siempre en los palacios esa graciosa escala de cómica seriedad, que empieza en la portería y concluye en el trono. El portero es mucho mas altivo que el paje, el paje mas altivo que el ujier, el ujier mas altivo que el ministro, y el ministro, en fin, mas altivo que el rey. Cuando se entra en palacio debe irse prevenido para no ver mas que una sonrisa benévola: la de S. M.

Luisa Sigea pidió y obtuvo una audiencia para ver à la Reina Doña Catalina; pero su tránsito por las galerías de palacio dió motivo à una série de humillaciones que la dejaron sorprendida, aunque no desconcertada. Los primeros cortesanos con quienes se encontró la miraron de hito en hito, sin saludarla, con esa media sonrisa que

solo ha poseido la antigua aristocracia, y que lograba todo su efecto en el hinchado rostro portugués.

La escritora sostuvo sus miradas y percibió sus sonrisas con impasible dignidad, y les hizo su acostumbrado saludo, como si no hubiese advertido nada. Pero mas adelante se vió imposibilitada de marchar, por un grupo de nobles que interceptaban el paso, y se detuvo un momento: entonces ellos se separaron lentamente volviendo las espaldas y conversando entre sí con un sorde rumor, semejante al que hace el vulgo en la pla◄ za pública á la vista de un ahorcado.

La escritora siguió no obstante con paso firme. atravesando las galerías, y llegó á la antecámara de la Reina.

Habia en aquel sitio hasta media docena de damas á quienes conocia la Sigea, y se acercó para saludarlas, pero las damas restaron inmóviles, los ojos fijos, los lábios cerrados como si no viesen objeto alguno ni tuviesen ninguna voz que articular, y la Sigea hubo de retroceder asombrada y fria, pero serena.

Fueron entrando sucesivamente las damas anunciadas de antemano en el aposento de la Reina, y por la primera vez Luisa entró la última.

La Reina Doña Catalina bordaba á la sazon un tapiz para el gabinete del Rey. Era S. M. diestrísima en el manejo de la aguja, como dama española que era, y de las mas bien enseñadas en la laboriosa córte de Madrid, donde las ilustres princesas han gobernado el mundo antiguo y descubierto el moderno llevando alternativamente en su pulida mano el cetro, la pluma y el dedal. Representaba el tapiz una marina portuguesa, y claro se veia en la eleccion del dibujo que la Reina habia comprendido la manía de D. Juan III, y que tal vez participaba de su error, suponiéndole inteligente en la náutica. Si asi era, preciso es confesar que ya habia una persona en el mundo que creyera en el talento del Rey: su muger.

Luisa entró con ese mesurado paso que se usa delante de los soberanos, y que no es precisamente andar, aunque tampoco es estarse quieto, sino moverse sin adelantar camino. Especie de columpio suave lleno de graciosa galantería, que no todos entienden, y que dá mucho que reir á las camaristas viejas cuando no se ejecuta con el aplomo necesario para no parecer un payaso.

Al entrar la Sigea levantaron su cabeza las damas que bordaban en el tapiz al lado de la Reina, y en la rápida mueca que todas hicieron,

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