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rigiéndose hacia el rincon donde estaba Catalina. ¿Quién es víctima de esta infernal cohorte?

-Señor, respondió Catalina, por piedad sacadme de aqui, yo me muero.

Y perdió otra vez el sentido.

D. Enrique la tomó en sus brazos ayudado de la dama y la sacó del aquelarre. Depositóla en su litera, que esperaba á la puerta, y dando órden para que la condujesen á su palacio, marchó á pie detrás de ella.

Poco tiempo despues llegaron los esbirros del Tribunal y se llevaron presas á las seis brujas haciendo tapiar por albañiles la puerta del aquelarre.

No obstante, el que lea la historia de Portugal verá que la prediccion de la bruja se cumplió años mas adelante.

El Infante Cardenal D. Enrique fué Rey.

CAPITULO V.

Lo que sucede al que nace príncipe y no lo es.

Yo he creido siempre que hay una raza de príncipes, como hay una raza de héroes y de sábios que trae su origen desde los primeros siglos del mundo y que no se habia estinguido todavía en el siglo XVI. Pero sucede que esta raza de príncipes tiene su árbol genealógico dividido y subdividido en tan diversas y apartadas ramas y brotes y retoños, que no parecen en el hosque enmarañado de la sociedad vástagos de su verda

dero tronco. A veces la semilla de este árbol es llevada por el viento á muy larga distancia de su tronco y á veces en una de sus ramas se injerta una distinta especie. Asi ha habido tantas guerras por los príncipes bastardos y asi han nacido del vulgo príncipes que han ocupado tronos.

Yo no sé, si como algunos dicen, será verdad que la raza de príncipes ha degenerado, lo que es incontestable es que la raza de príncipes se ha confundido.

De esta confusion han resultado muchas desgracias para los pueblos que tienen por príncipes á los que no lo han nacido; y muchos infortunios para los individuos que nacen príncipes y no lo son.

A estos pertenecia Luis de Camoens. Gallardo, altivo, generoso, espléndido, elevado en sus pensamientos, inquebrantable en sus nobles instintos, enérgico en su caracter independiente, habia nacido para dominar y para proteger.

Hasta sus defectos eran soberanos. Colérico con los miserables, impaciente con los tontos, no tenia pena en aplastar bajo su planta á los que le hacian leves picaduras de insecto ni de anonadar con su ironía á los que no entendian sus versos. Gustaba del lujo y de la ostentacion

y empleaba en sus vestidos y en el adorno de su casa cuanto hallaba de mas elegante, pero estaba pobre y se veia despues reducido á la mayor estrechez, teniendo algunos dias que acudir á la mesa de sus amigos, que lo recibian siempre con avidez y á quienes confesaba francamente que no se hallaba en aquel momento con recursos propios para alimentarse.

Una vez le aconteció salir de su casa con dos cruzados (1), que era todo su capital aquel dia, y hallando à un mendigo se los dió diciendo:

-Toma, amigo, puesto que al parecer eres mas pobre que yo.

Pero nadie hubiera adivinado que se hallaba á veces reducido al punto de la mendicidad si reparaba en su vistoso porte. Su gorguera siempre limpia y primorosamente rizada, sus greguescos del mejor terciopelo y la capilla y la rica espada le daban el tono de un verdadero príncipe si ya su gallardía y soberbio ademan no bastaran para que lo pareciese, aun vestido de harapos.

Para contraste de los que nacen como era Luis de Camoens pródigos, ireflexivos, descuidados, generosos, imprudentes, nacen otros á quienes

(1) Moneda portuguesa.

se apellida en general sensatos, precavidos y calculadores, pero que no son sino egoistas, frios y ruines. Hay niños que guardan su dinero y no lo gastan en dulces ni en juguetes, y hay otros que lo tiran entre las chinas del arroyo. De estos los primeros son los futuros avaros, los segundos los pródigos.

El tipo de los primeros me ha inspirado siempre una profunda aversion.

Bien sé que los segundos terminan siempre como Luis de Camoens por morir en la indigencia en tanto que los primeros dejan tesoros que les sobreviven, pero, lo repito, la prodigalidad nace de instintos nobles por mas que nuestra manera de vivir en el mundo la constituya en un defecto. Defecto de negligencia infantil hácia el peso, valor y uso de las monedas. Defecto producido por la frescura innata que tiene el corazon antes de hacerse el hombre aritmético. Defecto en fin de candorosa confianza en sus semejantes.

En alto grado tenia este defecto el príncipe de los poetas.

Habia reunido para el viaje de Africa cuanto dinero pudo, y este seguramente hubiera bastado á otro para dar la vuelta á Lisboa; pero se com

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