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nes la fé ardiente de su religion, y las que á través de las miserias humanas levantan el himno piadoso para rogar por sus semejantes. ¡Desgraciado el pais donde las mugeres abandonan el culto! Si sus cabezas desaparecen en la nave de la iglesia, esas son las últimas cabezas que se hunden en el naufragio.....

-Que Dios os guarde, hermana mia, dijo el buen piloto de la nave católica de Portugal, besando la mano de la Infanta.

-Venid con Dios, hermano mio, replicó esta devolviéndole el ósculo.

tro.

-Dadme albricias, Doña María.

-¿Qué decís, Don Enrique?

-Que estais libre para consagraros al cláus

-¡Cómo! ¿es cierto?

-El Emperador se anticipa á mis ruegos revocando su determinacion de casaros con D. Felipe.

-¡Que el cielo le premie tal merced!

-Ya no habeis temor de ser reina.

-Bendita sea la misericordia divina!

-El peso de la corona no ha de fatigar vuestro frente.

La graciosa Princesa sacudió ligeramente su

TOMO H.

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cabeza como si en efecto la hubiese aliviado de un peso, y añadió con una santa alegría:

-Desposándome con Jesus no volverán los reyes á solicitar mi mano, y para siempre estoy libre de ser reina.

-¡Dichosa vos! yo no sé nada de mi destino. -La hechicera os predijo...

Oh, callad! La hechicera fué quemada y su hermana va á ser quemada tambien. -¿Su hermana?

-Otra bruja que ha predicho lo mismo. Dentro de tres dias consumirá el brasero á ella y á sus indignas compañeras.

—¡Ay, Dios mio, no sabeis cuánto me afligen esos castigos!..

-Pero en cambio, Doña María, tengo otra nueva que daros muy grata á vuestra piedad. El español delatado por idolatría ha sido absuelto y puesto en libertad.

-¡Será posible... Virgen nuestra, gracias por tantas dichas!

-Dentro de algunas horas saldrá para España adonde le espera tal vez un glorioso porvenir... Mas, qué veo?....... ¿Llorais?

-¡Oh, hermano mio, perdon!.. vos no sabeis... -Sí, lo sé, lo he adivinado todo y no hay

nada que deba causaros sonrojo. Guardad un afecto de fraternal interés para ese caballero, porque no es enteramente estraño á vuestra familia.

-¿Cómo? no os comprendo...

-Ese caballero á quien llamaban D. Mariano Enriquez, es hijo del Emperador vuestro tio y se llama D. Juan de Austria. Os lo digo porque debeis saberlo antes de consagraros para siempre á Dios. Si hasta ahora habeis rehusado la mano de todos los príncipes, ha sido porque á ninguno amábais; pero si hubiese uno...~*~*

Permitid que os interrumpa, hermano mio; mañana mismo quiero partir al monasterio donde he de pasar el resto de mis dias. Esta resolucion es irrevocable.

-Sea en buen hora, hermana mia; respeto y aplaudo vuestra decision, y ruego à Dios que os bendiga como yo os bendigo.

-Quédame todavía, dijo tristemente la Infanta, una amarguísima pena en el corazon. -Decid, hermana mia.

-Mi buena y leal Sigea, la maestra y amiga de mi juventud fué tambien encarcelada por suponerla injustamente autora del libro latino. ¡Ay! yo misma tuve la debilidad de creer aquella

:

calumnia y la rechacé duramente de mi estancia. Hanme dicho que no ha sido absuelta todavia. Una de mis damas ha oido hablar siniestramente del auto donde han de castigarse á dos poetas y estoy, D. Enrique, llena de inquietud.

-Os dije al entrar que venia á pediros albricias por este dia de clemencia.

-¡Ah! ¿con que tambien mi maestra...

-Quedará libre. No os lo habia dicho porque esperaba á que ella misma os trajese la feliz nueva.

-Gracias otra vez, gracias, Dios mio! Así tendré á mi lado en el acto solemne de mi profesion á la que tanto ha hecho por esclarecer mi oscuro entendimiento con las luces de su sabiduría. No olvideis, señor, que quiero profesar al instante.

-Voy á disponerlo todo para que sean cumplidos vuestros deseos.

-Y encomendadme esta noche à Dios para que me haga buena monja. -Oraré hasta el alba.

CAPITULO X.

¿Cómo se castiga á un valido?

ESTA falta de maña que tengo para devanar novelas hace que me halle enmarañada con sus hilos hasta el punto de tener que cortar casi siempre la madeja por no hallar la punta correspondiente. Tal es el castigo de las mugeres que presumen encontrar la misma facilidad en el manejo de la pluma que en el manejo de la devanadera, figurándose que escribir un libro es como formar un ovillo.

No obstante; como el lector no es escritor,

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