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de este género literario y cuanto acabamos de decir. Picaro, como picaño, es el holgazán ducho en la briba, en vivir à costa de otros mediante su ingenio. La primera vez que sale el nombre en la novela picaresca es en el Guzmán (1, 2, 2, 3): “creyeron ser algún pícaro ladroncillo." Rinconete: "muy descosidos, rotos y maltratados... la ventera admirada de la buena crianza de los pícaros". Il freg.: “en Carriazo vió el mundo un pícaro virtuoso, limpio, biencriado." Tan español es el ser pícaro, tan gustoso y honroso le parece serlo, como Cervantes lo pinta en el noble Carriazo, que de propia voluntad se desgarra de su casa y se da á la picardía. Claro está que picaro se llamó antes al que ayudaba en la cocina y en el traer como ganapán bastimentos y otras cosas para ella, y díjose del picar y tomar en ella golosinas; pero generalizóse para el desharrapado que vive picando acá y acullá, y luego para designar al bribón que anda á la briba. Fué primero el ganapán, de los hermanos del trabajo, y pinche de cocina; pero del picar y pinchar salió el valor que tiene en la novela picaresca y en el uso hoy corriente. Covarrubias, Ganapán: "Ninguna cosa da cuidado al ganapán, no cura de honra, y así de ninguna cosa se afrenta: no se le da nada de andar malvestido y roto, y así no le ejecuta el mercader... come en el bodegón el mejor bocado y bebe en la taberna donde se vende el mejor vino, y con eso pasa la vida contento y alegre": es pintura puntual del picaro. Guzmán: "comencé á tratar el oficio de la florida (astuta) picardía; la vergüenza que tuve... perdila por los caminos...; era bocado sin hueso, lomo descargado, ocupación holgada y libre de todo género de pesadumbre." Mateo Luján: "eché de ver en mi vida picaresca que muchos hijos de buenos padres que la profesaban, aunque después los quisieron recoger, no hubo remedio: tal es el bebedizo de la libertad y propia voluntad." Véase La vida del pícaro (1601). La etimología de pícaro, en Cejador, Tesoro, Labiales, I. Sobre la inclinación española á la vida aventurera y picaresca, véase Navagiero, Viajes por España (Libros de antaño, t. VIII, años 1525-1528): "Los españoles, lo mismo aquí (Granada) que en el resto de España, no son muy industriosos, y ni cultivan ni siembran de buena voluntad la tierra, sino que van de mejor gana á la guerra ó á las Indias para hacer fortuna por este camino más que por cualquier otro." Conviene la novela picaresca con el Libro de buen Amor, con La Celestina, con El Quijote, con el Criticón, en ser obra satírica, que critica las costumbres sociales, de intento moral, que es la nota de toda la literatura española. Desde Séneca y Marcial hasta Juan Ruiz sobresalió España en la sátira, y Juan Ruiz es el progenitor español de la ficción picaresca, siguiéndole Rojas en la pintura que en La Celestina hace de la gente baja. La filosofía de la novela picaresca es la filosofía española, la manera que tienen los españoles de ver la vida. Los pícaros de nuestra literatura "son otros tantos filósofos estoicos, con sus puntas y ribetes de cínicos, dice Bonilla (Hist. filos. esp., t. I, pág. 159). El pícaro, aunque hombre de

sutil ingenio, es poco amigo de estudios doctrinales; también el cínico rechaza como un mal la ciencia y la cultura. El cínico desprecia las reglas artificiosas de la llamada urbanidad, y es un rebelde contra las leyes del Estado; también el pícaro es autónomo é individualista, y no respeta nada que no sea su particular provecho. El estoico desprecia las especulaciones demasiado abstractas, y entiende que no es ciencia la que no sirve para la vida; el picaro no tiene tampoco otra filosofía que ésta que se aprende en la ruda y dolorosa escuela de la experiencia, á fuerza de caídas y de tropezones. El estoico es, ó procura ser, impasible; el pícaro no llora jamás, ni se altera en demasía por los sucesos de la vida, porque, como Guzmán de Alfarache, cree en la predestinación, y, como Don Pablos, entiende que la Fortuna gobierna y rige el mundo. Por eso, al leer las reflexiones de Guzmán, parécenos tener á la vista los pensamientos y las sentencias del autor de los libros De beneficiis. La filosofía picaresca (que filosofía es, y tan alto nombre merece) es una derivación del cinismo; su entronque español no es otro que Séneca". Fouillée, en su Esquisse psychologique des peuples européens, ha escrito: "El genio áspero de los españoles, como el de los romanos, es acomodado á la sátira; pero por ser de su natural graves gustan de burlarse con amarga socarronería. El despiadado realismo de sus novelas picarescas no nace de lástima que tuvieran de los desgraciados, sino de puro desprecio." Aviesas entendederas, por cierto. ¡El autor del Lazarillo, según esto, despreciaba á Lazarillo! ¡Y se ha creído que es autobiografía! Cervantes debía de odiar á Rinconete y Cortadillo, á Lope, el rufián dichoso, á los galeotes, á maese Pedro. Espinel despreciaba al escudero Marcos de Obregón, y Mateo Alemán, á Guzmanillo! También estas dos obras tienen no poco de autobiográficas. ¿Es posible que se despreciasen estos señores á sí mismos, ni á las pobres criaturas que nos pintan tan simpáticas, listas, agudas, tan buenas, en una palabra, á pesar de sus picardihuelas, hijas de la necesidad en que se hallaban? Sólo escritores tan ligeros de cascos, como lo estuvo Fouillée al escribir semejante cosa, pudieran despreciar á esos pobres muchachos. En varones tan graves de su natural como aquellos autores españoles no cupo tal desprecio. ¡ Valiente manera de despreciarlos, haciéndolos amables á los lectores! La amargura de la burla sobre quienes recae en la novela picaresca es sobre los demás, que tan mala vida daban, por razones sociales, á los infelices mancebos, y cabalmente para que el mal proceder de la sociedad resaltase más, los pintaron á ellos tan agradables. Fouillée no ha leído ó no ha entendido nuestras novelas picarescas, Pero aun sin leerlas, bien se le podía haber ocurrido que sus autores no iban á ser tan zafios y desmañados que despreciasen á sus héroes y los hiciesen despreciables. Se figuró sin duda que los pícaros españoles eran como los personajes ruines y de malas entrañas del teatro de Shakespeare, ó que en nación tan cruel, como los franceses suponen serlo España, la hez de ella, los golfos de la calle, serían

crueles y los más dignos de desprecio. No sé yo que haya español que no se lastime, y hasta quiera y cobre cariño á los golfillos esos de por ahí. Pues ésos son los picaros que nuestros autores quisieron pintar, y nuestros autores fueron de tan blandas entrañas por lo menos como los españoles de hoy, que hasta nos encariñamos con los golios. La igualdad y democracia española no cabe en la cabeza de franceses y demás gentes de raza germánica, entre quienes encajó el feudalismo y donde es imposible se dé la familiaridad de trato entre altos y bajos que aquí se dió siempre y quedó retratada en la que hubo entre don Quijote y Sancho. El realismo de la picaresca pintó lo que España era, con el natural propio de la raza; pero nuestra raza debe de ser tan incomprensible para los franceses, que ni la han sabido ver pintada en la picaresca. El picaro español encierra sentimientos nobilisimos; lleva metido en su corpezuelo un espíritu de rey; jamás hace el mal por serlo ni por aviesas y torcidas intenciones, sino por chunga, tomando á broma las miserias del vivir y convirtiéndolas en fuentes de donaire. Guzmanillo se hacía querer de todos, hasta de los que, antes de conocerle, le hacían sufrir teniéndole por malo. Y este desengañarse de las gentes, ó por lo menos de los lectores, respecto á los pícaros del arroyo, que pareciendo escoria de la sociedad, son almas de oro, que la suerte arrastra por el fango, es una de las fuentes de la filosofia y de la belleza que encierra la picaresca española. Cornudo y todo, se deja y se hace querer Lazarillo de cuantos le conocemos, cabalmente porque somos graves los españoles y distinguimos lo que pueden las circunstancias y apuros en que los pobrecillos se ven. Acaso algunos franceses, más cercenados de colodrillo, los desprecien y tengan por basura y canalla, que así suelen juzgarlos algu nos infatuados señores, halagados de la fortuna, de allende. Por España no suele gastarse tan soplada fatuidad ni la gastaban nuestros nobles de antaño, ni aun los hidalgos, con todos sus humos y linajerias á cuestas. Dígalo, si no, don Quijote.

Sobre la novela picaresca, consúltense: Aribau, La novela picaresca, en el Discurso preliminar, vol. III de la Bibl. Autor. Esp., Madrid, 1846, págs. 21-28; F. Wolf, en Jahrbücher der Literatur, Band 122, Wien, 1848, págs. 98-106; Ernest Lafond, Les humoristes espagnols, en Revue Contemporaine, 15 Junio 1858; Karl Stahr, Mendoza's Lazarillo und die Bettler und Schelmenromane der Spanier, en Deutsche Jahrbücher für Politik und Literatur, Bd. III, Berlín, 1862, págs. 411444; Emile Chasles, L'Espagne picaresque, en Miguel de Cervantes, par E. C., 2ème éd., París, 1866, págs. 254-286; (anónimo) Picaresque Romances, en The Southern Review, vol. II, Baltimore, 1867, páginas 146-171; O. Collman, Gil Blas und die Novela Picaresca, en Herrig's Archiv, vol. XLVI, 1870, págs. 219-250; A. Morel-Fatio, Préface à la Vie de Lazarille de Tormes, París, 1886, págs. I-XXII; D. Jan ten Brink, Gerbrand Adriaensz, Bredero, vol. III, De Kluchten en de blijspelen, Leiden, 1889, págs. 182-212; A. Morel-Fatio, Lasa

rille de Tormès, en Etudes sur l'Espagne, 1ère série, págs. 114-140, 171-176; Dr. Juan ten Brink, Dr. Nicolaas Heinsius Jun., eene studie over den Hollandschen schelmenroman der 17° eenw., Rotterdam, 1888; Karl von Reinhardstöttner, Aegidius Albertinus, der Vater des deutschen Schelmenromans, en Jahrbuch für Münchener Geschichte, II, Jahrgang, 1888, págs. 13-16; Arvède Barine, Les gueur d'Espagne. Lasarillo de Tormes, en Revue des Deux Mondes, 15 Avril, 1888, págs. 870-904; Léo Claretie, en Lesage romancier, París, 1890, páginas 175-425; José Giles y Rubio, El origen y desarrollo de la novela picaresca, discurso leído en la apertura del curso académico de 1890 á 1891, Oviedo, 1890; Wilhelm Lauser, Der erste Schelmenroman, Lazarillo von Tormes, 2nd ed. Stuttgart, 1892; Albert Schultheiss, Der Schelmenroman der Spanier und seine Nachbildungen, Sammlung gemeinverständlicher wissenschaftlicher Vorträge, Heft, 165, Hamburg, 1893; F. W. Chandler, Romances of roguery. Part. I. The picaresque novel in Spain, 1899; Fonger de Haan, Pícaros y ganapanes, en Homenaje á M. Pelayo, Madrid, 1899; id. An outline of the History of the novela picaresca in Spain, The Hague-New-York, 1903; Revista España Moderna, Madrid, 1913, Lnero, pág. 76; Febrero, pág. 5; Marzo, pág. 51; Abril, pág. 157; Mayo, pág. 85; donde hay un concienzudo estudio sobre La novela picaresca en España, de Wadleigh Chandler (Franck).

179. Año 1554. Lope de RUEDA (1510?-1565) nació en Sevilla, tuvo por padre á Juan de Rueda y fué de oficio batihoja, ó sea fabricador de panes de oro. Era cuando Oropesa, Hernando de Vega, Juan Rodríguez y otros actores recorrían los pueblos haciendo sus églogas, farsas y coloquios, de Juan del Enzina, Lucas Fernández, Gil Vicente, etc. A alguna de estas compañías se pegó Rueda, y no contento con ser actor se hizo autor, variando primero las piezas y haciendo luego etras originales. El nombre de comediante se halla por primera vez en una pragmática de Toledo, 9 de Marzo de 1534, por don Carlos y su madre doña Juana, mandando que vistan de suerte que se les distinga á los comediantes de los demás, lo cual indica que se les tenía por gentes de mediana fama, y de hecho sus costumbres no eran muy de alabar, aunque habría excepciones, como Rueda, elegido en 1554 por el conde de Benavente, don Antonio Alonso Pimentel, para realzar las fiestas que hizo al pasar Felipe II por Benavente al embarcarse para Inglaterra. Era ya, pues, autor y director de compañía y hacía piezas bastante largas, aderezadas con pasos ó

escenas cómicas de costumbres, en que de ordinario salían el bobo, el vizcaíno, la negra, el rufián, etc. Hacia 1552 se había casado con Mariana, comedianta que algunos años (1545-1551) distrajo la solitaria ociosidad del tercer duque de Medinaceli, don Gastón de la Cerda, que no le debió pagar bien, pues dió lugar á un pleito en Valladolid de Lope de Rueda contra sus herederos (1554-1557). En 1558 llamaron á Rueda para fiestas en Segovia, según cuenta Colmenares. El año siguiente estuvo en Sevilla y dos años después en Toledo (1561), representando en ambas ciudades en la fiesta del Corpus; después pasó á Madrid, donde se había ido la Corte, y allí estuvo hasta fines de 1561, que se fué á Valencia, de donde era su mujer, quizá la segunda que tuvo. En Madrid debió de conocerle entonces Cervantes, que tenía catorce años de edad; en Valencia dice Timoneda que Rueda corrigió, al echarlas, algunas de sus comedias. Con la valenciana Angela Rafaela estaba ya casado en segundas nupcias en 1561. De Valencia pasó en 1564 á Sevilla, y después á Córdoba, donde murió, hecho su testamento el 21 de Marzo de 1565, y fué enterrado en la catedral, en el sepulcro de su hija. El librero Juan Timoneda publicó Las quatro comedias y dos colloquios pastorales del excellente poeta y gracioso representante Lope de Rueda, Valencia, 1567-1576, reformándolas algo, que no sería mucho, y añadiendo varios elogios poéticos al autor.

180. Viage de Felipe II á Inglaterra, por Andrés Muñoz, Zaragoza, 1554 (Biblióf. Españ., Madrid, 1877, pág. 47): "Y estando algún tanto despejado el patio (el 1554 en Benavente, en las fiestas del Conde al Rey) salió Lope de Rueda con sus representantes y representó un auto de la Sagrada Escritura, muy sentido, con muy regocijados y graciosos entremeses, de que el Príncipe gustó muy mucho, y el infante don Carlos, con los grandes y caballeros que al presente estaban, que eran éstos: Duque de Alba (don Fernando el Grande), Duque de Nájera (don Juan Manrique de Lara), Duque de Medinaceli (don Juan de la Cerda), Condestable de Castilla (don Pedro Fernández de Velasco), Almirante (don Fernando Enríquez), Conde de Luna, Conde de Chinchón, Conde de Monterrey, Conde de Agamón (Egmont), Marqués de Pescara (don Francisco Dávalos de Aquino), con otros grandes que de su nombre no me acuerdo. Concluído esto, los ministriles tocaron de nuevo con las trompetas y atabales." "Don Gastón de la Cerda, dice Cotarelo (Pról. á la edic. de Rueda), nacido en 1504, débil, enfermizo

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