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fin en 1571, y en el siguiente de 1572 (1), escribió Pérez de Hita el manuscrito sobre la historia de la ciudad de Lorca.

Lógico es, pues, calcular, aproximadamente, que nuestro escritor rayaría á los veinticinco años (2) á lo sumo, cuando empezase á militar con el de los Vélez, pues la erudición ver

Noticias genealógicas de la familia de Hita (existente aún en Mula) sacadas del Libro de las familias del Archivo municipal de dicha villa:

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Este Ginés de Hita, hijo segundo de Juan, que se trasladó á Lorca, debe ser, dice el Sr. Saavedra, el autor de las Guerras civiles que engrandece los servicios de Lorca y el valor de sus hijos, que era patria de su madre; cita con encomio á Mula y de ella hace natural á Doña Esperanza de Hita: su patria, y consta ser vecino de Murcia, donde se casó y dejó un hijo establecido.

El Sr. Saavedra, para explicar que Ginés, que escribió la segunda parte de las Guerras civiles en 1595, pudiera ser el hijo de Juan, empadronado cien años antes, hace el cómputo siguiente:

(1) En este tiempo estaba Cervantes curándose las heridas recibidas en la batalla de Lepanto.

(2) En 1578, Cervantes tenía treinta años de edad, según información judicial hecha en Marzo de dicho año.

tida en el poema, su forma y composición, revelan ya una edu. cación literaria que consiguen pocos hasta tal edad, y mucho menos en aquellos tiempos tan revueltos como pálidos y des. coloridos. Ciertamente que cuando escribió el poema, no es aventurado suponer que tendría entonces de veinticuatro á veinticinco años, revelando su juventud la incorrección, calor y aun exaltados arrebatos que en él se observan. En 1597, le encontramos establecido y avecindado en Murcia, al parecer treinta y cinco años después de escrito el poema, calculándole entonces cincuenta y cinco años de edad, de donde se deduce fácilmente que su natalicio coincide con el año de 1544, época precisamente en que encontramos en los libros parroquiales de la iglesia de San Miguel de la villa de Mula, el mote de bautismo de un Ginés Pérez, hijo de otro Ginés.

Años

Juan de Hita (padre de Ginés)

1485

Nacido cinco años antes de la muerte de su padre.

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1569

1595

1597

Guerra de los moriscos, á la que asiste de veinticinco años.
Imprime la primera parte de las Guerras civiles, de cincuenta y
un años.

Concluye la segunda, de cincuenta y tres.

1604 La imprime de sesenta años.

No deja de tener alguna verosimilitud este cálculo del Sr. Saavedra para explicar los cien años del empadronamiento, pero este mismo señor me ha confesado que muy bien el Juan de Hita y Doña Juana Jiménez Rael (de Lorca), pudieron ser, no padres, sino abuelos del Ginés, autor de las Guerras civiles, y éste hijo del Ginés de Hita, segundo hijo de aquéllos, que figura en el mote parroquial de San Miguel de la villa de Mula, como padre del escritor. Esta opinión mía está avalorada con la competentísima del Sr. Martínez Villata, que tantos motivos tiene de ser muy respetado como autoridad en todo lo que se refiera á la villa de Mula.

Lo que sí puede creerse muy fundadamente, es el que debió dejar descendencia en Lorca, puesto que en el testamento de Juan López de Meca (que existe en el Archivo del Conde de San Julián), en fecha 10 de Marzo de 1670, llama, entre otros, para patrono de una capellanía fundada por él, á Doña Ana González, viuda de Francisco Perez de Hita.

II

Observaciones sobre el carácter de Pérez de Hita: influencia del gusto del siglo en que escribió en su educación literaria

Confieso que cuando el Sr. Baquero Almansa, en el artículo crítico que originó nuestra polémica, conceptuaba deficiente mi pobre trabajo biográfico sobre el escritor de que venimos ocupándonos, no estaba exento de razón; y debo de procurar ahora subsanar en lo que alcance la acertada observación de mi querido censor, ocupándome, no de su vida y persona, «de >las que no se tiene otra noticia, más que las que él mismo >dejara apuntadas en sus obras, » en la que, alguna de ellas, á semejanza del gran Ercilla, escribió la narración de los acontecimientos, en los que fuera actor ó testigo presencial.

He dicho, que de su vida y persona no podía ocuparme por ser escasas las noticias que se encuentran, siguiendo en esto á Aribau y á algún que otro de los prologuistas de sus muchas y varias ediciones de las Guerras civiles, copiando éstos á aquél ó viceversa, que de todo ha habido (1), y esto no debe ser así, porque al tratarse de escritores ó de artistas, entiendo yo que debe considerárseles en la suprema región del arte, siendo de escasa monta averiguar interioridades del hogar y su prosa doméstica; porque lo esencial y necesario para el crítico ó el biógrafo, es recabar ó inquirir la mayor porción de sus ideas, el más ó menos cúmulo de los elementos salientes de su carácter, para por ese mismo carácter juzgar del mayor mérito 6 demérito de sus obras ó escritos, deduciendo

(1) Lo que dice Aribau sobre Hita, y lo del prologuista de la edición, de 1833, Madrid, imprenta de León Amarita, es casi igual.

por ende las inclinaciones más ó menos felices del escritor ó artista. El arte no consiste en la materia.

Por lo que siguiendo tal principio, convendremos en que Ginés Pérez de Hita revela siempre un carácter tan apacible como humanitario, puesto que ya le vemos indignarse ante las tropelías y excesos de la brava y licenciosa gente que acaudillaba el de Mondéjar: «cuya mitad, por lo menos, se compo nía de ladrones ó asesinos;» ó bien nos enternezca al protestar de increíbles y atroces matanzas como las del pueblo de Felix llevadas á cabo por sus mismos compañeros de armas, los duros y rudos soldados del fortísimo Fajardo, y finalmente, cuando limpiando las mejillas con el encallecido metarcapo de milite aguerrido, al prohijar y recoger al tierno infante lactando aún la sangre de la madre vilmente gozada y después bárbaramente asesinada, nos hace llorar el crimen.

Completa además el carácter de este poeta y escritor, no sólo los anteriores rasgos de relevante humanitarismo en medio de la barbarie de aquellos enconos de raza y religión, sino su gran firmeza y político sentido en el momento crítico en que al acabar su obra Guerras civiles y con ella todo un período político de la mayor importancia para nuestro porvenir histórico, pinta patéticamente, según se observa, los sentidos lamentos de aquellos desdichados moriscos, que al ser arrancados de sus tierras y llevados por fuerza á Castilla y á la Mancha, como la gallarda palmera á las regiones donde el silencio de los fríos domina perpetuamente en sus campos, era precisa su esterilidad; por lo que censurando esta impolítica y cruel resolución, acusa al gran Filipo, como mendaz por faltar á la prometida palabra de su hermano natural don Juan de Austria; y cantes murieran los moriscos de mil muertes-añade Pérez de Hita,-que rendir las armas y haber hecho las paces, si hubieran sabido que no se hubieran cumplido las capitulaciones,» añadiendo: «más valiera no haberlos hecho salir del reino de Granada por lo mucho que en esto había perdido S. M. y todos los demás Estados. >

No me propongo emitir ahora conceptos económicos ni políticos, pues me basta advertir que el que en días pálidos, revueltos y descoloridos, semejantes á todos los de transición

histórica, días de odio atizados por intereses religiosos, exclusivistas é intransigentes de raza; nefastos días en que llegaron á aconsejar, con una buena fe innegable, dado los tiempos en que absolvían sus consultas eminentes teólogos cristianos, que <se diesen por los Médicos medios para hacer estériles á ambos sexos del pueblo morisco, esperando que el gran Pontífice Pío V aprobara tan reprobado medio de concluir con ellos», se atreve, como nuestro Pérez de Hita, á expresar con plausible gallardía los conceptos que dejamos apuntados, y que constituyen por sí solos un alegato de bien probado de los derechos que asistían al morisco; vejado y vilipendiado, ¿no revela un carácter? ¿Podrá nadie desconocer el del insigne escritor hijo de Mula? Cierto es que la vida del poeta está en sus obras.

¡Ah! ¡Cuán bien se revelan sus sentimientos, en medio de aquellos bandoleros y asesinos disfrazados de soldados, entre los que confiesa con candor infantil llegó más de una vez á contagiarse! ¡Con qué sinceridad echa en cara, no sólo al gran Felipe II su falta de sinceridad, sino que también la del invicto vencedor, cuya tajante espada ó mandoble parece resonar aún terrible y titánica, no sólo en las sinuosidades de la Alpujarra ó montañas del Sol y Aire y nevado Filabres, si que también en los valles risueños que baña el Almanzora cristalino, cuyas aguas fertilizantes quieren así como asemejarse á las humildes y tristísimas lágrimas hechas derramar á todo un pueblo infeliz, descendiente de una raza generosa y fuerte, por el hijo favorito de Belona ó Mavorte-fiero! Sanguinosas hazañas, hechos inconcebibles, de los que dicen pidió perdón contrito y arrepentido, en sus últimos momentos, el gran don Juan. Las espantosas ferocidades, que repugnan á la cultura del presente siglo, disculpan bien un arrepentimiento sincero y cristiano en medio de la misérrima estrechez del palomar, ergástula de la conciencia primate, situado en las cercanías de Nemour, en que espiraba el hijo natural del rayo de la guerra, Carlos V, señor de la invencible España, el hermano del taciturno Rey en cuyos dilatados territorios se cansaba el sol sin encontrar ocaso, el vencedor de Lepanto, en fin, á quien un Pontífice tres veces coronado saludó diciendo: «Fuit homo

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