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missus a Deo cui nomen erat Joannes.» ¡Inescrutables designios! ¡Justicia reparadora é incomprensible de una sabiduría eternamente infinita! El invicto é imperante Carlos, á quien las matronas cubrieron las calles de Gante y Roma de flores olorosas para que su corcel las desflorase, al hacer su entrada solemne en las dos ciudades legendarias, rinde su soberano espíritu en la humilde celda del severo monasterio de Yuste, y sus dos hijos, el prudente corroído por los golosos parásitos de la miseria humana, hambrientos de carne real, cierra los ojos por no contemplar su propia laceria, mientras, que el otro, el magnífico, á los treinta y dos años, en que la vida es rosada primavera, muere en un sucio y estrecho palomar, sin servirle de tapiz las vencedoras banderas de Lepanto; sin con. solar sus ansias postrimeras ni las glorias de sus nobles primogenitores, los rayos de la guerra de felice memoria, ni la suya propia, antes bien, sírvenle de mortales bascas é insufribles es. tertores los sangrientos triunfos de Orce, Galera y Túnez. ¡Convengamos en cuán pequeñas son las grandezas de este mundo!

Conocemos, pues, ya algún tanto á Pérez de Hita, lo suficientemente preciso para pasar á estudiar el gusto del siglo en que escribió, y del que participa necesariamente, puesto que cada generación, al formar una fase diversa y modificadora de su carácter genérico, determina el gusto literario de cada siglo. Empero, antes, he de permitirme una digresión que entiendo sea de no escasa importancia, aun para robustecer la seguridad de ser Mula la villa nativa de Pérez de Hita. Del profundo estudio y obligada meditación sobre la citada villa y su historia, deduzco un hecho constante: el bien dispuesto ingenio de sus hijos para el cultivo de las letras y artes. Esta natural propensión, ha debido ser oportunamente ayudada por sus señores los Fajardos, próceres nobilísimos, que no por ser esforzados y de hercúleo cuerpo, dejaron de cultivar las bellas letras; y como éstos, no cabe duda, habitaban con mucha frecuencia en su Palacio y Castillo de Mula, claro está que cuantos asistían á su pequeña corte, participaban de los solaces del ingenio con que entretenían los escasos ocios de sus faenas militantes. Los Fajardos, volvemos á re

petirlo, fueron siempre, no sólo patrones egregios, sino que también ellos mismos se dedicaron, y no sin fruto, á las bellas letras, y como quiera que en los días en que Ginés Pérez de Hita desarrolla su bien dispuesto discurso é inclinación, resi diera en Mula el segundo Marqués de los Vélez, como lo comprueba el ensanche que dió aledaño á la aún vigilante torre del Homenaje del hermoso Castillo, según la inscripción que allí se lee, grabada sobre la piedra: «Ludovicus: Fajardo: Me: Fecit. 1524: de aquí no ser presumible que el que sirvió de soldado debajo de las banderas de D. Luis, dejara de asistir á las fiestas y reuniones del Palacio de Mula, en el que según una carta que conservo, se reunían «departiendo sabrosísimamente en las veladas. >

De qué clase serían estos departimientos valiosísimos, es fácil de presumir, tratándose de unos magnates cortesanos, á cuya elevada clase pertenecía la ilustre familia, que venía figu. rando desde los tiempos de D. Juan II y Enrique IV, entre los Mecenas de las letras, debiendo poseer por ende, como de hecho poseían, la instrucción que hubiera sido mengua no tener en aquellos tiempos, instrucción transmitida y perfeccionada de linaje en linaje; mezclando el ejercicio de las letras con el de las armas, las cuales á su turno para ser tan felices como eran, reclamaban el vigoroso auxilio de las ciencias, y los himnos halagadores de la poesía, poniendo aquellos insig. nes señores su pundonor en no ser vencidos en la elección de libros, ni en el antojo de las armas.

De todos modos, sea ello lo que quiera, y mientras las ob servaciones que dejo apuntadas para entrever en la educación de Pérez de Hita el ser de Mula é influjo en ella de la nobilísima casa de los Fajardos, no reciban el peso de autoridad notoria, es indiscutible que el escritor de que nos ocupamos se encontraba muy cerca y casi rayando con los tiempos verdaderamente épicos de los últimos suspiros de Boabdil y los arrebatos heróicos y místicos de Isabel, aspirando las fragancias, digámoslo así, que aún se desprendían de los recuerdos poéticos de aquella nación valiente, enamorada, ingeniosa é idólatra del honor, colocada enfrente de la cristiana fanática <por su Dios, por su Rey y por su dama,› empezó dispután

dose por toda presea y galardón de las batallas, combates y torneos, fiestas militares, el premio de la mayor cortesía y galanteo.

Este es el estado en que se encuentra Pérez de Hita, y eso contribuyó precisamente á azuzar su inventiva, facilitar la hermosa soltura que caracteriza sus escritos, ayudando no poco la facilidad y libertad que en ellos campea, como por ende la feliz expresión y colorido de su estilo, único en su clase y sin rival en aquellos tiempos.

Casi á fines de la segunda mitad del siglo XVI, según es por muchos sabido, se reformó el gusto de la pasada centuria, contribuyendo no poco al empalago y difusión de ella, la transmisión que se venía haciendo de un modo oral, y por lo tanto variable é incierto; pero en esta época de bienhechora transformación, en que los españoles dieron libelo de repudio con la pluma al nombre de bárbaros, es cuando el romance, es decir, nuestra poesía genuinamente nacional, con la feliz aplicación del asonante, y la tipografía como medio de perpetuidad, toma nuevos derroteros asentándose definitivamente en el lugar de preferencia que por legítimo derecho ocupa nuestro Parnaso. En estos tiempos nuestra lengua ó romance, venía caminando ya muy rápidamente hacia su perfección como dialecto, suavizando la mezcla del latín y bárbaro la dulzura del arábigo. Todo es transformación en estos instantes, la literatura va pareja de la política y social que empeza. ron la Monarquía gótica hasta los Reyes Católicos, y constituye una de las glorias más envidiables de Pérez de Hita su influencia indiscutible en la primera. Para convencernos, estudiemos sus obras.

III

Reseña crítica de la primera parte de el libro
«Guerras civiles de Granada »

Tres son las obras que conocemos del notable escritor de que nos venimos ocupando: una, Guerras civiles de Granada, editada muchas veces, no sólo en nuestro idioma, si que también en varios extranjeros (1); y las otras, dos libros manuscritos, en verso, uno de los cuales se encuentra, ó por lo menos se encontraba, custodiado en el Archivo Consistorial de la ciudad de Lorca (poema inédito intitulado: Libro de la poblacion y hazañas de la M. N. y M. L. ciudad de Lorca), y el otro existente en la actualidad en la Biblioteca Nacional, con el título de La Guerra de Troya, que es una traducción ó arreglo de la crónica troyana, compuesto, como decimos, por el dicho autor, vecino de la ciudad de Murcia, en el año de 1596. De ambos manuscritos nos ocuparemos á su debido tiempo.

Aun cuando Pérez de Hita escribió el penúltimo en el año de 1572, es decir, mucho antes que Las Guerras civiles, empezaremos por éstas, por ser, como publicadas, de la generalidad conocidas, mientras que los manuscritos son muy contadas las personas que los han visto y menos las que los poseen.

Jamás me cansaré de celebrar la elegancia, lozana y fecunda imaginación de este autor en las Guerras civiles, y muy especialmente en la primera parte, donde pinta á su capricho los personajes, por ser más remotos al tiempo en que lo escribía, y por lo mismo, más interés poético que á los de la se

(1) Igualmente se han publicado en inglés y en alemán extractos de esta obra, y sobre todo de los romances que contiene.

gunda parte, sus contemporáneos. De todos modos, siempre se distingue en la reseña de duelos singulares, fiestas y regocijos públicos, revelando algo así como de homérica sencillez, y en todas partes de sus escritos se notan gratos vislumbres de una condición suave, recta y apacible.

El asunto de la obra está elegido con gran juicio y discre. ción, por ser uno de los más gloriosos de aquella insigne época, fecunda en heroísmos. La total expulsión de los árabes de España es acontecimiento verdaderamente digno de ofrecerse á la consideración del escritor y del poeta; abunda en hechos excelentes é interesantes, donde al fuego de la historia pueden unirse los rasgos y las imágenes, comparables sólo con los más justamente celebrados. La narración motiva, al par que delei te, utilidad, por las diferentes reflexiones á que da ocasión. El sitio de Baza, por ejemplo, bastaría por sí sólo como asunto suficiente, no ya al novelista histórico, sino al poeta épico que se hubiera propuesto escribir versos heróicos dignos de ser celebrados por la fama. Fué uno de los hechos militares más grandes de aquellos días, puesto que se vieron reunidos más de sesenta mil hombres al rededor de las murallas como sitiadores, y veinte mil dentro de la ciudad y su alcazaba, como sitiados. Dividida la obra en dos partes, conforme á las épocas en que suceden los hechos que describe, de grandísima transcendencia é importancia de nuestra historia, cual son las guerras nacidas primeramente entre los moros durante los últimos días de los Reyes Alhamares, y excitadas ó sugeridas después y en seguida por los mismos contra los cristianos que les habían subyugado, empieza aquélla con la fundación de la perínclita y famosa ciudad de Granada, seguida de una cronología de sus Reyes, bajo la dominación Nazarita: declara los nombres de los primates moros que daban mayor lustre al Trono, y entre ellos, los pertenecientes á los treinta y dos linajes. Describe y enumera los lugares de todo el reino, con los límites respectivos; dibuja la Alhambra, Alijares, Torre Bermeja y Generalife; al par que con ingeniosa pluma fabrica palacios, fantasea jardines y toda clase de obras, cuya volup. tuosa ideología, transpiran en sus creaciones el genio magnífico y bien inspirado de los hijos del Oriente; y al través de aquellos

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