Pagina-afbeeldingen
PDF
ePub

poéticos misterios. En la fuerte Alcazaba, ó vieja fortaleza, no está el Zagal rodeado de sus parciales. La torre de la Cautiva, ó prisión de Doña Isabel de Solís, de friso trabajoso alicatado é iluminadas sus paredes por el oro y los más brillantes colores del iris, no le prestará tradiciones caballerescas, ni Morayma, ni Esperanza de Hita reclinadas en los frescos alhamíes, esperan en su defensa á Chacones, Ponces de León, Aguilares ni Gonzalos de Córdova; pues aquellas historias, trágicas algunas, pero alegres y felices las más, pasaron no hace mu cho tiempo, sosteniendo por lo mismo más vivamente la impresión del autor. No hay patios ni viviendas voluptuosas, ni frescos valles donde habita la salud; á las albercas cristalinas, á las celosías recaladas, á los lechos de azulejos multicolores, han sustituído los bravíos torrentes de las Sierras, y las cue vas inaccesibles, ocultas entre lujuriosas zarzas, punzantes hortigas y adelfas amargas. Desaparecieron las bellas bóvedas y ornacinas de colgantes, los festones de los arcos, las comarraxias y alicates trabajosos, hechos á manera de juegos kaleidoscópicos con azulejos brillantes.

El escritor, tal cual fué, surgirá sin embargo en algunos mo. mentos, como, por ejemplo, en los que relate los amores de Albexaris y la historia desdichada de la bella Maleha, ó más bien, y finalmente, cuando se le depare algún que otro episodio de entretenido y ameno esparcimiento, de los que fueran su especialidad, y si bien son pálidos fulgores de lo que fué, no dejan de cautivar las fiestas que refiere ordenó Aben-Humeya celebrar en la plaza de la ciudad de Purchena. Y que el autor decae en la descripción de torneos, amores y ternezas, él mismo lo confiesa explicando la causa, puesto que «toda esta historia es de coscorrones, armas y batallas.»

Si examinamos con el mayor detenimiento esta parte de la obra, es indudable que encontramos mayor realidad, mucha más veracidad histórica que en la primera, pues no sólo su autor fué testigo presencial, sino que actor obligado de los hechos cruentos, y por ello, y aun reseñando someramente, como lo vamos haciendo, ni es grato, ni gustoso, ni placentero analizarla entre increíbles crueldades y crímenes inauditos, amargando, de otra suerte, el sabor dulcísimo que habíamos

experimentado anteriormente; y es que el escritor, antes brillante abeja, libaba flores, y ahora que no hay flores, sino sangre, tiene necesariamente que hacer acre el producto y traba jo de su ingenio. No nos detendremos, pues, en el triste fin y arrasamiento del pueblo de la Galera, hecatombe suprema del pueblo morisco, émulo de Sagunto y de las gentes de Numancia; ni tampoco en el también trágico de la muerte de D. Luis de Quijada, ayo de D. Juan de Austria, sucedida frente al castillo de Serón, donde en otros días cantara el poeta la caballerosa hazaña «de los cuarenta,» ni mucho menos en el de tanto y tanto personaje como allí acabaran sus tristes días con oscura gloria, á fin de evitar que por un lamentable extravío fundado en el foco de falsa ilusión, se graben en el alma, inclinada al bien, prematuros desengaños.

El histórico cuanto magnífico cuadro de la Rendición de Granada, obra del ya inmortal Pradilla, arrebatará siempre nuestro espíritu con blandas y seductoras inspiraciones; empe ro el Spoliarum agitará así bien, y si se quiere con mayor ve hemencia, las mismas afecciones, pero en sentido totalmente contrario; éste, se nos asemeja á la petrificante cabeza de la Gorgona; aquél, al celestial casco de la sabia Minerva.

Tales son los sentimientos que producen las dos partes de las Guerras civiles cuando se comparan; y he aquí por qué la última, sin carecer de mérito, es inferior á la primera; aunque deba reconocerse que manejado el asunto con tacto y delicadeza, pueda aplaudirse más de una obra literaria, como sucede con el drama Aben-Humeya, del Sr. Martínez de la Rosa, ó con el romance Los Monfies de las Alpujarras, del fecundo novelista D. Manuel Fernández y González, porque Non satis est pulchra poemata; dultia asunto etc.,» dijo Q. Horacio Flaco, en su Arte poética; y en efecto, no basta que el poema sea elegante y primoroso, pues es necesario también que el asunto sea dulce, cosa que no se consigue presentando pavorosos monstruos, por lo que con excelente acierto, en mi opinión, no concluyó Pérez de Hita esta última parte de su obra con el fin de los Monfies muertos y destrozados, ni mucho menos en el eminentemente trágico, en que Abenabó, conducido á Granada montado en una mula, se lanza de ella despeñado y dan.

do con su cuerpo en honda sima de pendiente rambla; ni tampoco finaliza con el cuadro repugnante de exhibir los destrozados despojos clavados en la puerta del rastro de Granada, sobre el no piadoso letrero

«Aquesta cabeza es

del gran perro Abenabo,

que con su muerte dió cabo

á la guerra é interés »,

sino más bien y con grande acierto con el digno de los más afamados escritores antiguos y modernos.

<El Sr. D. Juan, dado asiento á las paces, y viendo que no quedaban ya moriscos que no estuviesen reducidos, se fué á Guadix, y de ella dió cuenta á S. M. de lo que pasaba. En seguida mandó S. M. que los moriscos fueran sacados de sus tierras y llevados á Castilla, á la Mancha, y á otras partes más distantes del reino de Granada. Publicado este mandamiento, luego se puso por obra su expulsión del reino. ¿Quién podría ahora explicar el profundo dolor que sintieron los granadinos al ver que se les mandaba salir de sus tierras? No fué menos que los cartagineses, cuando después de rendidas las ar. mas, les fué mandado que dejaran á Cartago para que fuese asolado. ¡Cuantas lágrimas se derramaron en todo el Estado granadino al tiempo que los moriscos se despedían de sus tierras! ¡Con qué pesadumbre lloraban las mujeres mirando sus casas, abrazando las paredes y besándolas muchas veces al traer á la memoria sus glorias pasadas, su presente destierro y sus trabajos por venir! Decían las desventuradas sollozando: «¡Ay Dios mío, ay tierras mías, que no esperamos veros más!» Muchas pronunciaban aquellas mismas palabras que dijo Eneas al salir de Troya: «¡Oh, tres ó cuatro veces fortunados aquellos que peleando murieron al pie de sus muros, pues al fin quedaron en sus tierras, aunque muertos!> <Así se lamentaban los moriscos piadosamente llorando.».

<Este fin tuvieron las guerras granadinas, al cabo de los mil años que los alarbes habían entrado en España, reinando el

Sr. D. Felipe II de este nombre, á quien Dios Nuestro Señor guarde largos años. >

Con este modo finaliza nuestro autor su obra, y si, como dice el poeta del Lacio, deben ser preferidos los poetas que mezclaron dulzura con utilidad, desde luego Pérez de Hita es uno de ellos. Pues en esta segunda parte resultan tan bellos como bien hechos los razonamientos y arengas graves que pone en boca de los caudillos, y muy especialmente, entre otras, la del Duque de Sessa, ó el del discreto Abaquí.

Así bien, deben ser notadas las querellas ó endechas de versos de cinco sílabas entrelazados, con las que D. Fernando de Valor desahoga las contrariedades y mudanzas de la suerte; que se asemejan en forma, sentimiento y dulzura, á los que en la primera parte de las Guerras civiles, puso en boca de Moráima, lamentándose de su mal y desdicha bajo la acusación de adulterio. Estas dos composiciones, en estancias, son dignas de un estudio muy detenido, porque si Pérez de Hita no fué quien introdujo esta forma de composición, desde luego serán muy pocas las que se nos presenten anteriores á este poeta; debiendo, para apreciar su verdadero valor, remontarnos á los comienzos de la segunda mitad del siglo XVI.

VI

Parte poética "Romances moriscos.,,-Los Moratines.Lope Gisbert

Hemos venido ocupándonos hasta ahora de la obra, haciendo caso omiso de los bellísimos romances que contiene, para arribar á éste que conceptuamos oportuno momento. Algunos maestros en el arte poético, han definido el llamado romance morisco, que ha ocupado tan distinguido lugar en nuestra poesía popular, diciendo: «Que no se llaman asi por. que sean traducciones de las canciones árabes, como algunos

han creido, ni porque en ellos se describan las batallas y los amores de los sarracenos, sino más bien porque se disfrazan bajo nombres, trages y costumbres de los moros, personages, desafios y amores castellanos»: y esto, en absoluto, no lo creemos cierto, puesto que supone bien el Sr. Martínez de la Rosa, cuando asegura que, nacidos en la época del galanteo, se distinguen de un modo preciso por el menor interés que los anteriores romances castellanos, de menor nervio aun cuando más ricos en gala y lozanía, y robustece esta creencia nuestra y el aserto del docto maestro cualquiera de los que Pérez de Hita nos dejó en su obra, porque tomando al azar uno de los muchos, y todos ellos del género, nos convenceremos fácilmente:

«Sale la estrella de Venus

al tiempo que el sol se pone,
y la enemiga del día

Su negro manto descoge.
Y con ella un fuerte moro
semejante á Rodamonte...

Quejábase grandemente
de un agravio tan enorme,
y á sus palabras la Vega
con el eco le responde:
<Zaida, dice, más airada

que el mar que las nubes sorbe,

más dura é inexorable

que las entrañas de un monte:

¿cómo permites, cruel,

despues de tantos favores,

que de prendas que son mías

ajena mano se adorne?

¿Es posible que te abrazas
á las cortezas de un roble,
y dejas al árbol tuyo
desnudo de fruto y flores?
¿Dejas á un pobre muy rico,
y un rico muy pobre escoges,
y las riquezas del cuerpo
á las del alma antepones?

« VorigeDoorgaan »