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IV

ENTRADA DE FERNANDO V EN LORCA

EL 17 DE JUNIO DE 1488

Y JURA DE LA OBSERVANCIA DE SUS FUEROS

La mañana del 17 de Junio del año de gracia de 1488 los fieles que salían de la vecina iglesia de San Jorge y los que habían madrugado para ir á sus faenas se iban agrupando alrededor de uno de los postes de la Lonja, el más inmediato á la fuente: el núcleo aumentaba sin cesar, y cada cual pugnaba por acercarse al centro, sin que los que lo conseguían quedasen más satisfechos que antes.

Daba origen á esta curiosidad popular un gran papel manuscrito y sellado con las armas del Concejo, que había amanecido puesto en aquel sitio; mirábanlo todos y volvían á mirarlo, girando la vista del papel al grupo y aplicando el oído á ver si alguno comprendía su significado, esperando se presentara quien supiera leerlo.

Mosén Garci-Jiménez, beneficiado de la parroquia de Santa María, acertó á pasar por allí, y al verlo, todos fijaron en él sus ojos, esperando de su mucho saber les interpretara aquel papel; el beneficiado, que si bien no era muy versado en hermenéutica, tampoco era muy diestro en leer letra de pluma, se vió en un verdadero compromiso ante la exigencia que le hacían sus convecinos, y únicamente se decidió á complacerlos confiado en su mucha bondad, y más que todo

en decirles lo que se le antojase, en el supuesto, muy probable, de que no pudiera leerlo.

Abrióse el grupo y pasó el beneficiado entre dos filas compactas; se colocó al pie del poste, frente al enigmático papel, y abriendo y cerrando la boca, pero sin pronunciar nada, al cabo de un gran rato dijo volviéndose á la concurrencia:

-Esto reza del Sr. Rey..... y de las beaticas..... y de Caravaca..... y de los moros..... ... y de muchas más cosas.

Un murmullo de general admiración acogió la lectura del edicto, y aquellas buenas gentes se dieron por satisfechas; pero como nuestros lectores no lo estarán, vamos á ponerlos al corriente de lo que pasaba.

Cuando la Providencia dispone castigar á un pueblo, da licencia al genio del mal, y empieza éste á tentar al uno, luego al otro, después al de más allá, hasta que al fin son tantas las sectas que mueve, que se arma una algarabía que nadie se entiende; todos quieren lo bueno, y ninguno lo hace ni deja hacerlo á otro; todos están dispuestos á sacrificarse por la patria, y todos medran con ella, unos á otros se achacan la malandanza de la cosa pública, crece la maledicencia, mengua el patriotismo y cunde la división; y como ha dicho el que es la Suma Sabiduría, que todo pueblo dividido será desolado, estas banderías ó bandolerías hacen cada una por su parte cuanto pueden para que se cumpla la divina predicción.

En una de estas situaciones, que no hay por qué desear, se hallaba el vecino reino de Granada; la emulación y la envidia de los caudillos y magnates moros les hacía odiarse mutua y cordialmente; de ellos pasó la malquerencia á las familias principales, y por fin, todo el pueblo, sin que bastara á contener esta escisión la prudencia y energía del Rey Muhamad Al-haizarí y de su Ministro Jucef Aben-Zeraq, ni la astuta y solapada política de Abu-Said.

Los parciales del Rey Abdalá el Zaquir mandaron emisarios al Rey de Castilla, ofreciéndole vasallaje si les ayudaba contra los de Muhamad, aconsejándole que entrase por la parte de Vera y Almería, cuya entrega facilitarían ellos;

Fernando V, que no deseaba más que concluir con la dominación musulmana en España, los recibió gustoso y prometió ayudarles, para lo cual reunió sus huestes y se dirigió al reino de Murcia, pasando desde la capital á Caravaca para entrar en el reino de Granada por la parte de Vélez; debió después adoptar el plan que le proponían los moros, y conociendo lo diestra y aguerrida que era la gente de Lorca, envió la siguiente carta:

«Justicia, Concejo, Caballeros, Escuderos y Homes buenos » de la Ciudad de Lorca, sepades como he determinado fazer » la guerra á los moros enemigos de nuestra santa fe; por >> tanto vos mando que allegueis vuestra gente, y esteis dis>puestos y preparados cuando vaya. De Caravaca á nueve » de Junio de 1488.»

Tres días después de escrita era entregada al honrado Jorge Vergara, Alcalde de Lorca y teniente corregidor, é inmediatamente hizo reunir el Ayuntamiento en su sala de sesiones de la torre de Pósito; componían el Concejo Jaime López de Guevara, Johan Bernal de Quirós, Johan Ponce de León, Lope Ponce de León, Gonzalo Piñeiro y Sancho Martín. El P. Morote con sus acostumbradas inexactitudes dice que eran treinta y seis los regidores, sin tener en cuenta que desde la instalación del Ayuntamiento en virtud de la Real cédula de D. Enrique, dada en Toro á 16 de Febrero de 1400, no eran más que seis; además, que en aquel tiempo, según la Población de España, de Méndez Silva, no tenía Lorca más que dos mil vecinos, y eran éstos muchos regidores para tan poco pueblo.

Fácil y envidiable creerán algunos la posición del Alcalde Vergara no teniendo que luchar más que con seis regidores; pero no olviden que aquellos señores hacían cuestión de honra y de hidalguía el más pequeño de sus pareceres, y la más insignificante palabra que hubieran proferido; la célebre frase, común en Lorca, de lo dicho dicho, y la haca en la puerta, alude á esto.

Afortunadamente entonces no se reunía el Ayuntamiento para librarse de un apremio de la Hacienda, ó cambiar de servidores; lo hacían, según dicen todas las actas, para tra

tar del bien del común y de cosas pertenecientes al servicio de S. M.: estaban, pues, en el lleno de sus atribuciones.

Leída y oída que fué la carta con el ceremonial y acatamiento debidos, quedáronse todos meditando, hasta que Bernal de Quirós dijo:

-S. A. no ignorará que todos los servicios que Lorca ha prestado han sido voluntarios, cual cumple á buenos hidalgos, y bien podía usar modo más cortés el Secretario del Rey.

-Tampoco se dice-añadió Sancho Martín-el puesto que debe ocupar Lorca, y con S. A. vendrán muy ilustres Caballeros y Ricos homes y no debemos marchar en pos, porque merescido habemos ir en vanguardia siempre que de guerra se trate.

-Ansí fué concedido por D. Juan II-interrumpió el escribano del concejo, Pedro Alcocer.

-No se moverán mis gentes-dijo Johan Guevara-si no van en el lugar que les corresponde.

-Ni las mías-añadió Piñero.

El Alcalde Vergara, que vió el mal efecto que la carta había producido, y lo muy dispuestos que estaban aquellos testarudos hidalgos á consignar la altiva frase se obedece, pero no se cumple, sagaz y como hombre entendido, procuró dar otro giro á la cuestión, y preguntó después de una breve pausa: -¿Ha confirmado S. A. los privilegios y fueros de la ciudad?

-No-contestaron todos á la vez.

-¿Y hásele suplicado que lo hiciera?

La respuesta no fué tan explícita, pero Bernal de Quirós replicó:

-Lorca no ha tenido necesidad de demandar gracia; las mercedes que le han sido otorgadas ganado las há con sus servicios, y para dar ahora lo que se le pide, no lo hará sin que antes jure S. A. conservar sus fueros y privilegios.

-Hágase así―dijeron todos.

El secretario mojó la pluma y miró al Alcalde, esperando le dictara lo que había de consignar en el acta.

Vergara, hecha una ligera inclinación de cabeza como para tomar la venia de aquellos señores, dijo:

«El Concejo acuerda prestar toda su ayuda en la guerra >>contra el reino de Granada, tan luego como S. A. haya ju»>rado sobre los Santos Evangelios y en la iglesia de Señora >>Santa María...............»

-No-interrumpieron todos;-antes de entrar en la ciudad, al pie de sus murallas.

-Sea-dijo el Presidente, y no creyó oportuno hacer ninguna reflexión y siguió dictando:

«Jurando sobre los Santos Evangelios, donde á bien tenga »S. A. fuera de la ciudad, los privilegios, fueros, exenciones » que esta ciudad tiene recibidos de sus gloriosos anteceso»res; é asimismo acuerda se haga saber á todos los vecinos, para que ninguno sea osado á salir de la ciudad hasta que »S. A. haya penetrado en ella, y puedan prestarle homenaje y obsequio debido.»

Leyó el acuerdo el secretario, y así que lo hubieron firmado concluyó el cabildo, y cada uno se marchó, no á contar lo que había pasado y recibir órdenes, sino á esperar la oportunidad de ejecutar el acuerdo.

Juva miseris, argue pusilanimis: Desafiamos al más estirado epigrafista á que ponga un mote más significativo, más adecuado y más en armonía que éste, grabado en la célebre campana del Pósito, hoy existente en la torre de la insigne iglesia de San Patricio.

En aquellos tiempos en que no había Administración, y en que cada una de las ruedas del Estado rodaba por sí, sin engranar unas en otras, exponiéndose de esta manera á pararse todas ó hacer saltar el artificio cuando alguno de los dientes se alarga más de lo conveniente; en aquellos tiempos, repetimos, sucedía una cosa fenomenal, y era que el Concejo de Lorca tenía dineros, y además tenía trigo y cebada y..... buena voluntad; pero eran tontos, puesto que daban aquel trigo y aquella cebada, y á veces aquellos dineros, á todo el vecino labrador y pobre que los pidiera para sembrar ó para remediarse; y lo daban casi de balde, porque de balde era dar después de la cosecha un celemín por cada una de las fanegas de grano que hubieran sacado. ¡Qué diría de esto un economista! Y sobre todo, ¿cómo era posible administrar bien

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