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habido diferencias en el lenguaje de los libros, en el vulgar y corriente, con levísima elisión, siempre se ha llamado LORCA á la ciudad ilustre, distinguida por Plinio, mencionada en el itinerario, sede episcopal desde la propagación del cristianismo, preservada de los estragos de la invasión mahometana por Teodomiro en el Tratado de Auriola, cabeza de principado de los árabes y llave de la frontera á la reconquista cristiana, llamada poéticamente la Ciudad del Sol, por la palabra Elio que al astro de la luz se aplica, y cuyas antigüedades y vestigios prehistóricos, fenicios, romanos y moriscos y su interesante posición están pregonando aún en nuestros días su remoto origen é histórica importancia.

ABEN ALAGH.

X

UNA HAZAÑA DE FAJARDO (1)

I

No hubo en Lorca caballeros
tan nobles como Fajardo,
el que amparaba á los moros
lo mismo que á los cristianos.

Por el ancho firmamento
la noche su manto tiende,
el resplandor de la luna
que tras el monte aparece
festona las blancas nubes
que la fresca brisa mece
y sus misteriosos rayos
se quiebran en la corriente
que por el prado serena
entre sus flores se pierde:
bajo una verde enramada
tapizada de claveles,

donde el rumor de las auras
entre sus hojas se pierde,
y ocultos entre las frondas
de los espesos laureles,
conmovido Moabdelín

quizá abraza para siempre

(1) Este romance histórico, debido á la pluma del escritor lorquino don

José Mención Sastre, fué premiado por la Sociedad Económica de Lorca.

á los nobles capitanes

que con él su patria pierden,
y que á su lado lucharon
esforzados y valientes,
prefiriendo á ser vencidos
hallar en la lid la muerte.
Muley-Alboacen, su hermano,
que la cruel guerra enciende,
es odiado por Zegríes,
Albenzaides y Gomeles,
y su brillante corona
vacila sobre su frente,
porque sultanes tiranos
los mahometanos no quieren,

y si en el recio combate
Muley con bravura vence,

y coronado de gloria

y rodeado de gente

entra en la morisca Alhambra, como otras pasadas veces, celebrando sus victorias

con zambra, juego y placeres, en sus dorados salones soldados, deudos y jefes,

urden tenebrosa trama

que ha de estallar muy en breve, mandada por los Alcaides de Baza, Granada y Vélez.

II

Del sol los últimos rayos los altos montes doraban, dando á la feraz campiña misteriosas tintas vagas. El lucero de la tarde tímidamente brillaba,

y á su resplandor incierto, camino de Lorca marcha sobre cordobesa yegua Moabdelín el de Granada. Suspira el árabe triste, no porque deja su patria, ni porque teme infortunios, ni porque espera desgracias, sino porque deja sola á la linda Celindaja, en los cármenes amenos que el Genil y Darro bañan; catorce moros zegríes mandados por Abenámar, sobre potros jerezanos de crines crespas y largas, lo siguen en el destierro como en los juegos de cañas, como en zambras y festines, como en lides y batallas; llevan anchos alquiceles

con negra capucha echada, capellares amarillos

terciados con verdes bandas,

calzones pardos y azules,

marlotas rojas y blancas, y bonete del que ondean plumas de colores varias con una letra que dice: «Te seguiré donde vayas.>> En busca va de Fajardo y en él tiene la esperanza, que del capitán lorquino el nombre llevó la fama hasta los regios salones de la magnífica Alhambra. Á largo trote caminan al son de sus cimitarras por entre floridos prados que grato perfume exhalan; al divisar la ciudad

y penetrar por sus plazas,
corre indignada la gente,
el grito de guerra lanza,
y en confuso remolino
se dirigen al 'Alcázar,
donde ya el rumor resuena
de bélicas trompas y armas:
de paz hermosa bandera
un moro zegrí levanta;

Moabdelín desmonta el bruto humilde al freno que tasca, y á pie llega junto al puente delante de la muralla, y al centinela le dice en buen habla castellana: -Díle á Fajardo que venga, que aquí lo espero con ansia.— Y embozóse en su albornoz, lleno de estrellas de plata y azul como el firmamento que el Guadalentín retrata, por si acaso ver pudiera la gente que le acompaña dos lágrimas que quemaron

su corazón y su cara.

III

En una tarde de Julio sosegada y apacible, en un salón del castillo guarnecido de tapices, que los blasones de Lorca de trecho en trecho dividen, bordados en pedrería sobre franjas carmesíes, al ajedrez Moabdelín

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