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con Fajardo juega y ríe;
el moro juega á Almería,
delicado y blanco cisne,
nacido de entre las ondas
en noche serena y triste,
perla que el mar á la orilla
llevó en sus olas movibles;
y Fajardo juega á Lorca,
sultana hermosa que vive
reclinada entre las flores
de sus prados y jardines,
ondina que entre las linfas
del Guadalentín sonríe,
cuando sus hilos de plata
al correr por los pensiles
reciben los perfumados
aromas de los jazmines.
Estaba ya la partida
á punto de decidirse,
cuando los toques agudos
sonaron de dos clarines.
Al poco, un alto escudero,
que brillante cota viste,
con timidez á Fajardo,
por temor de interrumpirle,
á un embajador le anuncia
que corta audiencia le pide.
Deja á su huésped jugando,

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Indignado el buen Fajardo,
á Aliatar así le dice:
Monta enseguida á caballo
y corre al Generalife,

y dile al Sultán que es eso
punto menos que imposible.
Que si no le satisfago,

que entre en Lorca lanza en ristre arrasando de la vega

los pintorescos confines,

que aquí Fajardo lo espera,
á quien conoció en las lides.
Y señalando la puerta,
al bravo Aliatar despide.
Busca á Moabdelín Fajardo,
y ambos el juego prosiguen:
el árabe gana á Lorca,
y el cristiano, como un tigre,
le dice: ven á tomarla

con tus Muzas y Alfaquíes,
que no ha de ser ¡vive Dios!
mientras Fajardo respire.
Moabdelín abre los brazos
al ver acción tan sublime,
y á su protector Fajardo
ansioso en ellos recibe,
y unidos en tierno abrazo
quedan los dos adalides.

IV

Del día la luz primera por Oriente despuntaba, en el cielo reflejando sus tintas de rosa y nácar. Apenas entre los pliegues del ancho azul fulguraba

el lucero que á la aurora
conduce en nubes de grana;
en el cáliz de los flores
que blanco rocío cuajan,
tímidamente se quiebran
los tenues rayos del alba;
inquieta la brisa mece

del bosque umbrío las ramas,

y

de la fuente serena

riza las límpidas aguas;

el ruiseñor en la selva,
dulce melodía canta;
las palomas por el prado
vuelan en largas bandadas,
y nubes de colorines
despiertan con la mañana.
En el castillo á esa hora
se oye animación extraña;
caballeros salen y entran,
soldados suben y bajan,
y en el espacioso patio,
pajes y escuderos cantan
caballerescas historias

de moros, duendes y damas,
mientras los negros caballos
de sus señores preparan;
el pesado puente cae
sobre sus enormes barras,

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los vencedores aclaman; por eso deja de Lorca el fuerte y seguro Alcázar, y en unión de los cristianos hacia la pradera baja. Al perderse la ciudad, de la bruma entre las gasas, Moabdelín y los zegríes á sus amigos abrazan, y en sus pechos, de Fajardo el sagrado nombre guardan; y unos tornan hacia Lorca y otros siguen á Granada. Al proseguir su camino, Moabdelín triste se para, vuelve los ojos á Lorca, que la neblina velaba, y al percibir sus contornos, que vagos se dibujaban, resbaló el llanto en sus ojos hasta el fondo de su alma. Embozóse en su albornoz lleno de estrellas de plata y azul como el firmamento que el Guadalentín retrata, y clavando el acicate sobre su yegua alazana, seguido de sus zegríes á todo galope escapa. Al llegar á su palacio, en las bellas filigranas

del camarín suntuoso

que ha de usar con Celindaja,

para asombro de su pueblo

y respeto de su raza,

en caracteres de oro

de Fajardo el nombre graba.

XI

TOMA DE OVERA (1)

Alonso Yáñez Fajardo,
capitán noble y valiente,
que no lucha contra moros
do la victoria no encuentre;
caballeroso y leal,

con el vencido es prudente;
en el combate, guerrero,
contra el enemigo, fuerte;
corazón tiene lorquino,
que si sensible le tiene
porque la fe en él derrama

su luz constante y perenne,

en cambio, cuando en el campo

su temible lanza mueve,

el corazón de Fajardo

de su lanza tiene el temple.
Mil victorias, mil hazañas
contra la morisca gente,
al Monarca Juan segundo,
con su memoria, le mueven
á dar al bravo Fajardo

el blasón que se merece

(1) Este romance, de D. Jacobo Rubira, fué también premiado con mención honorífica en certamen celebrado por la Real Sociedad Económica Lorquina.

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