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al toro, se inspiró Thormodouciaco para hacer su popular FIESTA, en cuya composición los caballeros protagonistas pasan por muchas situaciones idénticas, y desde luego Aja, Zara, Jarifa, Fátima y Zaida, las damas moras que para Moratín son de Jetafe, Alcorcón, Almonacid, Adamuz y Meco, para nosotros, que se nos antojan mal colocadas en pueblos tan sumamente prosáicos, conceptuándolas merecedoras de más poética vecindad, son ni más ni menos las mismas damas ó sultanas granadinas del romance «Las Guerras civiles,» de donde seguramente Moratín, padre, las desterró á las áridas inmediaciones de Madrid, camino de Aragón, su patria, ya que no se le ocurrió avecindarlas entre los tan conocidos pueblos de Pinto y Valdemoro.

Y que el argumento de la composición de D. Nicolás Moratín es en un todo semejante al de Pérez de Hita, lo dice bien claro el romance de éste, probando, además, que no se debe ni este ni otro alguno de su obra á la musa popular recogida ó reproducida por nuestro escritor de Mula, sino más bien á su estro, puesto que lo expresa bien claro cuando dice en sus «Guerras civiles» «que el citado romance se sacó aquel día por lo tan bien que lo hizo el invencible Gazul,» hechos que describe anteriormente: «congregáronse de la ciudad y forasteros muchas gentes á las fiestas reales» (así empiezan también precisamente las famosas quintillas de la «Fiesta de Madrid>.)

Ya se habían corrido cuatro toros muy bravos y el quinto estaba en la plaza, cuando entró por ella un caballero con un lucido caballo; la marlota y capellar eran verdes, como quien vivía con esperanza, las plumas verdes con argentería de oro> (nadie dejará de recordar al leer la bravura de los toros, y especialmente la del quinto (1), con la de los corridos en «La fiesta de Madrid» y la fiereza del que alanceó Rodrigo de Vivar, cuya entrada en la plaza se asemeja á la del invencible Gazul; y para que haya mayor similitud, continúa Pérez de Hita) grande contento dió el caballero á todos los que esta

(1) Como se ve, ya 6 desde entonces el quinto toro suele ser el de la co rrida.

ban mirando la fiesta (y á este propósito dice del suyo Mo. ratín):

«Y algunos le llaman Cid

y más á la hermosa Lindaraja, porque luego conoció á Gazul» (precisamente lo mismo que sucede á la bella mora presidenta de la fiesta, cuando la cautiva cristiana la dice haber reconocido al Cid en el bravo alanceador y bizarro caballero.)

<Pues como Gazul entró tan gallardo, y vió que todo el vulgo le miraba, añade Pérez de Hita, se puso en medio de la plaza y aguardó que el toro viniera por aquella parte, el cual no tardó mucho, que habiendo muerto cinco hombres y atropellando más de cincuenta, llegó, y así como vió al caballo, arremetió para herirle. Gazul le aguardó, y al tiempo que el toro quiso dar su golpe, le clavó un rejonazo tan cruel en medio de los hombros, que contra su gusto cayó en tierra.» (El mismo acometimiento hace el toro al de Vivar, y el mismo fin tiene el bruto por los esfuerzos del legendario castellano.)

<Admirado quedó el Rey y toda la Corte al ver la venturo. sa suerte de Gazul y qué brevemente había quitado la fuerza y brío á un animal tan feroz.» (Este animal tan feroz inspiró sin duda á Moratín lo de que, como el suyo, nunca había pastado otro más fiero en las orillas de Jarama, junto al puente de Viveros; y lo de la admiración que produjo al Rey y á toda la Corte al ver la venturosa suerte de Gazul, es muy parecido á lo absorto que quedó el concurso entero ante el hecho del soberbio castellano, á quien, según el insigne poeta, ‹y algunos le llaman Cid.»).....

<Y no quedando ya ningun toro, prosigue Pérez de Hita, hecho el acatamiento debido al Rey, á la Reina y en particu lar á Lindaraja» (este acatamiento en particular á Lindaraja, tiene mucho, si no lo es todo, del de el poeta aragonés:

<Sultana, aunque bien entiendo

ser favores excesivos

mi corto don admitiendo, etc.>

¿No resulta singularísima identidad, excepción hecha de la bellísima forma de las quintillas, clase de composición de invención muy posterior á la de Pérez de Hita, entre la «Fiesta de toros en Madrid», y la «relación que se sacó aquel día, y de ella un romance, por lo que también hizo el invencible Gizul?» Creemos que sobre tal punto, la duda, por lo menos, favorece entre dos al que escribió primero; y lo que sucede con ésta y alguna otra composición de D. Nicolás, acontece cosa semejante con el romance heróico sobre la toma de Granada, escrito en 1779 por su hijo el dulcísimo Inarco Celenio.

Tampoco puede considerarse ajeno á tan plácida influencia á mi respetable é ilustre amigo el literato y estadista, D. Lope Gisbert, puesto que en uno de sus bien escritos romances, intitulado «La Hazaña de los Cuarenta», no consiguió más que hacer una glosa primorosa del episodio de la «Novia de Seron», celebrado en prosa y en verso por Pérez de Hita (1). No seguiremos, por lo tanto, investigando sobre más autores, puesto que con los citados basta para su gloria, limitándonos solamente á hacer resaltar la galanura con que describe, para confirmar lo que constantemente venimos diciendo sobre su estilo peculiar y único en aquellos tiempos:

<Reduan bien te acuerdas

que me diste la palabra

que me darías á Jaen

en una noche ganada...>>

Si lo dige, no me acuerdo,
mas cumpliré mi palabra.
Reduan pide mil hombres,
el Rey cinco mil le daba
por esa puerta de Elvira
sale, muy gran cabalgada;

(1) Escrito ésto, hemos sabido con el mayor sentimiento la sensible pérdida del Sr. Gisbert, ocurrida en 1.o Febrero de este año de 1888, en Manila, donde ejercía elevado cargo en la Administración de aquella isla. El autor de este modesto trabajo cree deber suyo hacer público testimonio de su reconocimiento al finado, á quien debía las mayores deferencias.

cuánto del hidalgo moro
cuánto de la yegua baya

cuánta de la lanza empuño,
cuánta de la dalga blanca,
cuánta de marlota verde,
cuánta aljuva de escarlata,
cuánta pluma y gentileza,
cuánto capellar de grana,
cuánto ballo borceguí,
cuánto raso que se esmalta,
cuánto de espuela de oro,
cuánta estribera de plata!
Toda es gente valerosa
y esperta para batalla,
en medio de todos ellos
va el Rey chico de Granada
mirando las damas moras

de las Torres del Alhambra.
La reina mora su madre
de esta manera le habla:
«Alá te guarde mi hijo,
Mahoma vaya en tu guarda,
y te vuelva de Jaen
libre, sano y con ventaja,

y te de paz con tu tio

señor de Guadix y Baza.>

Empero donde luce toda la inventiva de su fastuoso ingenio, es en la reseña ó invención de los famosos motes ó divisas en las adargas de los caballeros de sus leyendas:

sale el valeroso Muza

á Biba rambla una tarde;
por mandado de su rey
á jugar cañas se sale,
del blanco, azul y pagizo,
con encarnados plumages;

y para que se conozcan
en cada darga un salvage
acostumbrada divisa

1

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de moros abencerrages,
con un letrero que dice;
abencerrages levanten

hoy sus plumas hasta el cielo,
pues de ellas bisten las aves;
y en otra cuadrilla vienen
atravesando una calle
los valerosos Zegries
con libreas muy galanes.
Todos de morado y verde,
marlotas y capellares,
en mil jaqueles guardados
de plata los acicates
sobre yeguas bayas todos,
hermosas, ricas, pujantes,
por divisas las adargas
unos sangrientos alfanjes
con una letra que dice:
no quiere Alá se levanten,
sino que caigan en tierra
con el acero pujante.

Y en otro sitio y diferente romance:

<Entraron los sarracinos

en caballos alazanes

de naranjado y de verde
marlotas y capellares.
En las adargas traían
por empresas sus alfanges.
Hechos arcos de cujudo

y por letras fuego y sangre.
Iguales en las parejas
les siguen los Aliatares,
con encarnadas libreas
llenas de blancos follages.
Llevan por divisa un cielo
sobre los hombros Atlante,
y un mote que dice asi:
Tendrelo hasta que se canse.
Los Alarifes siguieron
muy costosos y galanes

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