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ha dado noticia (VI-48), contiénense las poesías premiadas en justas salmantinas de fines del siglo XVI.

Cervantes, que ganó el primer premio en las justas de Zaragoza, celebradas para solemnizar la canonización de San Jacinto, escribió, sin embargo, que los premios no se otorgaban al mérito, sino al favor. “... procure vuesa merced - dijo Don Quijote al hijo del Caballero del Verde Gabán llevar el segundo premio, que el primero siempre se lleva el favor o la gran calidad de la persona; el segundo se le lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser segundo, y el primero a esta cuenta será tercero..."

60. Academias poéticas; su origen italiano: A) Las que hubo en Madrid. B) En Sevilla. C) En Valencia. D) En Huesca, Zaragoza, Toledo y Nápoles. E) En Méjico y en el Perú. Ya se ha indicado, al tratar de las tertulias o reuniones, que muchas de éstas tomaban el carácter o título de academias poéticas; pero las hubo más serias: algunas fugaces, convocadas para celebrar algún suceso particular, como la fiesta de un santo, un nacimiento o una boda y que desaparecían en seguida, no sin dejar rastro impreso, siendo muy rica la bibliografía española de la segunda mitad del siglo XVII en libros y opúsculos descriptivos de estas academias; otras permanentes, y que duraron más o menos tiempo, conservándose de algunas de éstas las actas y colecciones de poesías y de otras, somera noticia.

Esta moda de las academias vino de Italia, donde pulularon en el siglo XVI y en el siguiente: la academia de los Intronati en Sena, la de los Humoristas en Roma, la de los Linces en Bolonia, la de los Elevados en Ferrara, la de los Ociosos en Génova, la de los Confiados en Pavía, las de los Durmientes y de los Inflamados en Pádua, la de los Insensatos en Perusa, la de los Caliginosos en Ancona, etc. La de la Crusca, en Florencia, tenía por fin la depuración de la lengua, y en 1612 publicó un Vocabulario italiano, que no ha perdido todavía su autoridad. En 1690 fundó en Roma el jurisconsulto Gravina la de los Arcades, que aún subsiste, dedicada al cultivo de la historia, arqueología y literatura (1).

A) A imitación y semejanza de las italianas fueron nuestras academias del Siglo de oro. Hubo en Madrid: la de Los Humildes, de que sólo cono

(1) Estas noticias, y las contenidas en los siguientes párrafos A, B, C y D, están tomadas del magnifico estudio La fundación de la Academia Española y su primer director D. Juan Manuel F. Pacheco, marqués de Villena, por D. Emilio Cotarelo Mori. (Boletín de la Real Academia Española, Tomo I, cuaderno I. Febrero 1914, páginas 4 a 17).

cemos el nombre, y La Imitatoria, de que habla Juan Rufo, la cual empezó con gran aparato y concurso de gente principal, presidida por un jovenzuelo de la Grandeza que se las echaba de poeta; pero no duró ni un año, lo que hizo decir a Rufo: Como el presidente era niño, murió la academia de alferecía. La fundada (19 Noviembre 1611) por el conde de Saldaña, hijo segundo del duque de Lerma, a que concurrió Lope de Vega, y que tuvo breve y desordenada existencia; El Parnaso, también llamada Academia Salvaje, comenzada en 1612, y que duró dos años, a que asistieron los

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mayores ingenios de la época; y La Academia de Madrid, o La Peregrina, después denominada Mantuana, y por último Castellana, la cual duró mucho tiempo (de 1615 a la segunda mitad del siglo XVII) y a que concurrieron ordinariamente Lope de Vega, Calderón, Montalván, Góngora, Quevedo, etc., y lo más granado de la aristocracia. Se dice que el mismo Felipe IV asistió a algunas sesiones. Los académicos tenían sus motes, y así, v. gr., Lope, que en la academia se llamaba Belardo, leyó en ella su Nuevo arte de hacer comedias.

B) En Sevilla puede ser considerada como academia la célebre tertulia del suegro de Velázquez, Francisco Pacheco, y lo fueron las presididas por el marqués de Tarifa en la Casa de Pilatos, y por el poeta D. Juan Ar

SALCEDO.- La Literatura española. - Tomo II.

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guijo en la suya; cuenta Rodrigo Caro que Arguijo consumió un pingüe patrimonio en el sostenimiento de su academia. Vélez de Guevara, en El Diablo Cojuelo, da curiosos pormenores de otra academia de la misma ciudad que se reunía en la planta baja de la casa del conde de Torre Ribera, su patrono, y a que asistían poetas y la poetisa doña Ana Caro de Malleu, a quien llamaban sus admiradores la décima musa sevillana. El Diablo llevó a don Cleofás a una sala en que había "mucha gente de buena capa senta

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dos con gran orden, y uno en una silla con un bufete delante, una campanilla, recado de escribir y papeles, y dos acólitos a los lados, y algunas mujeres con mantos de medio ojo, sentadas en el suelo..." Dijo el Cojuelo a don Cleofás: "Esta es una academia de los mayores ingenios de Sevilla, que se juntan en esta casa a conferir cosas de la profesión y hacer versos a diferentes asuntos..." Leyéronse versos primero por los académicos y después por los forasteros, a los que invitó el presidente; hiciéronlo "en alta voz, con acción bizarra y airoso ademán... aplaudiéndolo toda la academia con vitores y un dilatado estruendo festivo". Por último, "sacando una guitarra una dama de las tapadas, templada sin sentirlo, con otras dos cantaron a tres voces un romance excelentísimo de D. Antonio de Mendoza...

con que se acabó la academia de aquella noche, dividiéndose los unos de los otros para sus posadas, aunque todavia era temprano, porque no habian dado las nueve“.

C) De Valencia es famosa la Academia de los Nocturnos, fundada por D. Bernardo Catalán de Valeriola, que la gobernó y sustentó en su casa desde 4 de Octubre de 1591 hasta el 13 de Abril de 1594, y de que fueron académicos los principales ingenios valencianos con sus correspondientes motes: Gaspar de Aguilar (Sombra), Tárrega (Miedo), Guillén de Castro (Secreto), Rey de Artieda (Centinela), etc. Consérvanse las actas de las ochenta y ocho sesiones celebradas, en que se leyeron 805 poesías y 85 trabajos en prosa (1). Las reuniones, o academias, pues así se llamaba no sólo a la corporación sino a cada una de las sesiones, eran semanales, generalmente los miércoles, y comprendían la lectura de ocho o diez poesías, un discurso en prosa y a veces otro discurso improvisado. Los discursos que se conservan no pueden tener algunos más extravagantes argumentos, v. gr., sobre si Lucrecia fué o no casta, apologías del perro, de la ignorancia, de la cobardía, de las mujeres gordas, etc.

D) También se conservan en la Biblioteca Nacional las actas con sus versos de otra academia que funcionaba en Huesca por los años de 1610 y 1611, y que algunos suponen ser la titulada de Los Anhelantes, que dejó de existir hacia 1620. Los versos son buenos, como anteriores al conceptismo y culteranismo, de asuntos religiosos, morales y amatorios. El manuscrito de la Nacional declara que se concedían premios, aunque sin decir qué eran.

Vagas noticias hay de una Academia de los Ociosos, establecida en Zaragoza, y quizás contra ella fundaron o presidieron otra las condesas de Eril y de Guimerá, que parece haber tenido el título de La Pitima contra la ociosidad, y la cual celebró su primera sesión el 9 de Junio de 1608. Sus actas manuscritas, conservadas en la Biblioteca Nacional, contienen las Ordenanzas firmadas por la condesa de Guimerá, muchos versos devotos, discursos en latín y en castellano, un certamen en lengua latina, un comentario sobre los Diálogos de D. Antonio Agustín y traducciones de clásicos.

Don Diego Duque de Estrada, en sus Comentarios del desengañado (Memorial Histórico Español, tomo XII) habla de una academia sostenida en su palacio de Toledo por el conde de Fuensalida, a que asistían los inge

(1) El manuscrito que fué de Salvá, está hoy en la Biblioteca Nacional: Cancionero de la Academia de los Nocturnos de Valencia, extractado de sus actas originales por D. Pedro Salvá y reimpreso con adiciones y notas de Francisco Martí Grajales, Valencia, 1905.

nios toledanos y frecuentemente algunos madrileños; y de otra titulada, como la de Zaragoza, de Los Ociosos, que mantuvo en Nápoles el virrey conde de Lemos. ¿Sería importada por los aragoneses que fueron con Argensola?

E) Quizás puedan considerarse como academia poética las reuniones o saraos del virrey de Méjico marqués de Mancera (1664-1673) y sus inmediatos sucesores, en que Sor Juana Inés de la Cruz hizo sus primeras armas literarias. Del Perú hay noticia de la Antártica Academia de la ciudad de Lima, a cuyo nombre escribió el licenciado Pedro de Oña sonetos laudatorios en la traducción de Las Heroidas, de Ovidio por Diego Mejía. De 1614 a 1621 fué virrey del Perú el príncipe de Esquilache (1), y cuenta Mendiburu "que durante su permanencia en Lima gustaba rodearse de los ingenios más distinguidos, y semanalmente reunía en su palacio a diferentes personas renombradas por sus talentos y luces, con las cuales departia sobre materias literarias y científicas" (2). De aquí sacó Ricardo Palma el animado cuadro de una academia literaria fundada por Esquilache. "Todo esto, ha escrito Menéndez Pelayo, tiene trazas de ser verdad; pero mientras no pueda citarse más documento que el dicho de un escritor del siglo XIX, por docto y bien informado que sea, hay que dejar en duda la existencia de la academia o tertulia literaria de Esquilache... Academia en el palacio virreinal de Lima no hallamos hasta el tiempo del marqués de Castell-dos-Rius“ (3). El virreinato de Castell-dos-Rius es ya del siglo XVIII.

61. La lengua y la literatura del Siglo de oro. Su elogio sintético, por Ricardo León. Si las proporciones de este libro lo consintieran, extenderíamos la exposición del estado social en el Siglo de oro, necesaria para comprender bien la literatura, a otros extremos intere

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(1) Don Francisco de Borja y Aragón nació en Madrid (1582). Era nieto de San Francisco de Borja, heredó los títulos de conde de Mayalde y de Ficaltro, y por su matrimonio con su prima Ana de Borja fué principe de Squillace o Esquilache. Heredó de su padre el primer conde de Mayalde las aficiones literarias que cultivó en el trato intimo de los ingenios de su época, alcanzando el apodo de Príncipe de los poetas castellanos, "aunque distase bastante dice M. Pelayo de ser príncipe de la poesía“. Escribió el poema heroico Napoles recuperada por el rey Alfonso (1651), Obras en verso (1639), La Pasión de Nuestro Señor en tercetos (1638), Oraciones y meditaciones (1661). Traducía la Imitación de Cristo, de Kempis, cuando murió en Madrid (1658). M. Pelayo dice también de él que no merece el olvido en que ha caído, que debe ser rehabilitado, que en los versos cortos rivalizó a veces con Lope de Vega, y que prestaría un buen servicio el que sacara de sus obras poéticas editadas en Amberes un pequeño volumen con lo digno de conservarse (Historia de la Poesia Hispano-Americana, Tomo II, pág. 182).

(2) Discurso Histórico y Biográfico del Perú.

(3) Poesia Hispano-Americana. Lugar citado en la nota penúltima.

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