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conservan de aquel tiempo, considerados como preciosidades bibliográficas, alcanzan precios de valiosas joyas (1).

De los primeros años del siglo XVI son apreciadísimas las estampas de la Crónica de San Fernando, de la Vida de Santa Maria Magdalena (Va

LIBROS DEL SIGLO XV

Marca de los impresores de los tratados de Ortiz, usada en Sevilla en 1493.

lencia, 1505), de la Leyenda de Santa Catalina de Sena (Valencia, 1511), del Flos Sanctorum, del P. Vega (Zaragoza, 1529). Ya de últimos del siglo es la portada de la Genealogía de los Girones (Alcalá de Henares, 1577), tenida por obra maestra en su género. En el siglo XVII nuestras ilustraciones de libros y estampas sueltas en madera llegaron a su mayor esplendor, cosa natural por ser el período del máximo florecimiento de la pintura española.

En cuanto al grabado en cobre, tienen algunos por indudable que la lámina de la Virgen del Rosario, de Fray F. Domenech, la más antigua manifestación conocida de tal arte en España, es de 1455, y en ese caso hubiera precedido a las tan celebradas de la edición de la Divina Comedia, de Bonini Riminis (Florencia, 1457). Otros leen en nuestro grabado la fecha de 1488. Sin entrar en esta disputa, es lo positivo que desde los comienzos del siglo XVI adornáronse nuestros libros con primorosos grabados en cobre: de 1524 es la portada de una obra de Juan de Robles, titulada Novus et methodicus tractatus de representatione, grabada muy bien por Juan de Diesa, establecido en Madrid. De 1548, la de los Anales de Aragón, de Zurita. De la misma época, los mapas grabados por Fernando de Solís, con retratos de Colón y Américo Vespucio. Felipe II trajo de Flandes a Pedro Perret, que fué el más insigne grabador de su siglo en España. Alcanzó el reinado de Felipe IV, y ninguno de los que cultivaron su arte en nuestra patria, casi todos extranjeros como él - Popma, Schorquens, Roux, Heylan, la hija de éste, Ana, Cordier, etc., — y los españoles Obregón, Hernández, Arteaga, Enríquez, etc., ni compitieron con él, ni sostuvieron el grabado en

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(1) Aún las reproducciones tipográficas se venden a subido precio. Y no sólo corren por ahí reproducciones, sino falsificaciones hábilmente hechas, con que se ha explotado a bibliomanos y coleccionadores poco inteligentes.

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Grabado en madera que se halla a la cabeza de algunos incunables de dicha época.

cobre a la altura de las naciones extranjeras. El siglo XVII es de triste decadencia española en este arte.

Lo único que se mantuvo muy alto en esta centuria fué el grabado al agua fuerte; porque los grandes pintores, como Ribera, Carducho, Claudio Coello, Herrera, Valdés Leal y Murillo lo cultivaron, si bien en estampas sueltas, y no para ilustrar libros.

La imprenta, en general, si alcanzó en España verdaderos progresos y llegó a producir excelentes ediciones, que son hoy gala y orgullo de nuestras bibliotecas, no consiguió - hay que reconocerlo - la perfección que en Italia y en Flandes. De aquí que muchas ediciones de nuestros libros del Siglo de oro, las mejores puede decirse, sean italianas o flamencas. Unas las hacían allá los mismos autores, y otras eran fraudulentas, contra el derecho y el interés legítimo de los escritores que lo tenían reconocido, aunque no en la forma de propiedad literaria como ahora, sino de privilegio para imprimir sus obras por determinado número de años. Bien es verdad que los Reyes favorecían las imprentas de sus Estados de Flandes o de

Italia, especialmente las primeras, por reconocerse, como escribió Arias Montano, que allí era donde había más comodidad para imprimir libros.

Insigne recuerdo español en Amberes es el Museo Plantin-Moretus. No es este Museo, sino aquella celebérrima imprenta, fundada por Cristóbal

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Plantino en 1570, sucediéndole cuando murió (22 de Septiembre de 1610) su yerno Juan Moretus, y a éste, toda una dinastía de Moretus que sostuvo la casa hasta el primer año del siglo XIX. De la importancia, no sólo editorial sino artístico-tipográfica de la casa Plantino, no hay que hablar. Menéndez Pelayo, para ponderar la pobreza del ejemplar de Horacio, que le inició en el conocimiento y amor del poeta latino, dice:

No salió de las prensas de Plantino,

Ni Aldo Manucio le engendró en Venecia...

Lo que salió de aquellas prensas lleva, en efecto, un sello de riqueza y buen gusto editorial que es inconfundible. Infundióselo el fundador de la gloriosa dinastía, el buen Cristóbal, que no era un industrial del libro, sino un artista. Con el mismo entusiasmo que hacen otros cuadros o estatuas, hacía él ediciones. Y transmitió esta cualidad suya característica a sus numerosos sucesores, ninguno de los cuales repudió tan noble legado; y cuando ya no pudo sostenerse la casa sobre aquel pie, aunque bien hubiera podido continuar enderezándose hacia el mero negocio, la cerraron. Todo era finamente artístico en aquella sin igual imprenta: la librería, el almacén, el despacho del editor, las salas de imprimir, el gabinete preparado para que literatos como Justo Lipsio corrigiesen las pruebas, el estudio para que pintores como Rubens ilustrasen las obras, la fachada del edificio y su distribución interior, verdaderamente monumentales, no por la grandeza, sino por el primor. Cuando cesó el trabajo editorial, cuando pararon las máquinas y se cerró el despacho, quedó un museo, uno de los más bellos e interesantes de Europa, que el Ayuntamiento de Amberes guarda y conserva con justo orgullo como una de las glorias de la ciudad.

Pues esa gloria es gloria de España. La casa Plantino es una casa española, y por la protección de España vivió siempre. Felipe II fué quien adelantó a Cristóbal Plantino el caudal necesario para fundarla, y le encargó la Biblia Regia, primera obra importante que salió de aquellas prensas; nuestro Arias Montano, el encargado de dirigirla, fué el primer sabio que iba a la casa del Mercado de los viernes (1) a dar órdenes y corregir pruebas. Y para sostenerla, concedió a Plantino el privilegio de imprimir los libros litúrgicos en todos los dominios de su corona. El privilegio duró hasta 1800. Al cesar tuvo que cerrarse la casa.

No son posibles más detalles en un libro como éste sobre el arte de la imprenta y su auxiliar el del grabado en el Siglo de oro de nuestras letras.

(1) Plaza de Amberes, donde estuvo la imprenta, hoy Museo.

Para que los lectores poco habituados a ver libros de aquella época se formen idea de su forma, damos en el tomo varias ilustraciones de portadas y viñetas.

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8. Cultura clásica y florecimiento de las Letras. el principio del reinado de los Reyes Católicos coincide también el apogeo del Renacimiento en España, eficazmente protegido por éstos. Don Fernando, aunque educado por Francisco Vidal de Noya, traductor de Salustio, no era letrado, sino político y guerrero; pero doña Isabel aprendió latín en edad ya madura, bajo el magisterio de doña Beatriz Galindo, y todos sus hijos eran tan buenos humanistas, que del príncipe D. Juan se conservan cartas latinas, y de doña Juana se sabe que contestaba de improviso en la lengua sabia los discursos que le dirigían en Flandes. Lo que los reyes fasen, bueno o malo (escribía Lucena), todos ensayamos de lo facer: si es bueno, por placer a nos mesmos; si es malo, por aplascer a ellos. Jugaba el rey: eran todos tahures; estudia la reina: somos agora estudiantes.

Don Iñigo López de Mendoza, segundo Conde de Tendilla. (1398-1458)

Del retrato que se conserva enjel palacio del Infantado, de Guadalajara.

Los grandes compitieron entre si por ilustrarse y proteger los buenos estudios. El almirante D. Fadrique Enríquez trajo a España en 1484 a Lucio Marineo Siculo, que había de explicar Elocuencia y Poesía latina durante doce años en la Universidad de Salamanca (1). El conde de Tendilla hizo lo propio con Pedro Mártir de Angleria (2), que fué el maestro de toda una generación de jóvenes de la Grandeza, y que en sus cartas nos ha dejado la historia periodística de un reinado tan fecundo en magnos acontecimientos. Con estos preceptores alternaron los hermanos Geraldinos (Antonio y Alejandro) (3). Alonso de Palencia publicaba en 1490 el Universal Vocabulario en latín y romance, emprendido por orden de la Reina, y Antonio de Nebrija era el príncipe de los latinistas españoles, como el portugués Arias Bar

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(1) Era siciliano, y vivió hasta 1539. Escribió De rebus Hispaniæ memorabilibus. (Ediciones de 1530, 1533 y 1539.)

(2) Era lombardo, natural de Arona; nació en 1455, y murió en Granada hacia 1525. Estudió en Roma (de 1478 a 87), y de allí lo trajo el Conde, embajador de los Reyes Católicos, para preceptor de los donceles de la Corte. Hizo la guerra de Granada como soldado, y después se ordenó, desempeñando cátedras en Valladolid, Alcalá, Barcelona y Zaragoza. Sus cartas, coleccionadas en Opus Epistolarum y De rebus occeanicis et orbe novo, despertaban tal interés en Italia, que León X las leía de sobremesa a su sobrina y a los cardenales.

(3) El primero vino para enseñar a la infanta Isabel, y el segundo, a sus hermanas.

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