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siempre la obra por los sucesores de Felipe II hasta D. Alfonso XII (1), se ha formado esta incomparable colección, fuente copiosísima, no sólo de la historia de España, sino de todas las naciones con que ha tenido contacto nuestra patria.

En la guerra de la Independencia sufrió mucho el Archivo. El Castillo fué alojamiento de tropas francesas, y cometiéronse allí cuantos desmanes son propios del caso: baste decir que con legajos hacían camas a los caballos. El Gobierno intruso, por su parte, se incautó de 7.861 legajos, remitiéndolos a París; y aunque en 1816 el Gobierno francés devolvió la mayor parte, quedáronse en la Biblioteca Nacional y otros establecimientos de Francia 283 de la correspondencia de los embajadores españoles en Roma, Francia, Alemania, Nápoles, Venecia y Milán, y todo lo referente a tratados, capitulaciones y poderes entre España y Francia desde el siglo XIV hasta muy entrado el xvIII.

Aun con estas mermas, al Archivo de Simancas se debe en gran parte el florecimiento de los estudios históricos modernos. Pocos eruditos españoles de nuestra época han dejado de estudiar allí y de sacar preciosísimos materiales para la reconstrucción documental de la historia, y no pocos extranjeros a Simancas han acudido también con el propio objeto. Citemos únicamente a los belgas que en Simancas han reconstruído el período español de su historia, lo cual es reconstruir a la vez la historia de España en uno de sus más interesantes episodios (2).

B) La Biblioteca del Escorial. — Era general en los sabios y estudiosos españoles del siglo xvi el deseo de una biblioteca semejante a la Vaticana, en que se encontrasen los libros especialmente de la docta antigüedad, a que daba el Renacimiento tanta importancia. También se inició esta idea en el reinado del Emperador, y fué realizada en el de su hijo. El cronista Juan Páez de Castro propuso en un Memorial la fundación de la biblioteca, diseñando cómo había de ser en los términos y circunstancias con que la vemos realizada en el Escorial. Páez de Castro proponía, sin embargo, su establecimiento en Valladolid, y el Rey unió el proyecto al complejo y gigantesco del monasterio de San Lorenzo. Pero lo singular es que después de haber reunido, a costa de grandes esfuerzos, inmensa copia de libros y códices manuscritos, no permitiese entrar al público a disfrutar de aquellos tesoros, reservándolos para los monjes Jerónimos (3).

(1) Este monarca visitó el archivo el 6 de Octubre de 1878, y pudo ver el deterioro de la magnífica esanteria construída en el reinado de Felipe III. Fruto de la visita fué la R. O. de 4 de Julio de 1879, por virtud de la cual reparáronse no sólo los estantes, sino las murallas del Castillo, pusiéronse pararrayos, etc.

(2) Véase Guía de la villa y Archivo de Simancas, por D. Francisco Díaz Sánchez. Madrid, 1885. (3) *Desde que determinó la instalación de la gran biblioteca que deseaban los sabios, en el Escorial, en todos los correos que enviaba a sus embajadores de Roma, de Venecia, de París y de otras capitales,

Bien es verdad que tal era la costumbre de la época, según refiere donosísimamente y con la más dulce ironía Alejandro Manzoni en I Promessi Sposi. Contando cómo fundó el cardenal Federico Borromeo la Biblioteca Ambrosiana de Milán, apunta la rara singularidad de que "en aquella librería estuviesen los libros a la vista del público y a disposición del primero que los pidiese, dándoseles además asiento, papel, pluma y tintero para tomar los apuntes que necesitasen, mientras que por aquel mismo tiempo en las otras bibliotecas públicas estaban los libros guardados y escondidos en estantes, de donde no salían sino por especial merced de los bibliotecarios cuando se dignaban enseñarlos, como quien dice, por el forro, y en las cuales ni aun se tenía idea de que debiera facilitarse la lectura a los concurrentes; resultando de aquí que el enriquecer semejantes bibliotecas era tanto como secuestrar los libros, y podía bien compararse a ciertas clases de cultivo que esterilizan los campos“ (1).

Si así sucedía a últimos ya del siglo XVII, época a que se refiere Manzoni, no es de maravillar que en la segunda mitad del xvi cerrase al público Felipe II la magnífica biblioteca que había fundado. Quizás el Rey tuvo la intención de permitir la lectura; pero se lo quitaron de la cabeza los jerónimos, diciéndole que la entrada de lectores perturbaría la quietud claustral del Monasterio. Induce a sospecharlo que así procedieron con el Colegio Escurialense, fundado por el Monarca, no para los monjes, sino para todo el mundo; pero que los monjes acapararon haciéndolo suyo. "Desgraciadamente, la historia, aunque el colegio continuó hasta mediados del siglo XIX, no ha podido apuntarles ningún hombre verdaderamente notable hijo de este centro de estudios, bien dotado y con una biblioteca a su servicio, para su tiempo muy completa“ (2). Los jerónimos representaron en la Biblioteca del Escorial el poco airoso papel del perro del hortelano. No que fuesen holgazanes, sino que tenían tantas horas de oficios y rezos diarios, que no les quedaba tiempo para otra cosa.

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Siquiera la conservaron; y quien guarda, halla. En el siglo XVIII concediéronse ya permisos de real orden, pues era indispensable este requisito para estudiar en la Biblioteca del Escorial, y en esa centuria y en la siguiente de allí han salido los materiales para renovar nuestra historia

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siempre les encargaba, diciéndoles que con ello le harían un gran servicio, que buscaran libros, que cuando no los pudiesen comprar, se valiesen de expertos copistas que los transcribiesen; que su deseo era que en San Lorenzo se reuniese, original o copiado, lo mejor de todo el mundo. Cuando fué a celebrar cortes en Zaragoza hizo personalmente Felipe II diligencias para comprar los libros del secretario Jerónimo Zurita." (Conferencia del P. Guillermo Antolin al 2.o Congreso Nacional de las Artes del libro. La Ciudad de Dios, 5-20 Septiembre 1915).

(1) I Promessi Sposi, Cap. XXII.

(2) P. J. Zarco, en La Ciudad de Dios (5-20 Agosto 1915).

literaria. Aún tiene que salir mucho más, y esta incomparable biblioteca, hoy admirablemente servida por los Padres Agustinos, es en el orden de la cultura general española lo que el Archivo de Simancas en el de los estudios históricos.

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17. Felipe III. Continuación del reinado de Felipe II es el de su hijo Felipe III (1598 al 31 Marzo 1621), en que por el aspecto político se mantuvo en su ser la potencia española, sin crecer ni menguar, y por el literario mantuviéronse igualmente el buen gusto, la fecundidad y origina

lidad del ingenio. Pero en una y otra esfera los gérmenes de decadencia habíanse desarrollado extraordinariamente, amenazando con próxima y completa ruina.

En Enero de 1605 se puso a la venta la primera edición del Quijote, y del 23 de Abril de 1616 es la siguiente partida del Libro de difuntos de la parroquia de San Sebastián, de Madrid:

"En 23 de Abril de 1616 años murió Miguel Cervantes Saavedra, "casado con doña Catalina de Salazar, calle del León; recibió los Santos "Sacramentos de mano del licenciado Francisco López; mandóse enterrar "en las monjas Trinitarias; mandó dos misas de alma, y las demás a volun"tad de su mujer, que es testamentaria, y el licenciado Francisco Martínez, "que vive allí".

Con esta principalísima figura concurren otras también de primera magnitud. En cambio, en este mismo reinado es cuando se desarrollan las dos polillas de nuestra literatura: el gongorismo y el conceptismo.

Mayans y Ciscar atribuyeron a Baltasar Porreño la siguiente anécdota, como referida en su Vida y hechos de Felipe III: que este monarca se asomó a un balcón de Palacio, y vió que un estudiante, a orillas del río, sazonaba la lectura de un libro con grandes y continuas carcajadas, lo cual hizo exclamar a D. Felipe: aquel estudiante, o está fuera de sí, o lee la historia de Don Quijote. Algunos cortesanos quisieron cerciorarse, y, efectivamente, el estudiante leía el Quijote. Repiten este caso muchos escritores modernos, incluso erudito tan escrupuloso como D. Emilio Cotarelo (1); pero Fitzmaurice-Kelly afirma que no hay tal cosa en el libro de Porreño (2), y D. José de Armas escribe: "he leído todo el libro de Porreño. y no existe en él ni la más leve mención de Cervantes ni del Quijote, y tampoco está la anécdota en el otro historiador de D. Felipe, Gil González Dávila" (3).

Quizás no merezca más crédito lo referido por Fária y Sousa (Comentario a los Lusiadas. Madrid, 1639) sobre que D. Felipe y su esposa la reina Doña Margarita dieron audiencia en Valderas, en 1603, y colmaron de dádivas a la que había sido amante de Jorge de Montemayor, e inspiró la Diana, aunque al Sr. Armas no parezca ésta una de las muchas mentiras del libro de Fária. Lo que sí parece cierto es lo referido por D. Adolfo de Castro en su Discurso acerca de las costumbres públicas y privadas de los españoles en el siglo XVII, de haberse representado en Palacio una comedia de Lope de Vega.

(1) Efemérides cervantinas, pág. 198.

(2) Vida de Cervantes.

(3) El Quijote y su época. (Madrid, 1915).

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