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bedrío, considerando la fuerza de las estrellas, no como determinadora de nuestros actos, sino influyendo en ellos, a la manera que hoy se consideran las pasiones, la educación, el medio ambiente, etc. Aun en este concepto la combate Calderón en La vida es sueño, mostrando valerosamente al público no sólo la falsedad, sino las funestas consecuencias de una creencia tan vana y absurda; pero la preocupación existía. Antonio Pérez, el secretario de Felipe II, no daba un paso importante sin consultar con el famoso astrólogo Lic. Pedro de Hera, hermano y colega de Valentín Pedro de Hera, autor de una obra de Astrología publicada en Madrid (1584).

También se creía en los duendes. Claro que los hombres de talento y buen sentido, como Covarrubias, sabían perfectamente que los duendes (trasgos o cuerpos fantásticos) no eran sino una preocupación del vulgo y un artificio de que se valían ciertos tunantes para asustar a los sencillos, o alejar a las gentes de las casas en que querían ellos vivir de balde o ejercer prohibidas industrias. En 1567 el Corregidor de Toledo sacó a la vergüenza pública a uno de estos picaros duendes; lo cuenta el mismo Covarrubias en el Tesoro de la lengua, y Orozco en su Cancionero, publicado por la Sociedad de Bibliófilos andaluces:

Cantemos una hazaña
que en Toledo aconteció,
la más nueva y más extraña
que hasta agora en España
en este tiempo se vió.

Decía la gente vulgar

mil cosas de un duende-casa (1)...

En el famoso y extravagante libro El Ente dilucidado (Madrid, 1676) inténtase una explicación positiva de los duendes. "Estos duendes- dicese sientan en las casas; nunca hacen mal a nadie; siéntese su ruido, sin percibirse de ordinario el autor de él; quitan y ponen platos, juegan a los bolos, tiran chinitas, aficiónanse a los niños más que a los grandes, y especialmente se hallan duendes que se aficionan a los caballos"; e investigando su origen y naturaleza, asegura que tienen ordinariamente "su primer ser, "como la experiencia lo enseña, en caserones lóbregos e inhabitados, o en "desvanes o sótanos... Luego se conoce que son animales engendrados de “la corrupción o de los vapores gruesos“. Lo cierto es que los duendes

(1) "Nosotros llamamos duende de casa, y duendecasa, y por corrupción, duende...“ (Cov., Tesoro de la lengua).

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El Calvario, con los cuatro evangelistas en la cruz. -

Grabado que con gran orla se halla en el Misal Tarraconense, volumen II, bbb.iiij. vuelta.

pululan por la literatura del Siglo de oro. Ayala y Guzmán, en la primera parte de las Travesuras de Don Luis Coello, cuenta:

Había un duende en una casa;

y una y otra travesura

no pudiéndole sufrir

el vecino, con cordura,
trató de mudarse; y cuando
los trastos los arrebuja,

los suyos juntando el duende,
fuéronse a mudar; y en suma,
viéndolo el vecino, dijo:

"¿Dónde vas? - ¿En eso hay duda?
respondió el duende. Me mudo
con él, si no le disgusta".

-“Pues si conmigo has de irte,
dijo el vecino con mucha
paciencia, quédome en casa,

si adonde me voy me buscas“.

Calderón se vale de la creencia popular como artificio de La Dama Duende, y nos pinta un duende tal como se lo representaba el vulgo:

Era un fraile
tamañito, y tenía puesto

un cucurucho tamaño,
que por estas señas creo
que era duende capuchino.
¡Qué de cosas hace el miedo!
Alumbra aquí, y lo que trajo
el frailecito veremos.

No es de maravillar que hubiera exceso de credulidad o sobrenaturalismo exagerado, esto es, general propensión a sospechar por lo menos pactos con el Demonio en cuanto se veía a una persona hacer algo poco explicable, y así don Quijote lo sospechó de maese Pedro: "Debe de "tener, dijo, algún concierto con el demonio de que infunda esa habilidad "al mono, conque gane de comer, y después que esté rico le dará su alma“. O a creer en apariciones de difuntos, creencia utilizada por Calderón en El Galán Fantasma. Y en todo linaje de milagros: por eso los portentos con aspecto de milagros de santos eran un recurso teatral de seguro efecto, y hasta los ciegos cantaban falsos milagros por las calles. Sancho Panza ordenó que ningún ciego cantase milagro "si no trugese testimonio auténtico

"de ser verdadero, por parecerle que los más que los ciegos cantan son “fingidos, en perjuicio de los verdaderos“.

D) Por último, choca con la rigurosísima ortodoxia de nuestra literatura del Siglo de oro su desenfado moral. En gran veneración eran tenidos el estado eclesiástico y el monacato; pero esto no impedía que los literatos censurasen, y aun se burlaran de los defectos y flaquezas de sacerdotes y frailes, poniéndolos en ridículo mil veces, cosa que la Inquisición dejaba

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Autógrafo de Cervantes.

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