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El doble suicidio de Pablo y de Laura Lafargue, el yerno y la hija de Carlos Marx, ha traspasado los límites de un hecho de crónica sensacional. Ha tenido la importancia de un acto de fe materialista. Las últimas palabras de Pablo Lafargue son, en su simplicidad trágica, todo un manifiesto. "Sano de cuerpo y de espíritu, me mato antes que la implacable senectud, que me arrebata uno de los placeres de la existencia y que me despoja de mis fuerzas físicas e intelectuales, no paralice mi energía y anule mi voluntad, y no me convierta en una carga para mí mismo y para los demás." En cuanto a ella, la esposa alemana, siempre discreta, su muerte ha sido silenciosa como su vida. Era una mujer inteligente y culta, que había vivido voluntariamente en la sombra que proyectaba su marido y que le ha seguido como un discípulo mudo.

El fin de Lafargue, es como un rayo de luz proyectado sobre su personalidad. Hace transparente el velo que, tras el hombre aparente, ocultaba al hombre real. Los que permanecieron al lado de ese viejo combatiente, no podían adivinar el secreto de su conciencia. Era de esos que se engañan a sí mismos y toman sinceramente una apariencia que no es la propia. Se le creía un teórico

del socialismo, cuando, en realidad, era un místico del materialismo. Ese discípulo de Marx, era un hijo de Diderot.

Paradoja extraña la de su doble y contradictoria individualidad. Todos los hombres, sin duda, tienen una vida secreta y una vida exterior; pero pocos hasta un punto tan opuesto, o mejor dicho, tan contrarios y mezclados a la vez. Ese "marxista" había desdeñado la ideología de los utopistas de las postrimerías del siglo XVIII y principios del XIX; pero su "marxismo" estaba corrompido por la misma filosofía sensualista. Sencillamente, había vertido a la moderna antiguas creencias. Sin embargo, el fondo se sobreponía a la forma. Comprendemos ahora cómo su fe materialista predominaba sobre su fe socialista: su muerte nos lo ha mostrado.

Es, pues, su alma, digna de ser explorada. No ya sólo por su dualismo, sino también por su misticismo. Cualquier rebelión que nos inspire su suicidio, que es siempre una blasfemia contra la vida, es necesario considerar que lo ha realizado como un sacrificio ritual. El mundo sensualista que él concebía, debía ser singularmente rico en perspectivas, dado que prefirió perder la vida antes que vivir sin poder gozarla. En todo caso, ha muerto con la serenidad de un creyente que cae por su religión. Y los materialistas que se matan para exaltar el materialismo, son

raros.

La figura de Pablo Lafargue interesa, al igual que al psicólogo, al historiador de las ideas. Fué él quien importó el marxismo a Francia, en la forma especial que ha conservado; y desde el principio, jugó un papel activo en la evolución del socialismo francés. En fin, su ejemplo prueba hasta qué punto las teorías, al parecer más nuevas, pueden estar cargadas de supervivencias, según la naturaleza de su intérprete, y cómo nuestros sentimientos son el origen de nuestras ideas.

I

El hombre tenía las cualidades y los defectos del apasionado. A veces violento, llegando hasta la injusticia, a veces conciliador, persuasivo, se daba en cuerpo y alma a las causas que defendía. No era un orador. Cierta nerviosidad excesiva le turbaba al prin

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