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La batalla de Nájera.

(Hist. de Esp. Libro XVII. cap. 10.)

Toda Castilla y Francia ardian llenas de ruido y asonados de guerra: hacíanse muchas compañías de hombres de armas, ginetes é infantería; todo era proveerse de caballos, armas y dineros: las partes ambas igualmente temian el suceso y esperaban la victoria. Don Enrique en Burgos, do era ido, se apercebia de lo necesario para salir al camino á su enemigo, que sabia con un grande y poderoso campo era pasado los Pireneos por las estrechas sendas y montañas cerradas de Roncesvalles. Llegó a Pamplona sin que el rey Carlos de Navarra le hobiese hecho ningun estorbo á la pasada, ca estaba á la sazon detenido en Borgia. Prendióle andando á caza cerca de allí un caballero breton, llamado Olivier de Mani, que la tenia en guarda por Beltran Claquin, su primo. Entrambos los reyes sospecharon que era trato doble, concierto con este capitan, que le prendiese, para tener color de no favorecer á ninguno dellos, y despues escusa aparente con el que venciese. A los príncipes ningun trato que contra ellos se haga, aunque sea con mucha cautela, se les puede encubrir; ántes muchas veces les dicen mas de lo que hay, y eso lo malician y echan á la peor parte.

Don Enrique partió de Burgos con un lúcido y grueso ejército de mucha infantería, y cuatro mil y quinientos hombres de á caballo, en que iba toda la nobleza de Castilla, y la gente que de Francia y Aragon era venida en su ayuda. Llegó con su campo al encinar de Bañares; llamó á consejo los mas principales del ejército, y consultó con ellos lo tocante á esta guerra. Los embajadores de Francia, que eran enviados á solo este efecto, y Beltran Claquin, procuraron persuadir que se debia en todas maneras escusar de venir á las manos con el enemigo y no darle la batalla, sino que fortificasen los pueblos y fortalezas del reino, tomasen los puertos, alzasen las vituallas, y le entretuviesen y gastasen; que la misma tardanza le echaria de España, por ser esta provincia de tal calidad, que no puede sufrir mucho tiempo un ejército y sustentarle. Que se considerase el poco provecho que se sacaria, cuando se alcanzase la victoria, y lo mucho que se aventuraba de perder lo ganado, que era no ménos que los reinos de Castilla y Leon, y las vidas de todos. Que en el ejército de Don Pedro venia la flor de la caballería de Inglaterra, gente muy esforzada y acostumbrada á vencer, á quien los españoles no se igualaban ni en la destreza en pelear, ni en la valentía y fuerzas de los cuerpos. Final

mente que se acordasen, que no es ménos oficio del sabio y prudente capitan, saber vencer al enemigo por industria y maña, que con fuerza y valentía.

Esto dijeron los embajadores de Francia de parte de su rey, y Beltran Claquin de la suya. Otros que tenian ménos experiencia y menor conocimiento del valor de los ingleses, y eran mas fervorosos y esforzados, que considerados y sufridos, instaron grandemente en que luego se diese la batalla. Decian que las cosas de la guerra dependian mucho de la reputacion, y que se perderia si se rehusase la batalla, por entenderse que tenian miedo del enemigo, y serian tenidos por cobardes y de ningun valor. Que si el ánimo no faltaba, sobraban las fuerzas y ciencia militar para desbaratar y vencer dos tantos ingleses que fuesen. Sobre todo, que à tan justa demanda Dios no faltaria, y con su favor esperaban se alcanzaria una gloriosa victoria. Aprobó Don Enrique este parecer: mandó marchar su campo la via de Alava, para hacer rostro á algunas bandas de caballos lijeros del enemigo, que se habian adelantado y robaban aquella tierra. Llegó con su ejército junto à Saldrian, y á vista del de su enemigo asentó su campo en un lugar fuerte (porque le guardaban las espaldas unas sierras que allí están), con que podia pelear con ventaja, si no le forzaban á desamparar aquel sitio.

Considerado esto, los ingleses levantaron sus reales, y tiraron la via de Logroño, ciudad que tenia la voz de Don Pedro, con intento de traer á Don Enrique á la batalla, ó entrar en medio del reino, por donde tenian esperanza que todas las cosas podrian acabar á su gusto. Entendido por Don Enrique, que estaba en Navarrete, el fin del enemigo, volvió atras camino de Nájera, que es una ciudad que se piensa ser la antigua Tritio Metallo en los Antrigones; y de que sea ella no es pequeño indicio, que dos millas de allí está una aldea que retiene el mismo nombre de Tritio. Esta ciudad alcanza muy lindo cielo y unos campos muy fértiles, y por muchas cosas es un noble pueblo, y con el suceso desta batalla se hizo mas famoso. Escribiéronse estos príncipes: cada cual daba á entender al otro la justicia que tenia de su parte, y que no era él la causa de esta guerra, ántes la hacia forzado y contra su voluntad, y tenia mucho deseo y gana de que se concordasen y no se viniese al riesgo y trance de la batalla, por la lástima que significaban tener á la mucha gente inocente que en ella pereceria. Mas como quier que no se concordasen en el punto principal de la posesion del

reino, perdida la esperanza de ningun concierto, ordenaron sus haces en pelear. Don Enrique puso á la mano derecha la gente de Francia, y con ella á su hermano Don Sancho con la mayor parte de la nobleza de Castilla: á su hermano Don Tello y al conde de Denia mandó que rigiesen el lado izquierdo: él con su hijo, el conde Don Alonso, se quedó en el cuerpo de la batalla.

Los enemigos que serian diez mil hombres de á caballo y otros tantos infantes, repartieron desta manera sus escuadrones. La avanguardia llevaban el duque de Alencastre *) y Hugo Carbolayo que se era pasado á los ingleses: el conde de Armeñac y Monsiur de Labrit iban por capitanes en el segundo escuadron; en el postrero quedaron el rey Don Pedro y el principe de Gales 1) y Don Jaime, hijo del rey de Mallorca, el cual despues que se soltó de la prision en que le tenia el rey de Aragon, casara con Juana, reina de Nápoles. Halláronse en esta batalla trecientos hombres de á caballo navarros, que con su capitan Martin Enrique los envió el rey Carlos de Navarra en favor del rey Don Pedro. Corria un rio en medio de los dos campos: pasóle Don Enrique, y en un llano que está de la otra parte ordenó sus haces. En este campo se vinieron á encontrar los ejércitos con grandísima furia y ruido de las voces, de los combates, del quebrar de las lanzas y el disparar de las ballestas. El escuadron de la mano derecha, que regia Beltran Claquin, sufrió valerosamente el ímpetu de los enemigos, y parecia que llevaba lo mejor; empero en el otro lado quitó Don Tello á los suyos la victoria de las manos: con mas miedo que vergüenza volvió en un punto las espaldas, sin acometer á los enemigos ni entrar en la batalla. Como él Ꭹ los suyos huyeron, dejaron descubiertos y sin defensa los costados de Beltran y de Don Sancho, por donde pudieron facilmente ser rodeados de los enemigos, y apretándolos reciamente por ambas partes, los vencieron y desbarataron,

Hízose gran matanza, y fueron presos muchos grandes, y ricos hombres, entre ellos los capitanes mas principales del ejército. Don Enrique con mucho esfuerzo y valor procuró detener su escuadron que comenzaba á ciar y retirarse: por dos veces metió su caballo en la mayor priesa de la batalla con grandísimo peligro de su persona; mas como quier que no pudiese detener á los suyos, por la gran muchedumbre de enemigos que cargó sobre ellos y los desbarató

*) Johann von Gaunt, Herzog von Lancaster.

1) Der Prinz von Wales, Eduard (der sogenannte schwarze Prinz.)

(mal pecado), perdida del todo la esperanza de la victoria se salió de la batalla y se acogió a Nájera: de allí por el camino de Soria se fué á Aragon, acompañado de Juan de Luna y Fernan Sanchez de Tovar y Alfonso Perez de Guz man y algunos otros caballeros de los suyos. A la entrada de aquel reino le salió á ver y consolar Don Pedro de Luna, que despues en tiempo del gran cisma fué el papa Benedicto. No paró el rey Don Enrique hasta que por los puertos de Jaca entró en el reino de Francia, sin detenerse en Aragon, por no se fiar de aquel rey, si bien era su consuegro. Hallábase en gran cuita, poca esperanza de reparo: por semejantes rodeos lleva Dios á los varones excelentes por estos altos y bajos, hasta ponerlos de su mano en la cumbre de la buena andanza que les está aparejada. Los demas de su ejército se huyeron por las villas y pueblos de aquella comarca, todos esparcidos sin quedar pendon enhiesto, ni compañía entera, ni escuadra que no fuese desbaratada.

Despues de la batalla hizo matar el rey Don Pedro á Iñigo Lopez de Itorozco, á Gomez Carrillo de Quintana, á Sancho Sanchez de Moscoso, comendador de Santiago, y Garci Jofre Tenorio, hijo del almirante Alfonso Jofre, que todos fueron presos en la pelea: otros muchos dejó de matar por no los haber á las manos, que por ningun precio se los quisieron entregar los ingleses cuyos prisioneros eran; demas que el príncipe de Gales le reprehendió con palabras casi afrentosas, porque despues de alcanzada la victoria continuaba los vicios que le quitaban el reino. Uno de los presos fué Don Pedro Tenorio, adelante arzobispo de Toledo. Llevó en esta batalla el pendon de Don Enrique Pero Lopez de Ayala, aquel caballero que escribió la historia del rey Don Pedro, y fué uno de los presos. Por esta razon algunos no dan tanto crédito á su historia, como de hombre parcial:

dicen que por odio que tenia al rey Don Pedro, encareció y fingió algunas cosas; á la verdad fué uno de aquellos contra quien en Alfaro él pronunció sentencia, en que los dió por rebeldes y enemigos de la patria.

Dióse esta batalla sábado tres de Abril deste año de 1367. Don Tello llevó á Burgos las tristes nuevas deste desgraciado suceso. La reina Doña Juana, muger de Don Enrique, sabida la rota tuvo gran miedo de venir á manos de Don Pedro: así ella y sus hijos con gran priesa se fueron de Burgos á la ciudad de Zaragoza. En esta sazon en Burgos se hallaban Don Gomez Manrique, arzobispo de Toledo, y Don Lope Fernandez de Luna, arzobispo de Zaragoza, que

se quedaron con la reina. Estos la acompañaron en este viaje de Aragon: llegada allí, no halló en el rey tan buena acogida como pensaba; que es cosa comun y como natural en los hombres, desamparar al caido, y hacer aplauso y dar favor al vencedor. Olvidado pues el rey de Aragon ya de las amistades y confederaciones que tenia hechas con Don Enrique, tenia propósito de moverse al son de la fortuna y llegarse á la parte de los que prevalecian. A esta causa era ya venido en Aragon por embajador Hugo Carbolayo, ingles; y porque no podian tan presto y facilmente concluirse paces, se hicieron treguas por algunos meses.

Despues de la victoria el rey Don Pedro con todo su ejército se fué a Burgos, prendió en aquella ciudad á Juan Cordollaco, pariente del conde de Armeñac y arzobispo de Braga, que era de la parcialidad del rey Don Enrique. Hizole el rey llevar al castillo de Alcalá de Guadaira y meterle en un silo, en que estuvo hasta la muerte del mismo Don Pedro, cuando mudadas las cosas fué restituido en su libertad y obispado. El rey Don Pedro sin embargo se hallaba muy congojado en trazar, como podria juntar tanto dinero como á los ingleses de los sueldos debia y él recibió prestado del principe de Gales: no sabia asimismo, como podria cumplir con él lo que le tenia prometido, de darle el señorio de Vizcaya, porque ni los vizcainos, que es gente libre y feroz, sufririan señor estraño, ni el tesoro y rentas reales, consumidas con tan excesivos gastos como con estas revoluciones se hicieron, no aleanzaban con gran parte á pagar la mitad de lo que se debia. Por esta causa, con ocasion de ir á juntar este dinero, se fué Don Pedro muy á priesa á Toledo, de allí á Córdova.

En esta ciudad en una noche hizo matar diez y seis hombres principales: cargábales fueron los primeros, que en ella dieron entrada al rey Don Enrique. En Sevilla mandó asimismo matar á Micer Gil Bocanegra y á Don Juan, hijo de Pero Ponce de Leon, señor de Marchena, y á Doña Urraca de Osorio, madre de Juan Alfonso de Guzman, y á

otras personas. A Doña Urraca hizo quemar viva, fiereza suya y ejecucion en que sucedió un caso notable. En la laguna propia en que hoy está plantada una grande alameda, armaron la hoguera. Una doncella de aquella señora, por nombre Isabel Dávalos, natural de Ubeda, luego que se emprendió el fuego, se metió en él para tenella las faldas, porque no se descompusiese, y se quemó junto con su ama: hazaña memorable, señalada lealtad, con que grandemente

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