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mil hombres de á caballo; pero la mitad dellos (mal pecado) eran moros y de quien no se tenia entera confianza, ni se esperaba que pelearian con aquel brio y gallardía que fuera necesario. Dícese que al tiempo de su partida consultó á un moro sabio de Granada, llamado Benagatin, con quien tenia mucha familiaridad, y que el moro le anunció su muerte por una profecía de Merlin, hombre ingles, que vivió antes de este La profecía contenia estas tiempo como cuatro cientos años. palabras: „En las partes de occidente, entre los montes y el mar, nacerá una ave negra, comedora y robadora, y tal que todos los panales del mundo querrá recoger en sí, todo el oro del mundo querrá poner en su estómago, y despues gomárlo ha y tornará atras. Y no perecerá luego por esta dolencia, caérsele han las péñolas y sacarle han las plumas al sol, y andará de puerta en puerta, y ninguno la querrá acoger, y encerrarse ha en la selva, y allí morirá dos veces, al mundo y otra á Dios, y desta manera acabará.“ fué la profecía, fuese verdadera ó ficcion de un hombre vanisimo que le quisiese burlar: como quiera que fuese, ella se cumplió dentro de muy pocos dias.

una

Esta

ΕΙ rey Don Pedro con la hueste que hemos dicho, bajó del Andalucía á Montiel, que es una villa en la Mancha y en su pretil, los Oretanos antiguos, cercada de muralla, con fortalecida un sitio fuerte y torres y barbacana, puesta en Sabida por Don Enrique la venida con un buen castillo. de Don Pedro, dejó á Don Gomez Manrique, arzobispo de Toledo, para que prosiguiese el cerco de aquella ciudad, y él con dos mil y cuatrocientos hombres de á caballo, por no esperar el paso de la infantería, partió con gran priesa en busca de Don Pedro. Al pasar por la villa de Orgaz, que está á cinco leguas de Toledo, se juntó con él Beltran Claquin con seiscientos caballos estrangeros que traia de Francia: importantísimo socorro y á buen tiempo, porque eran soldados viejos y muy ejercitados y diestros en pelear. Llegaron al tanto allí Don Gonzalo Mejía, maestre de Santiago, y Don Pedro Muñiz, maestro de Calatrava, y otros señores principales que venian con deseo de emplear sus personas en la defensa y libertad de su patria.

Partió Don Enrique con esta caballería: caminó toda la noche, y al amanecer dieron vista á los enemigos antes que Ellos tuviesen nuevas ciertas que eran partidos de Toledo, cuando vieron que tenian tan cerca á Don Enrique, tuvieron gran miedo y pensaron no hobiese alguna traicion y trato no se fiaban los para dejarlos en sus manos: á esta causa

unos de los otros; recelábanse tambien de los mismos vecinos de la villa. Los capitanes con mucha priesa y turbacion hicieron recoger los mas de los soldados que tenian alojados en las aldeas cerca de Montiel: muchos dellos desampararon las banderas de miedo, ó por el poco amor y menos gana con que servian. Al salir del sol formaron sus escuadrones de ambas partes, y animaron sus soldados á la batalla. Don Enrique habló á los suyos en esta sustancia: ,,Este dia, valerosos compañeros, nos ha de dar riquezas, honra y reino, ó nos lo ha de quitar. No nos puede suceder mal, porque de cualquiera manera que nos avenga, seremos bien librados: con la muerte saldremos de tan inmensos é intolerables afanes como padecemos, con la victoria daremos principio á la libertad y descanso que tanto tiempo ha deseamos. No podemos entretenernos ya mas, si no matamos á nuestro enemigo: él nos ha de hacer perecer de tal género de muerte; que la ternemos por dichosa y dulce, si fuere ordinaria, y no con crueles y bárbaros tormentos. La naturaleza nos hizo gracia de la vida con un necesario tributo, que es la muerte esta no se puede escusar, empero los tormentos, las deshonras, afrentas é injurias, evitarálas vuestro esfuerzo y valor. Hoy alcanzareis una gloriosa victoria, ó quedareis como honrados y valerosos tendidos en el campo. No verán tal mis ojos, no permita vuestra bondad, Señor, que perezcan tan virtuosos y leales caballeros. ¿Mas qué muerte tan desastrada y miserable nos puede venir, que sea peor que la vida acosada que traemos? No tenemos guerra con enemigo que nos concederá partidos razonables, ni aun una tolerable servidumbre cuando queramos ponernos en sus manos: ya sabeis su increible crueldad, y teneis bien à vuestra costa experimentado, cuan poca seguridad hay en su fé y palabra. No tiene mejor fiesta ni mas alegre, que la que solemniza con sangre y muertes, con ver destrozar los hombres delante de sus ojos. ¿Por ventura habémoslo con algun malvado y perverso tirano, y no con una inhumana y feroz bestia, que parece ha sido agarrochada en la leonera, para que de allí con mayor braveza salga á hacer nuevas muertes y destrozos? Confío en Dios y en su apóstol Santiago, que ha caido en la red que nos tenia tendida, y que está encerrado donde pagará la cruel carnicería que en nos tiene hecha: mirad, mis soldados, no se os vaya: detenedla, no la dejeis huir, no quede lanza ni espada que no pruebe en ella sus aceros. Socorred por Dios á nuestra miserable patria, que la tiene desierta y asolada: vengad la sangre que ha derramado de

vuestros padres, hijos, amigos y parientes. Confiad en nuestro Señor, cuyos sagrados ministros sacrilegamente ha muerto, que os favorecerá para que castigueis tan enormes maldades, y le hagais un agradable sacrificio de la cabeza de un tal monstruo horrible y fiero tirano."

Acabada la plática, luego con gran brio y alegría arremetieron á los enemigos: hirieron en ellos con tan gran denuedo, que sin poder sufrir este primer impetu, en un momento se desbarataron. Los primeros huyeron los moros, los castellanos resistieron algun tanto; mas como se viesen perdidos y desamparados, se recogieron con el rey Don Pedro en el castillo de Montiel. Murieron muchos de los moros en la batalla, muchos mas fueron los que perecieron en el alcance: de los cristianos no murió sino solo un caballero. Ganóse esta victoria un miércoles catorce dias de marzo del año de 1369. Don Enrique, visto como Don Pedro se encerró en la villa, á la hora le hizo cercar de una horma, pared de piedra seca, con gran vigilancia porque no se les pudiese escapar. Comenzaron los cercados à padecer falta de agua y de trigo, ca lo poco que tenian les dañó de industria (a lo que parece) algun soldado de los de dentro, deseoso de que se acabase presto el cerco.

Don Pedro, entendido el peligro en que estaba, pensó como podria huirse del castillo mas á su salvo. Hallábase con él un caballero que le era muy leal, natural de Trastamara; decíase Men Rodriguez de Sanabria: por medio deste hizo á Beltran Claquin una gran promesa de villas y castillos y de docientas mil doblas castellanas, á tal que dejado á Don Enrique le favoreciese y le pusiese en salvo. Estrañó esto Beltran: decia que si tal consintiese, incurriria en perpetua infamia de fementido y traidor; mas como todavía Men Rodriguez le instase, pidióle tiempo para pensar en tan grande hecho. Comunicado el negocio secretamente con los amigos á quien mas se fiaba, le aconsejaron que contase á Don En

rique todo lo que en este caso pasaba: tomó su consejo.

Don Enrique le agradeció mucho su fidelidad, y con grandes promesas le persuadió á que con trato doble hiciese venir á Don Pedro á su posada, y le prometiese haria lo que deseaba concertaron la noche: salió Don Pedro de Montiel, armado sobre un caballo con algunos caballeros que le acompañaban: entró en la estancia de Beltran Claquin con mas miedo que esperanza de buen suceso. El recelo y temor que tenia dicen se le aumentó un letrero que leyó poco ántes, escrito en la pared de la torre del homenaje del castillo

de Montiel, que contenia estas palabras: „Esta es la torre de la Estrella": ca ciertos astrólogos le pronosticaran que moriria en una torre deste nombre. Ya sabemos cuan grande vanidad sea la destos adevinos, y como despues de acontecidas las cosas se suelen fingir semejantes consejas.

Lo que se refiere que le pasó con un judío médico, es cosa mas de notar. Fué así que por la figura de su nacimiento le habia dicho, que alcanzaria nuevos reinos y que seria muy dichoso. Despues cuando estuvo en lo mas áspero de sus trabajos, díjole: „¡ Cuan mal acertastes en vuestros pronósticos!" Respondió el astrólogo: „Aunque mas yelo caiga del cielo, de necesidad el que está en el baño ha de sudar." Dió por estas palabras á entender, que la voluntad y acciones de los hombres son mas poderosas, que las inclinaciones de las estrellas.

Entrado pues Don Pedro en la tienda de Don Beltran, díjole que ya era tiempo que se fuesen. En esto entró Don Enrique armado: como vió á Don Pedro, su hermano, estuvo un poco sin hablar, como espantado: la grandeza del hecho le tenia alterado y suspenso, ó no le conocia por los muchos años que no se vieran. No es ménos sino que los que se hallaron presentes, entre miedo y esperanza vacilaban. Un caballero frances dijo á Don Enrique, señalando con la mano á Don Pedro: „Mirad que ese es vuestro enemigo." Don Pedro con aquella natural ferocidad que tenia, respondió dos veces: ,,Yo soy, yo soy." Entónces Don Enrique sacó su daga, y dióle una herida con ella en el rostro: vinieron luego á los brazos, cayeron ambos en el suelo, dicen que Don Enrique debajo, y que con ayuda de Beltran, que les dió vuelta y le puso encima, le pudo herir de muchas puñaladas con que le acabó de matar. Cosa que pone grima: ¡un rey, hijo y nieto de reyes, revolcado en su sangre derramada por la mano de un su hermano bastardo: estraña hazaña! A la verdad, cuya vida fué tan dañosa para España, su muerte le fué saludable; y en ella se echa bien de ver, que no hay ejércitos, poder, reinos, ni riquezas que basten á tener seguro á un hombre que vive mal é insolentemente. Fué este un estraño ejemplo, para que en los siglos venideros tuviesen que considerar, se admirasen y temiesen, y supiesen tambien que las maldades de los príncipes las castiga Dios, no solamente con el odio y mala voluntad con que mientras viven son aborrecidos, ni solo con la muerte, sino con la memoria de las historias, en que son eternamente afrentados y aborrecidos por todos aquellos que las leen; y sus almas sin descanso serán para siempre atormentadas.

Murió Don Pedro en veinte y tres dias del mes de marzo, en la flor de su edad de treinta y cuatro años y siete meses: reinó diez y nueve años menos tres dias. Fué llevado su cuerpo sin ninguna pompa funeral á la villa de Alcocer, do le depositaron en la iglesia de Santiago. Despues, en tiempo del rey Don Juan el segundo, le trasladaron por su mandado al monasterio de Santo Domingo el Real de Madrid de la órden de los predicadores.

Prision y muerte de Don Alvaro de Luna.

(Hist. de Esp. Lib. XXII. cap. 12-13)

Sin razon se quejan los hombres de la inconstancia de las cosas humanas, que son flacas, perecederas, inciertas, y con pequeña ocasion se truccan y revuelven en contrario, y que se gobiernan mas por la temeridad de la fortuna que por consejo y prudencia, como á la verdad los vicios y las costumbres no concertadas son las que muchas veces despeñan á los hombres en su perdicion. ¿Qué maravilla, si á la mocedad perezosa se sigue pobre vejez? si la lujuria y la gula derraman y desperdician las riquezas que juntaron los antepasados? si se quita el poder á quien usa del mal? si á la soberbia acompaña la envidia y la caida muy cierta? La verdad es, que los nombres de las cosas de ordinario andan trocados: dar lo ageno y derramar lo suyo se llama liberalidad: la temeridad y atrevimiento se alaba, mayormente si tiene buen remate: la ambicion se cuenta por virtud y grandeza de ánimo: el mando desapoderado y violento se viste de nombre de justicia y de severidad. Pocas veces la fortuna discrepa de las costumbres; nosotros como imprudentes jueces de las cosas escudriñamos y buscamos causas sin propósito de la infelicidad que sucede á los hombres, las cuales, si bien muchas veces están ocultas y no se entienden, pero no faltan.

Esto me pareció advertir antes de escribir el desastrado fin que tuvo el condestable y maestre Don Alvaro de Luna. De bajos principios subió á la cumbre de la buena andanza: della le despeñó la ambicion. Tenia buenas partes naturales, condicion y costumbres no malas: si las faltas, si los vicios sobrepujasen, el suceso y el remate lo muestra. Era de ingenio vivo y de juicio agudo, sus palabras concertadas y graciosas, usaba de donaires con que picaba, aunque era naturalmente algo impedido en la habla: su astucia y disimulacion grande, el atrevimiento, soberbia y ambicion no menores: cl

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