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pudimos dormir; él trazando de quejarse á su padre, y pedir que le sacase de allí, y yo aconsejándole que lo hiciese; y ultimamente le dije: Señor, ¿sabeis de cierto si estamos vivos? porque yo imagino que en la pendencia de las berceras nos mataron, y que somos ánimas que estamos en el purgatorio; y así es por de mas decir que nos saque vuestro padre, si alguno no nos reza en alguna cuenta de perdones, y nos saca de penas con alguna misa en altar privilegiado. Entre estas pláticas, y un poco que dormimos, se llegó la hora de levantar: dieron las seis, y llamó Cabra á leccion: fuimos y oímosla todos. Ya mis espaldas y hijadas nadaban en el jubon, y las piernas daban lugar á otras siete calzas los dientes sacaba con tobas amarillos (vestidos de de sesperacion). Mandáronme leer el primer nominativo á los otros, y era de manera mi hambre, que me desayuné con la mitad de dos razones, comiéndomelas; y todo esto creerá quien supiere lo que me contó el mozo de Cabra, diciendo, que él ha visto meter en casa, recien venido, dos frisones, y que á dos dias salieron caballos ligeros que volaban por los aires; y que vió meter mastines pesados, y á tres horas salir galgos corredores; y que una cuaresma topó muchos hombres, unos metiendo los piés, otros las manos, y otros todo el cuerpo en el portal de su casa (esto por muy gran rato), y mucha gente venia a solo aquello de fuera; y preguntando un dia qué seria? porque Cabra se enojó de que se lo preguntase, respondió, que los unos tenian sarna, y los otros sabañones, y que en metiéndolos en aquella casa, morian de hambre de manera, que no comian de allí adelante. Certificóme que era verdad. Yo, que conocí la casa, lo creo: digolo, porque no parezca encarecimiento lo que dije. Y volviendo à la leccion, dióla y decorámosla, y proseguí siempre en aquel modo de vivir que he contado: solo añadió á la comida tocino en la olla, por no sé qué que le dijeron un dia de hidalguía allá fuera; y así tenia una caja de hierro, toda agujerada como salvadera: abríala y metia un pedazo de tocino en ella, que la llenase y tornábala á cerrar y metíala colgando de un cordel en la olla, para que la diese algun zumo por los agujeros, y quedase pará otro dia el tocino. Parecióle despues que en esto se gastaba mucho, y dió en asomar el tocino en la olla. Pasábamoslo con estas cosas como se puede imaginar. Don Diego y yo nos vimos tan al cabo, que ya que para comer no hallábamos remedio, pasado un mes le buscamos para no levantarnos de mañana; y así trazábamos de decir que teníamos algun mal; pero no

dijimos calentura, porque no la teniendo, era fácil de conocer el enredo; dolor de cabeza ó muelas era poco estorbo: dijimos al fin, que nos dolian las tripas, y estábamos malos de achaque de no haber hecho de nuestras personas en tres dias, fiados en que á trueque de no gastar dos cuartos no buscaria remedio. Ordenólo el diablo de otra suerte, porque tenia una receta, que habia heredado de su padre, que fué boticario. Supo el mal, y aderezó una melecina; y llamando una vieja de setenta años, tia suya, que le servia de enfermera, dijo que nos echase sendas gaitas. Empezaron por don Diego: el desventurado atajóse, y la vieja, en vez de echársela dentro, disparóla por entre la camisa y espinazo, y dióle con ella en el cogote, y vino á servir por defuera guarnicion la que dentro habia de ser aforro. Quedó el mozo dando gritos: vino Cabra, y viéndolo, dijo que me echasen á mí la otra, que luego tornaria á don Diego. Yo me vestia; pero valióme poco, porque teniéndome Cabra y otros, me la echó la vieja, á la cual de retorno di con ella en toda la cara. Enojóse Cabra conmigo, y dijo que él me echaria de su casa; que bien se echaba de ver que era todo bellaquería: mas no lo quiso mi ventura. Quejámonos á don Alonso, y el Cabra le hacia creer que lo hacíamos por no asistir al estudio. Con esto no nos valian plegarias. Metió en casa la vieja por ama, para que guisase y sirviese a los pupilos, y despidió al criado, porque le halló el viernes de mañana con unas migajas de pan en la ropilla. Lo que pasamos con la vieja Dios lo sabe: era tan sorda, que no oia nada: entendia por señas: ciega, y tan gran rezadera, que un dia se le desensartó el rosario sobre la olla, y nos la trajo con el caldo mas devoto que jamas comí. Unos decian: . Garbanzos negros? sin duda son de Etiopia. Otros decian: ¿ Garbanzos con luto? ¿quien se les habrá muerto? Mi amo fué el que se encajó una cuenta, y al mascarla se quebró un diente. Los viernes nos solia enviar unos huevos á fuerza de pelos, y canas suyas, que podian pretender corregimiento, ó abogacía. Pues meter badil por cucharon, enviar una escudilla de caldo empredada, era ordinario. Mil veces topé yo sabandijas, palos, y estopa de la que hilaba, en la olla, y todo lo metia, para que hiciese presencia en las tripas, y abultase. Pasamos este trabajo hasta la cuaresma que vino; y á la entrada de ella estuvo malo un compañero. Cabra, por no gastar, detuvo el llamar el médico, hasta que ya él pedia confesion mas que otra cosa. Llamó entonces un platicante, el cual le tomó el pulso, y dijo que el hambre le

en el

habia ganado por la mano en matar á aquel hombre. Diéronle el sacramento; y el pobre cuando lo vió (que habia un dia que no hablaba) dijo: Señor mio Jesucristo, necesario ha sido el veros entrar en esta casa, para persuadirme que no es el infierno. Imprimiéronseme estas razones corazon: murió el pobre mozo, enterrámosle muy pobremente, por ser forastero, y quedamos todos asombrados. Divulgóse por el pueblo el caso atroz: llegó á oidos de don Alonso Coronel; y como no tenia otro hijo, desengañóse de las crueldades de Cabra, y comenzó á dar mas crédito á las razones de dos sombras, que ya estábamos reducidos à tan miserable estado. Vino á sacarnos del pupilaje, y teniéndonos delante, nos preguntaba por nosotros; y tales nos vió, que sin aguardar mas, trató muy mal de palabras al licenciado Vigilia. Mandónos llevar en dos sillas á casa: despedímonos de los compañeros, que nos seguian con los deseos y con los ojos, haciendo las lástimas que hace el que queda en Argel, viendo venir rescatados sus compañeros.

El sueño de las calaveras.

Los sueños dice Homero que son de Júpiter, y que él los envia: y en otro lugar, que se han de creer: es así, cuando tocan en cosas importantes y piadosas, ó los sueñan reyes y grandes señores, como se colige del doctísimo y admirable Propercio en estos versos:

Nec tu sperne piis venientia somnia portis,
Cum pia venerunt somnia pondus habent.

Digolo á propósito, que tengo por caido del cielo uno, que yo tuve estas noches pasadas, habiendo cerrado los ojos con el libro del Dante; lo cual fué causa de soñar que veia un tropel de visiones. Y aunque en casa de un poeta es cosa dificultosa creer que haya cosa de juicio (aun por sueños), le hubo en mi por la razon que da Claudiano en la prefacion al libro segundo del Rapto, diciendo que todos los animales sueñan de noche como sombras de lo que trataron de dia. Y Petronio Arbitro dice:

Et canis in somnis leporis vestigia latrat.

Parecióme, pues, que veia un mancebo, que discurriendo por el aire, daba voz de su aliento á una trompeta, afeando

con su fuerza en parte su hermosura. Halló el son obediencia en los mármoles, y oidos en los muertos: y así al punto comenzó á moverse toda la tierra, y á dar licencia á los huesos, que anduviesen unos en busca de otros. Y pasando tiempo (aunque fué breve), ví á los que habian sido soldados y capitanes levantarse de los sepulcros con ira, juzgándola por seña de guerra: á los avarientos, con ansias y congojas, recelando algun rebato: y los dados á vanidad y gula, con ser áspero el son, lo tuvieron por cosa de sarao ó caza. Esto conocia yo en los semblantes de cada uno, y no ví que llegase el ruido de la trompeta á oreja, que se persuadiese á lo que era. Despues noté de la manera que algunas almas huian, unas con asco, y otras con miedo, de sus antiguos cuerpos á cual faltaba un brazo, á cual un ojo; y dióme risa ver la diversidad de figuras, y admiróme la providencia, en que estando barajados unos con otros, nadie por yerro de cuenta se ponia las piernas ni los miembros de los vecinos. Solo en un cementerio me pareció que andaban destrocando cabezas, y que ví á un escribano, que no le venia bien el alma, y quiso decir que no era suya, por descartarse de ella. Despues ya que á noticia de todos llegó que era el dia del juicio, fué de ver como los lujuriosos no querian que los hallasen sus ojos, por no llevar al tribunal testigos contra sí: los maldicientes las lenguas: los ladrones y matadores gastaban los pies en huir de sus mismas manos. Y volviéndome a un lado, ví á un avariento, que estaba preguntando á otro (que por haber sido embalsamado, y estar lejos sus tripas, no hablaba porque no habian llegado) ¿si habian de resucitar aquel dia todos los enterrados, si resucitarian unos bolsones suyos? Riérame, si no me lastimara á otra parte el afan con que una gran chusma de escribanos andaban huyendo de sus orejas, deseando no las llevar, por no oir lo que esperaban; mas solos fueron sin ellas los que acá las habian perdido por ladrones, que por descuido no fueron los mas. Pero lo que mas me espantó fué ver los cuerpos de dos ó tres mercaderes, que se habian vestido las almas del reves, y tenian todos los cinco sentidos en las uñas de la mano derecha. Yo veia todo esto de una cuesta muy alta, cuando oí dar voces á mis pies, que me apartase; y no bien lo hice, cuando comenzaron á sacar la cabeza muchas mugeres hermosas, llamándome descortes y grosero, porque no habia tenido mas respeto á las damas (que aun en el infierno están las tales, y no pierden esta locura). Salieron fuera muy alegres de verse gallardas, y desnudas entre tanta

gente que las mirase; aunque luego conociendo que era el dia de la ira, y que la hermosura las estaba acusando de secreto, comenzaron á caminar al valle con pasos mas entretenidos. Una, que habia sido casada siete veces, iba trazando disculpas para todos los maridos. Otra de ellas, que habia sido pública ramera, por no llegar al valle, no hacia sino decir que se le habian olvidado las muelas, y una ceja, y volvia, y deteníase; pero al fin llegó á vista del teatro, y fué tanta la gente de los que habia ayudado á perder, y que señalándola daban gritos contra ella, que se quiso esconder entre una caterva de corchetes, pareciéndola que aquella no era gente de cuenta, aun en aquel dia. Divirtióme de esto un gran ruido, que por la orilla de un rio venia de gente en cantidad, tras un médico, que despues supe que lo era en la sentencia. Eran hombres que habia despachado sin razon ántes de tiempo, y venian por hacerle que pareciese; y al fin, por fuerza le pusieron delante del trono. A mi lado izquierdo oí como ruido de alguno, que nadaba, y ví un juez, que lo habia sido, que estaba en medio de un arroyo lavándose las manos, y esto hacia muchas veces. Lleguéme á preguntarle ¿porqué se lavaba tanto? Y díjome que en vida sobre ciertos negocios se las habian untado; y que estaba porfiando allí, por no parecer con ellas de aquella suerte delante de la universal residencia. Era de ver una legion de verdugos con azotes, palos, y otros instrumentos, como traian á la audiencia una muchedumbre de taberneros, sastres y zapateros que de miedo se hacian sordos; y aunque habian resucitado, no querian salir de la sepultura. En el camino por donde pasaban al ruido sacó un abogado la cabeza, y preguntóles que adónde iban? Y respondiéronle: Al tribunal de Radamanto; á lo cual, metiéndose mas adentro, dijo: Esto me ahorraré de andar despues, si he de ir mas abajo. Iba sudando un tabernero de congoja, tanto, que cansado se dejaba caer á cada paso, y á mí me pareció que le dijo un verdugo: Harto es que sudeis el agua, y no nos la vendais por vino. Uno de los sastres, pequeño de cuerpo, redondo de cara, malas barbas y peores hechos, no hacia sino decir: ¿Qué pude hurtar yo, si andaba siempre muriéndome de hambre? Y los otros le decian (viendo que negaba haber sido ladron) qué cosa era despreciarse de su oficio. Toparon con unos salteadores y capeadores públicos, que andaban huyendo unos de otros, y luego los verdugos cerraron con ellos, diciendo que los salteadores bien podian entrar en el número, porque eran á su modo sastres silvestres y monte

Span. Handb. I.

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