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ni vencer de las dificultades y trabajos. Es la ocupacion áncora del ánimo; sin ella corre agitado de las olas de sus afectos y pasiones, y da en los escollos de los vicios. Por castigo le dió Dios al hombre el trabajo, y juntamente quiso que fuese el medio de su descanso y prosperidad. Ni el ocio ni el descuido, sino solamente el trabajo, abrió las zanjas y cimientos, y levantó aquellos hermosos y fuertes edificios de las monarquías de los medos, asirios, griegos y romanos. El fué quien mantuvo por largo tiempo sus grandezas, y el que conserva en las repúblicas la felicidad política; la cual, como consta del remedio que cada uno halla á su necesidad en las obras de muchos, si estas no se continuasen con el trabajo cesarian las comodidades que obligaron al hombre á la compañía de los demas y al órden de república, instituido por este fin. Para enseñanza de los pueblos propone la divina Sabiduría el ejemplo de las hormigas, cuyo vulgo solicito abre con gran providencia senderos, por los cuales, cargado de trigo, llena en verano sus graneros para sustentarse en invierno. Aprendan los príncipes de tan pequeño y sabio animalejo á abastecer con tiempo las plazas y fortalezas, y á prevenir en invierno las armas, con que se ha de campear en verano. No vive ménos ocupada la república de las abejas. Fuera y dentro de sus celdas se ocupan siempre sus ciudadanos en aquel dulce labor. La diligencia de cada una es la abundancia de todas; y si el trabajo dellas basta á enriquecer de cera y miel los reinos del mundo, ¿qué hará el de los hombres en una provincia si todos atendiesen á él? Por esto, si bien la China es tan poblada que tiene setenta millones de habitadores, viven felizmente con mucha abundan cia de lo nececario, porque todos se ocupan en las artes; y porque en España no se hace lo mismo se padecen tantas necesidades, no porque la fertilidad de la tierra deje de ser grande, pues en los campos de Murcia y Cartagena rinde el trigo ciento por uno, y pudo por muchos siglos sustentar en ella la guerra; sino porque falta la cultura de los campos, el ejercicio de las artes mecánicas, el trato y comercio, á que no se aplica esta nacion, cuyo espíritu altivo y glorioso (aun en la gente plebeya) no se quieta con el estado que le señaló la naturaleza, y aspira á los grados de nobleza, desestimando aquellas ocupaciones que son opuestas á ella: desórden que tambien proviene de no estar, como en Alemania, mas distintos y señalados los confines de la nobleza y de la patria.

Cuanto es útil á las repúblicas el trabajo fructuoso y noble, tanto es dañoso el delicioso y supérfluo; porque no

ménos se afeminan los ánimos que se ocupan en lo muelle y delicado que los que viven ociosos; y así, conviene que el principe cuide mucho de que las ocupaciones públicas sean en artes que convengan á la defensa y grandeza de sus reinos, no al lujo y lascivia. Cuantas manos se deshacen vanamente para que brille un dedo; cuan pocas para que con el acero resplandezca el cuerpo! Cuantas se ocupan en fabricar comodidades á la delicia y divertimientos á los ojos; cuan pocas en afondar fosos y levantar muros que defiendan las ciudades! Cuantas en el ornato de los jardines, formando navios, animales y aves de mirtos; cuan pocas en la cultura de los campos! De donde nace que los reinos abundan de lo que no han menester, y necesitan de lo que han menester

Siendo pues tan conveniente el trabajo para la conservacion de la república, procure el principe que se continue y no se impida por el demasiado número de los dias destinados para los divertimientos públicos, ó por la ligereza piadosa en votallos las comunidades y ofrecellos al culto, asistiendo el pueblo en ellos mas á divertimientos profanos que a los ejercicios religiosos. Si los emplearan los labradores como San Isidro de Madrid*), podríamos esperar que no se perderia el tiempo, y que entre tanto tomarian por ellos el arado los ángeles; pero la experiencia muestra lo contrario. Ningun tributo mayor que una fiesta, en que cesan todas las artes, y como dijo San Crisóstomo, no se alegran los martires de ser honrados con el dinero que lloran los pobres; y así parece conveniente disponer de suerte los dias feriados y los sacros, que ni se falte à la piedad ni á las artes. Cuidado fué este del concilio maguntino en tiempo del papa Leon III., y lo será de los que ocupan la silla de San Pedro, como le tienen de todo, considerando si convendrá ó no reducir las festividades á menor número, ó mandar que se celebren algunas en los domingos mas próximos á sus dias.

Si bien casi todas las acciones tienen por fin el descanso, no sucede así en las del gobierno, porque no basta á las repúblicas y principes haber trabajado, necesaria es la continuacion. Una hora de descuido en las fortalezas pierde la vigilancia y cuidado de muchos años. En pocos de ociosidad cayó el imperio romano, sustentado por la fatiga y valor por seis siglos. Ocho costó de trabajos la restauracion

*) Es ist hier der heilige Isidorus, Schutzpatron von Madrid, gemeint, der ein armer Landmann war und dessen wunderthätiges Leben den Stoff zu vielen populären Legenden gegeben hat.

de España, perdida en ocho meses de inadvertido descuido. Entre el adquirir y conservar no se ha de interponer el ocio. Hecha la cosecha y coronado de espigas el arado, vuelve otra vez el labrador á romper con él la tierra. No cesan, sino se renuevan, sus sudores. Si fiara de sus graneros y dejara incultos los campos, presto veria estos vestidos de abrojos y vacíos aquellos; pero hay esta diferencia entre el labrador y el príncipe, que aquel tiene tiempos señalados para el sementero y la cosecha; el príncipe no, porque todos los meses son en el gobierno setiembres para sembrar y agostos para coger.

No repose el príncipe en fé de lo que trabajaron sus antepasados, porque aquel movimiento ha menester quien lo continue; y como las cosas impelidas declinan si alguna nueva fuerza no las sustenta, así caen los imperios cuando el sucesor no les arrima el hombro. Esta es la causa, como hemos dicho, de casi todas sus ruinas. Cuando una monarquía está instituida, ha de obrar como el cielo, cuyos orbes, desde que fueron criados, continuan su movimiento, y si cesasen, cesaria con ellos la generacion y produccion de las cosas. Corran siempre todos los ejercicios de la república, sin dar lugar á que los corrompa la ociosidad, como sucediera al mar si no le agitase el viento y le moviese el flujo y reflujo. Cuando, descuidados los ciudadanos, se entregan al regalo y delicias, sin poner las manos en el trabajo, son enemigos de sí mismos. Tal ociosidad maquina contra las leyes y contra el gobierno, y se ceba en los vicios; de donde emanan todos los males internos y externos de las repúblicas. Aquel ocio solamente es loable y conveniente que concede la paz y se ocupa en las artes, en los oficios públicos y en los ejercicios militares; de donde resulta en los ciudadanos una quietud serena y una felicidad sin temores, hija desta ociosa ocupacion.

Fragmento

de la

República Literaria.

A la puerta de un barbero estaba Pitágoras persuadiendo á otros filósofos la trasmigracion de las almas de unos cuerpos á otros, de donde inferia los varios instintos é inclinaciones de los animales. Las de los reyes decia que se infundian en cuerpos de leones, que parece que velan y están

dormidos; las de los príncipes en elefantes, de donde nacia en aquellos animales su vanidad y tolerancia por cualquier título o apariencia de grandeza; las de los jueces en perros, que muerden á los pobres y halagan á los ricos; las de los descorteses en alces, que no doblan la rodilla; las de los poetas en osos, que se sustentan del humor de sus uñas. Oia yo con gusto este discurso; pero un malicioso arrojó en el corro unas habas 1), y corrido Pitágoras, cubriendo con el palio la cabeza, se entro dentro de la tienda, dejándonos dudosos de aquel resentimiento, y haciendo varios juicios sobre la causa que le habia movido à prohibir aquella legumbre, unos decian que habia querido persuadir la honestidad por la haba, figura de la lascivia; otros, que habia persuadido la rectitud en votar, porque votaban antiguamente por habas. Lo que yo mas ponderé fué, cuan facilmente los que mas se precian de entendidos y sabios, se atajan y corren por cualquier cosa, como gente soberbia y que ligeramente teme perder aquella opinion que los demas tienen dellos.

Al doblar una esquina topamos á Cipion Africano y á Lelio maltratando á Terencio, queriéndole quitar los zuecos2) con que glorioso se paseaba por aquella ciudad. Acusábanle que los habia hurtado á ellos, y pudiendo mas la fuerza que la verdad, se los sacaron del pié; efetos del poder en los príncipes, que, no contentos con sus bienes externos, se arrogan los del ánimo, aunque sean agenos, y se adornan con las plumas y con los trabajos y sabiduría de los pobres.

En una calle vi que por la una y otra parte corrian tiendas de barberos, y admirado pregunté á Marco Varron la causa por que habia tantos de aquel oficio en una república de hombres dotos, que afectaban dejar crecidas las barbas y cabellos. Rióse mucho y respondióme:,, No son barberos, sino críticos, cierta especie de cirujanos que en esta república hacen profesion de perficionar ó remendar los cuerpos de los autores. A unos pegan narices, á otros ponen cabelleras, á otros dientes, ojos, brazos y piernas postizas, y lo peor es que á muchos, con pretexto de que en tiempo que se escribian los libros á mano y faltaba la emprenta se cometian muchos errores, les cortan los dedos ó las manos,

1) Bekanntlich verbot Pythagoras seinen Schülern den Genuss der Bohnen. 2) Der Soccus, der niedrige Schuh der Schauspieler in der antiken Comödie, im Gegensatz zum cothurnus, dem hohen in der Tragödie gebrauchten Schuh. Die ganze obige Anspielung bezieht sich auf den Antheil, welcher dem Laelius und dem Scipio Africanus an den Lustspielen des Terenz zugeschrieben wird.

diciendo que no son aquellas naturales, y les ponen otras, con que todos salen desfigurados de las suyas. Este atrevimiento es tal, que aun se adelantan á adivinar los conceptos no imaginados, y mudando las palabras, mudan los sentidos y taracean los libros.“ No me pareció que tenia seguras mis narices en aquella calle, y saliendo della muy apriesa, dije á Polidoro que ya habíamos visto en la entrada de la ciudad ocupada en otros oficios esta misma gente. Respondió con gracioso despecho:,, Críticos hay para todo."

Entraba por la misma calle Demócrito 1) dando tan grandes risadas, que me obligó á preguntalle la causa, admirado de tal desconcierto en un filósofo cuerdo; el cual, procurando componer aquella pasion alegre, me respondió: ,,Hay tantas cosas en esta república que mueven la risa al mas saturnino, que solamente en un forastero tiene disculpa esa pregunta, á que satisfaré, representándote las causas generales, porque no atribuyas à simpleza esta descompostura. Despues que el deseo de saber me llevó peregrino entre los indios, persas, caldeos y etiopes, y conocí la vanidad de las sciencias, los daños desta república, y cuan destruida la tienen sus ciudadanos, me ha parecido reirme de todo; porque oponerme à tantos y llorar el remedio ya imposible, seria un vano sentimiento, y cuando este fuera muy vivo, no pudiera contener la risa entre tantas cosas que la provocan. ¿Por ventura bastaria el zelo á reprimilla, viendo la indiscreta estimacion y bárbaro respeto con que veneran las naciones á esta república, no bebiendo otra verdad sino aquella que vierten los labios y destilan las plumas destos ciudadanos? Que en fé desta credulidad y en emulacion del supremo artífice han fingido disformes creaciones de vivientes y mentirosos partos, nunca imaginados de la naturaleza, dando á creer que habia en el mar tritones, focas y nereidas; en el aire hipógrifos, pegasos, arpias y esfinges; en los montes sátiros, panes, silenos, silvanos, oreades y centauros; en las selvas driades, hamadriades, y en las fuentes napeas.

,, Los ciudadanos desta república han sido los que persuadieron al mundo idolatria, levantando aras y adorando por dioses las esferas, los astros, los elementos y las demas criaturas racionales é irracionales, hasta las mas rudas é insensibles; y para disculpa de sus vicios no dejaron mar, rio,

1) Von dem griechischen Philosophen Democritus aus Abdera (geb. um 470 v. Chr.) wird erzählt, dass er fortwährend über die Thorheiten der Menschen gelacht habe.

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