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naturaleza. Solo el hombre es el que ha de buscar la doctrina de su vida con entendimiento tan errado y tan incierto, como ya habemos mostrado. Aunque yo no sé, por qué me quejo en tan pequeños daños de nuestro entendimiento, pues siendo aquel á quien está toda nuestra vida encomendada, ha buscado tantas maneras de traernos la muerte. ¿Quien halló el hierro escondido en las venas de la tierra? ¿Quien hizo del cuchillos, para romper nuestras carnes? ¿Quien hizo saetas? ¿Quien fué el que hizo lanzas? ¿Quien lombardas? Quien halló tantas artes de quitarnos la vida, sino el entendimiento, que ninguna igual industria halló de traernos la salud. Este es el que mostró deshacer las defensas, que las gentes ponen contra sus peligros, este halló los engaños, este halló los venenos y todos los otros males, por los cuales dicen que es el hombre el mayor daño del hombre. Otras cosas yo diria de aquesta parte del alma, si no me pareciese que esto basta para su condenacion; y pues ella es la guia á quien las otras siguen, no seria menester de la voluntad decir nada, pues no puede ser mas concertada, que es sabio su maestro; mas por mayor declaracion de la intencion que tengo, diré tambien las cosas que della siento. Está la voluntad, como bien sabeis, entre dos contrarios enemigos que siempre pelean por ganarla; estos son la razon y el apetito natural. La razon de una parte llama la voluntad á que siga la virtud, y le muestra á tomar fuerza y rigor para acometer cosas dificiles: y de otra parte el apetito natural con deleite la ablanda y la distrae. Agora pues ved, cual es mas fácil cosa, apartarse ella de su natural, á mantener perpétua guerra en obediencia de cosa tan áspera como es la razon y sus mandamientos, ó seguir lo que naturaleza nos aconseja, yendo tras nuestras inclinaciones, las cuales detener es obra de mayor fuerza, que nosotros podemos alcanzar, principalmente que nuestros apetitos naturales nunca dejan de combatirnos, y la razon muchas veces deja de defendernos. A todas horas nos requiere la sensualidad con sus viles deleites, mas no siempre está la razon con nosotros para amonestarnos y defendernos della: porque no solo este cuidado tiene el entendimiento, sino tambien los otros de la vida, por donde repartiéndose, segun las varias necesidades que se ofrecen, es por fuerza menester que muchas veces desampare la voluntad y la deje en medio de los que la combaten, sin que nadie le enseñe como se ha de defender. Donde es necesario, que alguna vez ó por flaqueza ó por error sea presa de los vicios. Pues cuando viene á este

estado, ¿qué cosa puede ser mas aborrecible que el hombre? Entonces la sensualidad con gula y pereza y otros blandos tratamientos de la carne ciega el entendimiento, y ella arde en sucios encendimientos de lujuria. Y si por ventura la templanza natural nos resfria, como pocas veces acontece, otros vicios hay, do se va la voluntad, cuando de la razon se aparta. Estos son soberbia, codicia, invidia, enemistad y otros que hay semejantes, de do nacen las guerras, las muertes, las gravísimas perturbaciones, en que traen los hombres al mundo. Agora pues vengan esos sabios, esos que suelen tanto ensalzar el ánima del hombre: digan nos agora, do pudieron ellos hallar bien alguno entre tantos males. Todo es vanidad y trabajo lo que á los hombres pertenece, como bien se puede ver, si los consideramos en los pueblos, do viven en comunidad. Alli veremos unos dellos en sus artes que dicen mecánicas estar peleando con la dureza del hierro: otros figuran piedras, otros suben pesos, otros pulen la madera, otros la lana, y otros en otros ejercicios sudan y trabajan encorvados sobre sus obras, do en pequeño espacio tienen ocupados los ojos y el pensamiento. Y verás alli otros los dias y las noches del reposo ocupados en las disciplinas con cuidado perpétuo, en las cuales pierde tanto la memoria, como gana el entendimiento. Así los vereis á los que siguen disciplinas, acabado el trabajo tornar de nuevo á él. Los cuales me parece que así hacen, como de Sisifo dijeron los poetas, que cuantas veces sube una piedra á la cumbre de un monte infernal, tantas veces se le cae, y torna al trabajo. Pues si esta les pareció bastante pena para ser uno atormentado en el infierno, esos que son en la república mas estimados por las disciplinas que descanso pensais que tienen, peleando continuamente con el peso dellas, que tantas veces se les cae de la memoria, cuantas lo levantan con el entendimiento? Todos trabajan y sudan, los que viven en los pueblos; y los labradores de los campos, que andan fuera dellos, no carecen de penas, descubiertos por los soles y las aguas, andando por las soledades, á procurar el mantenimiento de los otros, que viven en sus casas, como esclavos dellos; sin esperar fin ó reposo alguno, mas antes tornan de nuevo al trabajo, por el órden mismo que tornan los años. Pues los que gobiernan, mirad como no tienen ellos tampoco descanso, buscando la verdad entre las contiendas de los hombres y sus porfías, donde el hallarla es cosa de gran cuidado y gran dificultad. Cuanto mas que pues el hombre que con mayor cuidado mira por sí, á gran pena

puede dar en sus cosas concierto, las cuales conoce y es dellas señor: ¿como podrá el que gobierna concertar las vidas de tantos hombres, no sabiendo de sus intenciones nada, que ellos tienen encubiertas en sus pechos? Y si mirais la gente de guerra, que guarda la república, verlos heis vestidos de hierro, mantenidos de robos, con cuidados de matar y temores de ser muertos: andando en contínua mudanza, do los llama la fortuna con iguales trabajos en la noche y en el dia. Así que todos estos y los demas estados de los hombres no son sino diversos modos de penar, do ningun descanso tienen, ni seguridad en alguno dellos, porque la fortuna todos los confunde y los revuelve con vanas esperanzas y vanos semblantes de honras y riquezas: en las cuales cosas mostrando cuan fácil es y cuan incierta, á todos mete en deseos de valer tan desordenados, que no hay lugar tan alto do los queramos dejar. Con estos escarnios de fortuna cada uno aborrece su estado con codicia de los otros: do si llega, no halla aquel reposo que pensaba. Porque todos los bienes de fortuna al desear parecen hermosos, y al gozar llenos de pena. Así andan los hombres atónitos, errados, buscando su contentamiento donde no pueden hallarlo; y entretanto se les pasa el tiempo de la vida, y los lleva á la muerte con pasos acelerados sin sentirlo: la cual nos espera encubierta, no sabemos á cual parte de la vida, mas bien vemos que jamas estamos tan seguros della, que no podamos tenerla muy cierta. A veces se nos esconde do ménos sospecha hay, y otras veces la hallamos do vamos huyendo della. Unas veces lleva al hombre en la primera edad, y entonces es piadosa, pues le abrevia el curso de sus trabajos; otras veces, que es cruel, lo saca de entre los deleites de la edad entera, cuando ya ha cobrado á la vida grande amor. Mas pongamos que la muerte deje al hombre hacer el curso natural, ¿la mas luenga vida no vemos cuan breve pasa? La niñez en breves dias se nos va sin sentido, la mocedad se pasa mientras nos instruimos y componemos para vivir en el mundo: pues la juventud pocos dias dura, y esos en pelea que con la sensualidad entónces tenemos o en darnos por vencidos della, que es peor. Luego viene la vejez, do en el hombre comienzan á hacerse los aparejos de la muerte. Entonces el calor se resfria, las fuerzas lo desamparan, los dientes se le caen, como poco necesarios, la carne sele enjuga, y las otras cosas se van parando tales, cuales han de estar en la sepultura, hasta que el fin llega volando con alas, á quitarle de sus dulces miserias. Y aun allí en la despedida lo afligen nuevos

males y tormentos. Allí le vienen dolores crueles, allí tur baciones, allí le vienen suspiros, con que mira la lumbre del cielo, que va ya dejando, y con ella los amigos y parientes y otras cosas que amaba, acordándose del eterno apartamiento que dellas ha de tener, hasta que los ojos entran en tinieblas perdurables, en que el alma los deja retraida á des-pedirse del seso y el corazon y las otras partes principales, do en secreto solia ella tomar sus placeres. Entonces muestra bien el sentimiento que hace por su despedida, estremeciendo el cuerpo y á veces poniéndolo en rigor con gestos espantables en la cara, do se representan las crudas agonías en que dentro anda, entre el amor de la vida y temor del infierno: hasta que la muerte con su cruel mano la desase de las entrañas. Así fenece el miserable hombre, conforme á la vida que antes pasó.

sentido ?

Aquí pudiera poner fin á esta mi habla, pues he traido el hombre hasta el punto donde desvanece: si no viera que me queda nueva pelea con la fama, vana consoladora de la brevedad de nuestra vida. Esta toman muchos por remedio de la muerte, porque dicen que da eternidad á las mejores partes del hombre, que son el nombre y la gloria de los hechos, los cuales quedan en memoria de las gentes, que es segun dicen la vida verdadera. Donde claro muestran los hombres su gran vanidad, pues esperan el bien para cuando no han de tener sentido. ¿Qué aprovecha á los huesos sepultados la gran fama de los hechos? ¿Donde está el ¿Donde el pecho para recebir la gloria? ¿Do los ojos? ¿Do el oir ¿Do el oir con que el hombre coge los frutos de ser alabado? Los cuerpos en la sepultura no son diferentes de las piedras que los cubren. Allí yacen en tinieblas, libres de bien y mal, do nada se les da, que ande el nombre volando con los aires de la fama; la cual es tan incierta, que á la fin mezcla la verdad con fábulas vanas, y quita de ser conocidos los defunctos por los nombres que tenian. Las memorias de los grandes hombres troyanos y griegos con la antigüedad estan así corrompidas, que ya por sus nombres no conocemos los que fueron, sino otros hombres fingidos, que han hecho en su lugar con fábulas los poetas y los historiadores, con gana de hacer mas admirables las cosas. Y aunque digan la verdad, no escriben en el cielo incorruptible ni con letras inmudables, sino escriben en papel con letras, que aunque en él fueran durables, con mudanza de los tiempos á la fin se desconocen. Las letras de egipcios y caldeos y otros muchos que tanto florecieron, ¿quien las

sabe? ¿Quien conoce agora los reyes, los grandes hombres que á ellas encomendaron su fama? Todo va en olvido, el tiempo lo borra todo. Y los grandes edificios, que otros toman por socorro para perpetuar la fama, tambien los abate y los iguala con el suelo. No hay piedra que tanto dure ni metal, que no dure mas el tiempo consumidor de las cosas humanas. ¿Qué se ha hecho de la torre fundada para subir al cielo, los fuertes muros de Troya, el templo noble de Diana, el sepulcro de Mausoleo? Tantos grandes edificios de romanos, de que apénas se conocen las señales donde estaban, ¿qué son hechos? Todo esto se va en humo, hasta que tornan los hombres á estar en tanto olvido, como ántes que naciesen, y la misma vanidad se sigue despues, que primero habia. Hasta aquí me ha parecido decir del hombre: agora yo lo dejo á él y su fama enterrados en olvido per

durable.....

Antonio. Considerando, señores, la composicion del hombre, de quien hoy he de decir, me parece que tengo delante los ojos la mas admirable obra de cuantas Dios ha hecho, donde veo no solamente la excelencia de su saber mas representada, que en la gran fábrica del cielo, ni en la fuerza de los elementos, ni en todo el órden que tiene el universo; mas veo tambien como en espejo claro el mismo ser de Dios y los altos secretos de su Trinidad. Parte desto vieron los sabios antiguos con la lumbre natural: pues que puestos en tal contemplacion, dijo Trimeyisto, que gran milagro era el hombre, do cosas grandes se veian; y Aristóteles creyó que era el hombre el fin, á quien todas las cosas acatan, y que el cielo tan excelente y las cosas admirables que dentro de sí tiene, todas fueron reducidas á que el hombre tuviese vida sin el cual todas parecian inútiles y vanas. Solo Epicuro se quejaba de la naturaleza humana, que le parecia desierta de bien y afligida de muchos males, alegando tales razones, que me parece que tu, Aurelio, le has bien en ellas imitado. Por lo cual le parecia que este mundo universal se regia por fortuna, sin providencia que dentro dél anduviese á disponer de sus cosas. Mas de cuanto valor sea la sentencia de Epicuro, ya él lo mostró, cuando antepuso el deleite á la virtud. Yo no quisiera que aprobara al hombre, quien á la virtud condena; basta que lo aprueben aquellos que con alto juicio saben, que al artífice hace grave injuria, quien reprueba su obra mas excelente. Dios fué el artífice del hombre, y por eso si en la fábrica de nuestro ser hubiese alguna falta, en él redundaria mas señaladamente que de

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