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ganancia, y agora visto el daño que haria á mi conciencia y à vuestras haciendas, arrepentido de lo hecho, os declaro claramente que las bulas que predica son falsas, y que no le creais ni las tomeis, y que yo directe ni indirecte no soy parte en ellas, y que desde agora dejo la vara1) y doy con ella en el suelo; y si en algun tiempo este fuere castigado por la falsedad, que vosotros me seais testigos, como yo no soy con él, ni le doy á ello ayuda, ántes os desengaño y declaro su maldad." Y acabó su razonamiento. Algunos hombres honrados que allí estaban se quisieron levantar y echar al alguacil fuera de la iglesia por evitar escándalo; mas mi amo fué à la mano y mandó á todos que so pena de escomunion no le estorbasen, mas que le dejasen decir todo lo que quisiese; y así él tambien tuvo silencio mientras el alguacil dijo todo lo que he dicho. Como calló, mi amo le preguntó, que si queria decir mas que lo dijese. El alguacil dijo:,,Harto mas hay que decir de vos y de vuestra falsedad; mas por agora basta." El señor comisario se hincó de rodillas en el púlpito, y puestas las manos y mirando al cielo dijo así:,,Señor Dios, á quien ninguna cosa es escondida, ántes todas manifiestas, y á quien nada es imposible, ántes todo posible, tú sabes la verdad y cuan injustamente yo soy afrentado; en lo que á mí toca, yo le perdono, porque tú, Señor, me perdones; no mires aquel que no sabe lo que hace ni dice; mas la injuria á tí hecha, te suplico y por justicia te pido, no disimules, porque alguno que está aquí, que tal vez pensó tomar aquesta santa bula, dando crédito á las falsas palabras de aquel hombre lo dejará de hacer; y pues es tanto perjuicio del prójimo, te suplico yo, Señor, no lo disimules, mas luego muestra aquí milagro, y sea desta manera que si es verdad lo que aquel dice y que yo traigo maldad y falsedad, este púlpito se hunda conmigo, y meta siete estados debajo de tierra, do él ni yo jamas parezcamos. Y si es verdad lo que yo digo, y aquel, persuadido del demonio (por quitar y privar á los que están presentes de tan gran bien) dice maldad, tambien sea castigado, y de todos conocida su malicia."

Apénas habia acabado su oracion el devoto señor mio, cuando el negro alguacil cae de su estado, y da tan gran golpe en el suelo, que la iglesia toda hizo resonar, y comenzó á bramar y echar espumajos por la boca, y torcella, y hacer visajes con el gesto, dando de píé y de mano, revolviéndose

1) Der Amtsstab.

Span. Handb. I.

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por aquel suelo á una parte y á otra. El estruendo y voces de la gente era tan grande, que no se oian unos á otros; algunos estaban espantados y temerosos, unos decian: el Señor le socorra y valga, otros: bien se le emplea, pues levantaba tan falso testimonio. Finalmente, algunos que allí estaban, y á mi parecer no sin harto temor, se llegaron y trabaron de los brazos, con los cuales daba fuertes puñadas á los que cerca dél estaban; otros le tiraban por las piernas y tuvieron reciamente, porque no habia mula falsa en el mundo que tan recias coces tirase. Y así le tuvieron un gran rato, porque mas de quince hombres estaban sobre él, y á todos daba las manos llenas, y si se descuidaban en los hocicos. A todo esto el señor, mi amo, estaba en el púlpito de rodillas, las manos y los ojos puestos en el cielo, trasportado en la divina esencia, que él plantó, y ruido y voces que en la iglesia habia no eran parte para apartalle de su divina contemplacion. Aquellos buenos hombres llegaron á él, y dando voces le despertaron y le suplicaron quisiese socorrer á aquel pobre que estaba muriendo, y que no mirase á las cosas pasadas, ni á sus dichos malos, pues ya dellos tenia el pago; mas si en algo podia aprovechar para librarle del peligro y pasion que padescia, por amor de Dios lo hiciese, pues ellos veian clara la culpa del culpado y la verdad y bondad suya, pues á su peticion y venganza el Señor no alargó el castigo. El señor comisario, como quien despierta de un dulce sueño, los miró, y miró al delincuente y á todos los que al rededor estaban, y muy pausadamente les dijo: Buenos hombres, vosotros nunca habíades de rogar por un hombre en quien Dios tan señaladamente se ha señalado. Mas pues él nos manda que no volvamos mal por mal y perdonemos las injurias, con confianza podremos suplicarle que cumpla lo que nos manda, y su majestad perdone á este que le ofendió poniendo en su santa fé obstaculo; vamos todos á suplicalle. Y así bajó del púlpito y encomendó aquí muy devotamente suplicasen á nuestro Señor tuviese por bien de perdonar á aquel pecador, y volverle en su salud y sano juicio, y lanzar dél el demonio, si su majestad habia permitido que por su gran pecado en él entrase.

Todos se hincaron de rodillas, y delante del altar con los clérigos comenzaban á cantar con voz baja una letanía, y viniendo él con la cruz y agua bendita, despues de haber sobre él cantado, el señor, mi amo, puestas las manos al cielo, y los ojos, que casi nada se le parecia sino un poco de blanco, comienza una oracion no ménos larga que devota,

con la cual hizo llorar á toda la gente como suelen hacer en los sermones de pasion el predicador y auditorio devoto, suplicando á nuestro Señor, pues no queria la muerte del pecador, sino su vida y arrepentimiento, que aquel encaminado por el demonio y persuadido de la muerte y pecado, le quisiese perdonar y dar vida y salud, para que se arrepintiese y confesase sus pecados; y esto hecho, mandó traer la bula y púsosela en la cabeza, y luego el pecador del alguacil comenzó poco á poco á estar mejor y á tornar en sí, y desque fué bien vuelto en su acuerdo, echóse á los piés del señor comisario, y demandándole perdon, confesó haber dicho aquello por la boca y mandamiento del demonio, lo uno por hacer á él daño y vengarse del enojo, lo otro y mas principal, porque el demonio recibia mucha pena del bien que allí se hiciera en tomar la bula. El señor, mi amo, le perdonó, y fueron hechas las amistades entre ellos, y á tomar la bula hubo tanta priesa, que casi ánima viviente en el lugar no quedó sin ella, marido, y muger, y hijos, y hijas, mozos y mozas. Divulgóse la nueva de lo acaecido por los lugares comarcanos, y cuando á ellos llegabamos no era menester sermon ni ir á la iglesia, que á la posada la venian á tomar como si fueran peras que se dieran de balde. De manera, que en diez ó doce lugares de aquellos alrededores donde fuimos, echó el señor, mi amo, otras tantas mil bulas sin predicar sermon. Cuando se hizo el ensayo, confieso mi pecado, que tambien fuí dello espantado, y creí que así era, como otros muchos. Mas con ver despues la risa y burla, que mi amo y el alguacil llevaban y hacian del negocio, conocí como habia sido industriado por el industrioso y inventivo de mi amo, y aunque mochacho, cayóme mucho en gracia, y dije entre mi: i Cuantas destas deben de hacer estos burladores entre la inocente gente!" Finalmente, estuve con este mi quinto amo cerca de cuatro meses, en los cuales pasé tambien hartas fatigas.

Guerra de Granada.

Primeras juntas de los moriscos.
(Guerra de Granada. Lib. I. Cap. 5-8.)

Habia en el reino de Granada costumbre antígua, como la hay en otras partes, que los autores de delitos se salvasen y estuviesen seguros en lugares de señorio, cosa que mirada

en

en comun y por la haz, se juzgaba que daba causa á mas delitos, favor á los malhechores, impedimento á la justicia y desautoridad á los ministros della. Pareció por estos inconvenientes, y por ejemplo de otros estados, mandar, que los señores no acogiesen gente desta calidad en sus tierras, confiados que bastaba solo el nombre de justicia, para castigallos donde quiera que anduviesen. Manteníase esta gente con sus oficios en aquellos lugares, casábanse, labraban la tierra, dábanse á vida sosegada. Tambien les prohibieron la inmunidad de las iglesias arriba de tres dias. Mas despues que les quitaron los refugios, perdieron la esperanza de seguridad y diéronse à vivir por las montañas, hacer fuerzas, saltear caminos, robar y matar. Entró luego la duda tras el inconveniente sobre á qué tribunal tocaba el castigo, nacida de competencia de jurisdiciones; y no obstante que los generales acostumbrasen hacer estos castigos, como parte del oficio de la guerra, cargaron á color1) de ser negocio criminal, la relacion apasionada ó libre de la ciudad, y la autoridad de la audiencia, y púsose manos de los alcaldes, no escluyendo en parte al capitan general. Dióseles facultad para tomar á sueldo cierto número de gente répartida pocos á pocos, á que usurpando el nombre llamaban cuadrillas, ni bastantes para asegurar, ni fuertes para resistir. Del desden, de la flaqueza de provision, de la poca experiencia de los ministros en cargo, que participaba de guerra, nació el descuido; ó fuése negligencia ó voluntad de cada uno, que no acertase su émulo. En fin fué causa de crecer estos salteadores (monfies los llamaba la lengua morisca) en tanto número, que para oprimillos ó para reprimillos no bastaban las unas ni las otras fuerzas. Este fué el cimiento sobre que fundaron sus esperanzas los ánimos escandalizados y ofendidos, y estos hombres fueron el instrumento principal de la guerra. Todo esto parecía al comun cosa escandalosa; pero la razon de los hombres, ó la providencia divina (que es lo mas cierto) mostró con el suceso, que fué cosa guiada, para que el mal no fuése adelante, y estos reinos quedasen asegurados mientras fuese su voluntad. Siguiéronse luego ofensas en su ley, en las haciendas y en el uso de la vida, así cuanto á la necesidad como cuanto al regalo, á que es demasiadamente dada esta nacion. Porque la inquisicion los comenzó á apretar mas de lo ordinario, el rey les mandó dejar la habla morisca y con ella el comercio y comunicacion entre sí; quitóseles el servicio de los esclavos

1) Unter dem Vorwande.

negros, á quienes criaban con esperanzas de hijos, el hábito morisco en que tenian empleado gran caudal; obligáronlos á vestir castellano con mucha costa, que las mugeres trujesen los rostros descubiertos, que las casas acostumbradas á estar cerradas estuviesen abiertas, lo uno y lo otro tan grave de sufrir entre gente celosa. Hubo fama que les mandaban tomar los hijos y pasallos á Castilla. Vedaronles el uso de los baños, que eran su limpieza y entretenimiento; primero les habian prohibido la música, cantares, fiestas, bodas, conforme á su costumbre, y cualesquier juntas de pasatiempo. Salió todo esto junto sin guardia ni provision de gente; sin reforzar presidios viejos ó firmar otros nuevos. Y aunque los moriscos estuviesen prevenidos de lo que habia de ser, les hizo tanta impresion, que antes pensaron en la venganza que en el remedio. Años habia que trataban de entregar el reino á los príncipes de Berbería ó al Turco; mas la grandeza del negocio, el poco aparejo de armas, vituallas, navíos, lugar fuerte donde hiciesen cabeza, el poder grande del emperador y del rey Felipe, su hijo, enfrenaba las esperanzas é imposibilitaba las resoluciones; especialmente estando en pié nuestras plazas mantenidas en la costa de Africa, las fuerzas del Turco tan lejos, las de los corsarios de Argel mas ocupadas en presas y provecho particular, que en empresas difíciles de tierra; fuéronseles con estas dificultades dilatando los designios, apartándose ellos de los del reino de Valencia, gente menos ofendida y mas armada. En fin, creciendo igualmente nuestro espacio par una parte, y por otra los excesos de los enemigos, tantos en número que ni podian ser castigados por manos de justicia, ni por tan poca gente como la del capitan general, eran ya sospechosas sus fuerzas para encubiertas, aunque flacas para puestas en ejecucion. El pueblo de cristianos viejos adivinaba la verdad, cesaba el comercio y paso de Granada á los lugares de la costa, toda era confusion, sospecha, temor, sin resolver, proveer ni ejecutar. Vista por ellos esta manera en nosotros, y temiendo que con mayor aparejo les contraviniésemos, determinaron algunos de los principales de juntarse en Cadiar, lugar entre Granada y la mar y el rio de Almeria, á la entrada de la Alpujarra. Tratóse del cuando y como se debian descubrir unos á otros, de la manera del tratado y ejecucion; acordaron que fuese en la fuerza del invierno, porque las noches largas les diesen tiempo para salir de la montaña y llegar á Granada, y á una necesidad tornarse á recoger y poner en salvo, cuando nuestras galeras reposaban

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