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y con todo eso fué mi hermano tan amado 'de aquel invictísimo rey, que nunca jamas le consintió salir de su corte. La desdichada de mí, que para mayores desventuras me guardaban mis hados, fué llevada en casa de una abuela mia, que no debiera, pues fué causa de vivir con tan gran tristeza, cual nunca muger padeció. Y porque no hay cosa que no me sea forzado decirosla, así por la gran virtud de que vuestra estremada hermosura da testimonio, como porque el alma me da que habeis de ser gran parte de mi consuelo, sabed que, como yo estuviese en casa de mi abuela y fuese ya casi de diez y siete años, se enamoró de mí un caballero, que no vivia tan lejos de nuestra posada, que desde un terrado que en la suya habia, no se viese un jardin adonde yo pasaba las tardes del verano. Pues como de allí el desagradecido Don Felix viese á la desdichada Felismena (que este es el nombre de la triste que sus desventuras os está contando) se enamoró de mí, ó se fingió enamorado. No sé cual me crea, pero sé que quien ménos en estado creyere, mas acertará. Muchos dias fueron los que Don Felix gastó en darme á entender su pena, y muchos mas gasté yo en no darme nada que él por mí la padeciese: y no sé como el amor tardó tanto en hacerme fuerza que le quisiese; debió tardar, para despues venir con mayor impetu. Pues como yo por señales y por paseos y por músicas y torneos, que delante de mi puerta muchas veces se hacian, no mostrase entender que de mi amor estaba preso, aunque desde el primero dia lo entendí, determinó de escribirme. Y hablando con una criada mia, á quien muchas veces habia hablado y aun con muchas dádivas ganado la voluntad, le dió una carta para mí. Pues ver las salvas que Rosina (que así la llamaban) me hizo, primero que me la diese, los juramentos que me juró, las cautelosas palabras que me dijo porque no me enojase, cierto fué cosa de espanto. Y con todo eso se la volví á arrojar á los ojos, diciendo: ,,Si no mirase á quien soy y lo que se podria decir, ese rostro que tan poca vergüenza tiene, yo le haria señalar de manera que fuese entre todos conocido. Mas porque es la primera vez, baste lo hecho y avisaros que os guardeis de la segunda." Paréceme, que estoy aora viendo, como aquella traidora de Rosina supo con tan gentil semblante callar, disimulando lo que de mi enojo sentia, porque le veríades, o hermosas ninfas, fingir una risa tan disimulada, diciéndole á su señora: ,,Yo para que riésemos con ella la dí á vuestra merced, que no para que se enojase desa manera. Que plega á Dios, si mi

intencion ha sido dalle enojo, que Dios me le dé el mayor que hija de madre haya tenido." Y á esto añadió otras muchas palabras, como ella las sabia decir, para amansar el enojo que yo de las suyas habia recebido: y tomando su carta se me quitó de delante.

Yo despues de pasado esto comencé de imaginar en lo que allí podria venir, y tras esto parece que el amor me iba poniendo deseo de ver la carta; pero la vergüenza me estorbaba tornalla á pedir á mi criada, habiendo pasado con ella lo que he contado. Y así pasé aquel dia hasta la noche en muchas variedades de pensamientos. Y cuando Rosina entró á desnudarme, al tiempo que me queria acostar, Dios sabe si yo quisiera que me volviera á importunar sobre que recibiese la carta, mas nunca me quiso hablar, ni por pensamiento en ella. Yo, por ver si saliéndole al camino aprovecharia algo, le dije: „¿Así, Rosina, que el señor Don Felix sin mirar mas se atreve á escribirme?" Ella muy secamente me respondió: ,, Señora, son cosas que el amor trae consigo: suplico á vuestra merced me perdone, que si yo pensara que en ello le enojaba, ántes me sacara los ojos." Cual yo entonces quedé, Dios lo sabe: pero con todo eso disimulé, y me dejé quedar aquella noche con mi deseo y con la ocasion de no dormir. Y así fué que verdaderamente ella fué para mí la mas trabajosa y larga, que hasta entónces habia pasado. Pues venido el dia, y mas tarde de lo que yo quisiera, la discreta Rosina entró á darme de vestir, y se dejó adrede caer la carta en el suelo. Y como le vi, la dije:,,Qué es eso que cayó ahí? muéstralo acá.",,No es nada, señora, dijo ella.“ „Ora muéstralo acá, dije yo, no me enojes, ó dime lo que es.",,Jesus, señora, dijo ella, ¿para qué lo quiere ver? La carta de ayer es." „No es por cierto, dije yo, muéstrala acá, por ver si mientes." Aun yo no lo hube dicho, cuando ella me la puso en las manos, diciendo: ,,Mal me haya Dios, si es otra cosa." Yo, aunque la conocí muy bien, dije: „En verdad que no es esta, que yo la conozco, y de algun tu enamorado debe ser; yo quiero leerla, por ver las necedades que te escribe." Y abriéndola ví que decia

desta manera:

Señora,

„Siempre imaginé que vuestra discrecion me quitara el miedo ,,de escribiros, entendiendo sin carta lo que os quiero: mas ella ,,misma ha sabido tan bien disimular, que allí estuvo el daño ,,donde pensé que el remedio estuviese. Si como quien sois juz,,gais mi atrevimiento, bien sé que no tengo una hora de vida:

„pero si lo tomais segun lo que amor suele hacer, no tro,,caré por ella mi esperanza. Suplico os, señora, no os ,,enoje mi carta, ni me pongais culpa por el escribiros, ,,hasta que esperimenteis si puedo dejar de hacerlo, y que ,,me tengais en posesion de vuestro, pues todo lo que puede ,,ser de mí está en vuestras manos, las cuales beso mas de ,,mil veces."

Pues como yo viese la carta de mi Don Felix, ό porque la lei en tiempo que mostraba en ella quererme mas que á sí, ó porque de parte desta ánima cansada habia disposicion para imprimirse en ella el amor de quien me escribia, yo comencé à querelle bien: y por mi mal yo comencé, pues habia de ser causa de tanta desventura. Y luego pidiendo perdon á Rosina de lo que antes habia pasado, como quien menester la habia para lo de adelante, y encomendándole el secreto de mis amores, volví otra vez á leer la carta, parando á cada palabra un poco; y bien poco debia de ser, pues yo tan presto me determiné, aunque ya no estaba en mi mano el no determinarme, y tomando papel y tinta le respondi desta manera:

,,No tengas en tan poco, Don Felix, mi honra, que con ,,palabras fingidas pienses perjudicalla. Bien sé quien eres ,,y vales, y aun creo que desto te habrá nacido el atreverte, „y no de la fuerza que dices que el amor te ha hecho: y ,,si es así, como me afirma mi sospecha, tan en vano es mi ,,trabajo, como tu valor y suerte, si piensas hacerme ir con,,tra lo que á la mia debo. Suplícote que mires, cuan pocas ,,veces suceden bien las cosas que debajo de cautela se ,,comienzan, y que no es de caballero, entenderlas de una ,,manera y decirlas de otra. Dicesme que te tenga en po,,sesion de cosa mia. Soy tan mal acondicionada que aun ,,de la esperiencia de las cosas no me fio, cuanto mas de ,,tus palabras. Mas con todo eso tengo en mucho lo que en ,,la tuya me dices, que bien me basta ser desconfiada, ,,ser tambien desagradecida."

sin

Esta carta le envié, que no debiera, pues fué ocasion de todo mi mal; porque luego comenzó á cobrar osadía para me declarar mas su pensamiento, y á tener ocasion para me pedir que le hablase. En fin, hermosas ninfas, que algunos dias se gastaron en demandas y en respuestas, en los cuales el falso amor hacia en mí su acostumbrado oficio, pues cada hora tomaba mas posesion desta desdichada. Los torneos se tornaron á renovar, las músicas de noche jamas cesaban, las cartas y los motes nunca dejaban de ir de una parte á

otra, y así pasó casi un año, al cabo del cual yo me ví tan presa de sus amores, que no fuí parte para dejar de manifestalle mi pensamiento, cosa que él deseaba mas que á su propia vida. Quiso pues mi desventura que al tiempo en que nuestros amores mas encendidos andaban, su padre lo supiese; y quien selo dijo selo supo encarecer de manera, que temiendo no se casase conmigo le envió á la corte de la gran princesa Augusta Cesarina, diciendo que no era justo que un caballero mozo y de linaje tan principal gastase la mocedad en casa de su padre, donde no se podian aprender sino los vicios de que la ociosidad es maestra. El se partió tan triste, que su mucha tristeza le estorbó avisarme de su partida. Yo quedé tal cuando lo supe, cual puede imaginar quien algun tiempo se vió tan presa de amor, como yo por mi desdicha lo estoy. Decir yo aora la vida que pasaba en su ausencia, la tristeza, los sospiros, las lágrimas que por estos cansados ojos cada dia derramaba, no sé si podré. Que pena es la mia, que aun decir no se puede; ved, como podrá sufrirse. Pues estando yo en medio de mi desventura y de las ansias que la ausencia de Don Felix me hacia sentir, pareciéndome que mi mal era sin remedio, y que despues que en la corte se viese, à causa de otras damas de mas hermosura y calidad, y tambien de la ausencia que es capital enemiga del amor, yo habia de ser olvidada, determiné aventurarme á hacer lo que nunca muger pensó; y fué, vestirme en hábito de hombre, é irme á la corte, por ver aquel en cuya vista estaba toda mi esperanza. Y como lo pensaba, así lo puse por obra, no dándome el amor lugar á que mirase lo que á mí propia debia. Para lo cual no me faltó industria, porque con ayuda de una grandísima amiga mia y tesorera de mis secretos, que me compró los vestidos que yo le mandé y un caballo en que me fuese, me parti de mi tierra y aun de mi reputacion (pues no puedo creer que jamas pueda cobralla); y así me fuí derecha á la corte, pasando por el camino cosas que, si el tiempo me diera lugar para contallas, no fueran poco gustosas de oir.

Veinte dias tardé en llegar, en cabo de los cuales, llegando donde deseaba, me fuí á posar á una casa, la mas apartada de conversacion que yo pude. Y el gran deseo que llevaba, de ver aquel destruidor de mi alegría, no me dejaba imaginar en otra cosa, sino en como ó donde podria verle. Preguntar por él á mi huesped no osaba, porque quizá no se descubriese mi venida; ní tampoco me parecia bien ir á buscalle, porque no me sucediese alguna desdicha. En esta confusion

pasé todo aquel dia hasta la noche, la cual cada hora se me hacia un año y siendo poco mas de media noche, el huesped llamó á la puerta de mi aposento, y me dijo que si queria gozar de una música que en la calle se daba, que me levantase de presto y abriese una ventana. Lo que yo hice luego, y parándome en ella oí en la calle un paje de Don Felix, que se llamaba Fabio (el cual luego en la habla conocí), como decia á otros que con él iban: „Aora, señores, es tiempo, que la dama está en el corredor sobre la huerta, tomando el fresco de la noche." Y no lo hubo dicho, cuando comenzaron a tocar tres cornetas y un sacabuche con tan gran concierto, que parecia una música celestial. Y luego comenzó una voz que cantaba, á mi parecer lo mejor que nadie podria pensar. Y aunque estuve suspensa en oir á Fabio, y en aquel tiempo ocurrieron muchas imaginaciones, todas contrarias á mi descanso, no dejé de advertir á lo que se cantaba, porque no lo hacian de manera que cosa alguna impidiese el gusto que de oillo se recebia: y lo que se cantó primero fué este romance:

Oidme, señora mia,

Si acaso os duele mi mal,
Y aunque no os duele el oille,
No me dejeis de escuchar.

Dadme este breve descanso,
Porque me esfuerce à penar:
¿No os doleis de mis sospiros,
Ni os enternece el llorar,
Ni cosa mia os da pena,
Ni la pensais remediar?
¿Hasta cuando, mi señora,
Tanto mal ha de durar?

No está el remedio en la muerte,

Sino en vuestra voluntad,

Que los males que ella cura,

Ligeros son de pasar:

No os fatigan mis fatigas,

Ni os esperan fatigar:

¿De voluntad tan esenta
Que medio se ha de esperar?

Y ese corazon de piedra,
¿Como le podré ablandar?
Volved, señora, esos ojos,

Que en el mundo no hay su par:
Mas no los volvais airados,

Sino me quereis matar:

Aunque de una y otra suerte

Matais con solo mirar.

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