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tenía. Tal era la condicion del extranjero en las Repúblicas de Grecia y Roma, que ni áun disfrutaba de los derechos que llamamos naturales, porque la naturaleza los concede al sér dotado de inteligencia que se llama hombre. No podia ser propietario ni contraer un matrimonio legal, y sólo adquiria la capacidad al efecto cuando un tratado ponia fin á la hostilidad natural, que dividia las ciudades y establecia el estado de paz, ✔ cuando más tarde se le otorgó el don precioso de la ciudadanía. Así se comprende que pensadores tan ilustres como Platon y Aristóteles justificasen la esclavitud sin sospechar que intentaban sancionar con su indisputable talento un crímen de lesa humanidad, cuya protexta viva habia de alzarse siglos despues en la cima del Calvario, donde se consumó la redencion religiosa, moral y social de la raza humana. No culpemos, sin embargo, por ello á los que hoy admiramos aún como genios privilegiados que ensancharon la esfera de las concepciones filosóficas; no existia la idea del hombre ni de la humanidad, y les faltaba la base

para atacar la injusticia de la dominacior. del fuerte sobre el débi

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Esto explica porqué los nomanos, que son nuestros maestros en la ciencia del derecho, ignoraban el derecho internacional. Habian grabado en las Doce Tablas la Ley que sintetiza los sentimientos de toda la antigüedad. In hostem perpetua autoritas, que podria traducirse: Contra el enemigo, perpétua opresion. Roma, sin embargo, tenía el genio de la unidad, á diferencia de los griegos, que nacieron, vivieron y murieron divididos sin poder formar nunca una nacionalidad poderosa que resistiera á los embates de los enemigos interiores y exteriores. El pueblo-rey no comprendia la unidad sino bajo la forma del dominio, y el imperio de la fuerza y la fuerza es el enemigo irreconciliable del derecho; por eso, aunque extendió su poder sobre todo el orbe conocido, que llegó á ser orbe romano, nunca pudo elevarse á la nocion de los derechos del hombre. La esclavitud será siempre el eterno borron de sus leyes, que sin fundamento han llamado algunos

comentaristas la razon escrita. ¿Y cómo se reclutaban las masas de esclavos que poblaban los dominios de los grandes de Roma: ¡Destino providencial! Los bárbaros, que habian de vengar de una manera tan sangrienta los crímenes y extravíos de la señora del mundo, eran los que abastecian los mercados de carne humana. ¿Quiénes eran los bárbaros? El nombre y la cosa caracterizan á la humanidad. Los griegos consideraban como bárbaros á los que no hablaban el armonioso lenguaje de Sófocles y Demóstenes y desconocían su brillante cultura, y así no podia existir vínculo ningu no entre ellos y los bárbaros, y la filosofía. por el autorizado conducto de sus más nobles representantes, declaraba que los helenos tenian, por la superioridad de su inteli gencia, derecho perfecto é inconcuso parz dominar á todos los bárbaros, que habiar nacido sólo para servir. Los romanos heredaron este desprecio á los que no habiar tenido la dicha de nacer baio el sol de l ciudadanía romana.

La antigüedad perecio por haber practi

cado la esclavitud, y hubiera muerto de inanicion sin necesidad del desbordamiento de las hordas del Norte. Roma misma en sus postrimerías llamó á los bárbaros para nutrir sus legiones y para cultivar la tierra yerma y arrasada por las discordias civiles. Esta coexistencia de romanos y bárbaros debia hacer nacer relaciones de donde hubiera podido surgir algun principio de derecho internacional; y no obstante, ni un sólo rastro se encuentra en las compilaciones de Justiniano. Esto que á primera vista puede parecer estraño, tiene una explicacion natural. Aunque los emperadores llamaron á los bárbaros, prohibieron que las romanas se casasen con ellos, considerándolo sin duda como un desdoro y una abyeccion, y efectivamente habia gran diterencia entre los unos

у los otros. Los romanos eran ciudadanos y los únicos capaces de ejercer derechos de tales; los bárbaros carecian de toda personalidad legal y sólo tenian brazos para trabajar la tierra y para defender el imperio de las oleadas de compatriotas que la Providencia llamaba para reemplazar á una sociedad de

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crépita, á la manera que en estío apiña las
nubes donde se condensa la tempestad que
ha de regar el suelo abrasado y refrescar la
atmósfera apénas respirable.

No por esto puede sentarse en absoluto
que la antigüedad nadà ha hecho por el des-
arrollo de la idea del derecho. El hombre
nace imperfecto pero perfectible. En la cuna
de las sociedades humanas reina la
de todos contra todos, y en esta época de
barbarie no hay lugar para el derecho, ni es
posible que semejante revolucion se veri-
fique de improviso. La humanidad obedece
á la ley del progreso que se opera lenta-
mente como el crecimiento en el mundo fí-
sico. Los hombres no pueden desarrollarse
como séres activos y pensantes sino en el
estado de sociedad; el principio de todo pro-
greso consiste, pues, en organizar la ciudad.
El hombre empieza por ser un lobo para el
hombre. Cuando las primeras sociedades se
organizan, esta hostilidad de todos contra
todos se convierte en hostilidad de las ciu-
dades unas contra otras. Ven un enemigo
en todo cuanto les rodea, y por eso el extran-

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19 guerra

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