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ción. Es más: porque la nueva Asociación pretende ofrecer a los asociados su asesoría respecto a las cuestiones tocantes a la valorización económica del libro, promover las reformas legales que sean convenientes en el régimen de la propiedad intelectual y atender, por medio de un montepio, al amparo de los escritores viejos y desvalidos. La Asociación no es un gremio o un sindicato que sustituya forzosamente la personalidad colectiva a la de los asociados. Está concebida con espíritu de libertad. No se pretende que el escritor sea para la Asociación, sino la Asociación para el escritor. La excepción relativa al pequeño derecho o derecho sobre las reproducciones de textos literarios en publicaciones periódicas, está justificada, porque de otra suerte no podría organizarse un régimen viable de recaudación. Además, en este caso el escritor no enajena nada, puesto que en el estado actual de derecho y de costumbre no cobra por la reproducción.

La Asociación no es tampoco un grupo de combate que levante la bandera de «¡guerra a los palacios, paz a las cabañas!» Al escritor le convienen más los palacios editoriales y del comercio de librería que las cabañas, pues con industrias florecientes y prósperas podrá defender mejor su lote que con industrias sordidas y mezquinas.

Los intereses de cuantos concurren en la producción y propagación del libro pueden hallarse ciertamente en oposición; pero tienen puntos naturales de coincidencia. La ciudad o república de los libros no es una Arcadia, no las hay ahora en el mundo; pero puede regirse por normas de justicia y en ella cabe la concordia de los intereses.

Una de las causas que han retrasado la organización profesional del escritor español ha sido la pobreza de nuestro mercado literario. El escritor español se pasaba la vida corriendo en busca de un editor y renegando después del editor, con mayor o menor justicia. La Asociación de escritores aspirą a valorizar mejor la literatura, a extender e intensificar el mercado. El mercado de la literatura española tiene grandes posibilidades, muy superiores a su realidad presente. Se le podría representar gráficamente por dos circulo: uno muy vasto, de largo radio, de las gentes que hablan el español; otro, inserto en el anterior, de las gentes que leen en español. El empeño que hemos de perseguir consiste en ir ensanchando el circulo pequeño y acercándole al exterior, más allá del cual se extiende otra zona de propagación, poco cultivada, la de la

difusión de las letras españolas mediante traducciones, por los territorios de otras lenguas.

¿Cómo se ensancha y valoriza un mercado literario? El mercado de los libros no se distingue fundamentalmente de los de otros productos. Aunque tenga sus especialidades y características, entra en el mecanismo económico. Un mercado se amplia mejorando los productos, asi en lo intrinseco como en la forma de presentación; dándolos a conocer, haciéndolos gratos y asequibles. En sus primeros pasos, la Asociación de Escritores Españoles no podrá conseguir grandes resultados en punto a la ampliación del mercado. Representará, con todo, un estímulo; tendrá una mirada vigilante y seguirá con particular atención y estudio la carrera del libro español y en general del texto literario español, desde que sale de las prensas.

Además de los valores presentes, poco difundidos, la literatura española cuenta con una rica herencia que la ha dado puesto eminente en el Panteón universal de las letras. Es la herencia de los clásicos. Tal herencia no es sólo espiritual; tiene también un valor económico. Como la propiedad literaria no es ni debe ser perpetua, los valores o bienes económicos que representa esta herencia han entrado por el transcurso del tiempo en el dominio público. Pero el dominio público es una ficción en ciertas clases de aprovechamientos. Del valor económico potencial de las obras literarias que han entrado en el dominio público se pueden aprovechar en teoría todos los ciudadanos; pero la utilidad, prácticamente, sólo puede ser explotada por los que se consagran a la industria del libro. La Asociación de Escritores aspira a reivindicar para el escritor, la parte que indudablemente le corresponde en la herencia de sus antecesores. Ya lo ha conseguido la Sociedad de actores dramáticos respecto de la literatura escénica.

El ejemplo de esta Sociedad que acabo de citar, indica la fuerza económica potencial que puede convertir en actual, la Asociación de Escritores. Sin forzar la analogía, reconociendo la más fácil valoración económica de la literatura dramática, es innegable que en las otras provincias de las letras hay riquezas inexplotadas o mal explotadas. Es una obra de perseverancia, de discreción y acti vidad la que se ofrece a la Asociación de Escritores; una empresa de argonautas en que el vellocino puede tener sus destellos de gloria, pues no se trata de mercantilizar al escritor ni de infundirle un espiritu fenicio, sino de darle su puesto en el banquete de la utilidad, recordando que es justo que el sacerdote viva del altar.

E. GÓMEZ DE BAQUERO

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JACINTO BENAVENTE

Nos honramos reproduciendo el retrato del gran dramaturgo español contemporáneo. Para dar idea de su obra, copiamos los títulos de sus producciones, originales o traducidas por él, según la serie de veintiséis tomos en que están reunidas.

I.

Obras originales o traducidas de Jacinto Benavente.

El nido ajeno. - Gente conocida. - El marido de la Téllez. - De alivio.

2. Don Juan, traducción de la comedia de Molière. La Farándula.—La comida de las fieras.— Teatro feminista.

3. Cuento de amor (Twelfte night or who you will, traducción de Shakespeare.- Operación quirúrgica. - Despedida cruel. -La gata de Angora.— Viaje de instrucción.-Por la herida.

4.

5.

Modas. Lo cursi.-Sin querer.-Sacrificios.
La gobernadora.-El primo Román.

6. Amor de amar.-¡Libertad!, traducción de la obra de Santiago Rusiñol.-El tren de los maridos.

7. Alma triunfante.-El automóvil.-La noche del sábado.

8. Los favoritos, comedia basada en un episodio de la de Shakespeare Much ado about nothing. El hombrecito. Mademoiselle de Belle Isle, traducción de la comedia de A. Dumas (padre).-Por qué se ama.

9. Al natural.-La casa de la dicha.-El dragón de fuego.

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19. La escuela de las princesas.- La señorita se aburre.-El príncipe que todo lo aprendió en los libros.- Ganarse la vida.

20. El nietecito.-La losa de los sueños.-La malquerida.

21. El destino manda, traducción del drama de M. Paul Hervieu Le destin est maitre.- El collar de estrellas. La verdad.

22. La propia estimación.-Campo de armiño. 23. La túnica amarilla, traducción de la leyenda china original de Georges C. Hazelton Ir. y J. Harry Bushimo.- La ciudad alegre y confiada. 24. El mal que nos hacen. -Los cachorros.Caridad.

25. Mefistófela.- La Inmaculada de los Dolores. 26. La ley de los hijos. - Por ser con todos leal, ser para todos traidor.-La honra de los hombres.

De sus obras no dramáticas, publicadas aparte, son las más conocidas:

De sobremesa (series 1.a a 4.).-El teatro del pueblo.- Cartas de mujeres.-Figulinas.

wer Lytton. La princesa Bebé.-No fumadores. Libreros de Madrid a fines

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amor.

14. Manon Lescaut, en colaboración con don Alfonso Danvila.-Los buhos.-Abuela y nieta.

15. La princesa sin corazón.-Cuento de hadas. El amor asusta. -La copa encantada.-Los ojos de los muertos.

16. La historia de Otelo. - La sonrisa de Gioconda.-El último minué. -Todos somos unos.Los intereses creados.

17. Señora ama -El marido de su viuda.-La fuerza bruta.

18. De pequeñas causas. -- Hacia la verdad.Por las nubes.-De cerca.-¡A ver qué hace un hombre!

del siglo XVIII

Sabida cosa es que el mejor barómetro para medir y graduar la cultura intelectual de un pueblo es conocer el número de imprentas y librerias que posee, así como para apreciar su riqueza material, que no siempren andan unidas, es ver sus fábricas, almacenes y oficinas de exportación a los demás países.

Madrid, que hace siglo y medio apenas contaria la cuarta parte de habitantes que en la actualidad, tenía un número de librerias proporcionalmente mayor que hoy. Verdad es que ahora existen otros medios de difusión cultural, como la prensa periódica, que entonces sólo en forma muy circunscrita y pudiéramos decir rudimentaria, existía. Cierto. que la instrucción que la Prensa suministra al pueblo pierde en intensidad lo que gana en extensión y variedad; pero como no excluye la adopción del libro y el folleto, fuentes únicas de enseñanza en otros tiempos, quizá venga en resolución a hacer innecesaria la publicación de muchos escritos que

tenían entonces el carácter fugaz y transitorio del periodismo moderno.

Sea de esto lo que quiera, es lo cierto que Madrid contaba al finalizar el reinado de Carlos III una cantidad de librerías tal que no deja de sorprender el ánimo del curioso inteligente. Elijamos para hacer el cómputo un año cualquiera, por ejemplo, el de 1784 en que se empezó a publicar el célebre Memorial literario, que nos suministra con sus bibliografias mensuales el medio de llevarlo a cabo.

El centro de la vida intelectual madrileña era entonces más que hoy la Puerta del Sol y calles adyacentes. Sin embargo, en esta misma plaza, entonces muy pequeña, no existía en 1784 más librería que la de Esparza, situada, como dicen los anuncios, precisamente enfrente de la Fuente, la famosa Mariblanca, siempre rodeada de cubas de aguadores.

en

Pero no muy lejos, a la entrada de la calle Mayor, estaba el convento de San Felipe el Real y él las insignes covachuelas, con gran número de libreros de viejo y lonjistas de comedias antiguas y modernas. Entre los meses de Marzo y Abril de 1784 hallamos citadas las siguientes librerías, todas «frente a las Gradas de San Felipe el Real». Estas gradas eran las que daban ingreso al templo, pasando por el patio llamado el Mentidero. Librerias de D. Antonio del Castillo, de Correa, de Francisco Fernández, de Manuel Fernández, de Valentín Francés, de Escamilla, que duró muchos años, y en 1835 todavía sus descendientes seguían vendiendo libros, y de Manuel Godos. En las mismas Gradas tenía su puesto Saturnino Fernández. Ocho librerías en tan reducido espacio debían de dar pábulo suficiente a la curiosidad de los bibliófilos y aficionados que en busca de noticias cursaban el Mentidero.

En la calle de las Carretas había las de Manuel Hurtado, de Bailo, de Corominas, de Escrivano, de José Francés, «frente al Correo»; de Blánquez, de Orcel, de Martínez y de Munita; en junto nueve librerías.

En la Carrera de San Jerónimo estaban las dos de Alberá (Felipe y Bernardo), de Plácido Barco, de José Herrera, de Mafeo, de Nicasio y la de Miguel Copin. Éste era flamenco de nación; surtía a la corte de libros extranjeros, y algo literato, pues en este mismo año de 1784 publicó en esta corte unas Definiciones y elementos de todas las ciencias, traducidas del francés, en octavo, e ilustradas con multitud de grabados. Siete librerías.

En la calle de Alcalá no hallamos más que el puesto de Manuel del Cerro. En la de la Montera, la de Pascual López; en la del Carmen, la de No

voa; en la de los Preciados, la de Felipe Tieso; la de Sotos, «frente a San Ginés», y la de Villel, en los Caños del Peral. Seis librerías.

Ensanchando algo más el círculo de nuestro paseo, hallamos la de Ferrer «en los Portales de Provincia» y Llera en la Plazuela del Ángel.

En la calle de la Paz, la antigua imprenta y librería de comedias de cordel, de los herederos de Antonio Sanz. En el edificio llamado de la «Aduana vieja», sito en la antigua Plazuela de la Leña, hoy de la Bolsa, porque alli estuvo ésta antes de pasar a su casa actual, tenía entonces su casa y oficinas el benemérito impresor y editor D. Antonio de Sancha, a quien tanto deben las letras españolas. En frente de este edificio de la «Aduana vieja» tenía su librería D. Casimiro Razola, y en la de Atocha, frente a la iglesia de San Sebastián, la suya D. Pedro Texero.

En la calle de la Cruz suenan como libreros Martínez y Plácido Barco López, que no sabemos si será el mismo Plácido Barco, que tenía otra tienda en la Carrera de San Jerónimo, como va dicho; y en la de la Gorguera (Núñez de Arce) estaban la librería y más famosa tipografia de D. Joaquín de Ibarra, que tantas hermosas impresiones nos ha dejado.

En el Postigo de San Martín se hallaba la librería de Ramón Herrera; en la Red de San Luis, la de Luna; en la Plazuela de Santo Domingo, la de Bartolomé López; en la calle de los Tudescos, la de Isidoro Hernández Pacheco, y las tres de Vizcaino, de Ximénez y de Yuste, en la Concepción Jerónima.

Por último, dos viudas aparecen como libreras: la de Aguado, en la calle de la Paz, y la de Manuel Sánchez, en la de Toledo, llevada allí quizá por su proximidad a los Reales Estudios de San Isidro. Cincuenta librerías, que todas vivian y vivieron muchos años, dan una idea muy lisonjera del estado de instrucción de nuestros bisabuelos del siglo xvIII. A ellas acudirían el prelado magnifico a la busca de aquellas Biblias impresas en Alcalá, Amberes y Roma, que hoy rarísima vez se ven en nuestras tiendas de libros y cuestan miles de duros; el gran señor y el hidalgo en demanda de ejecutorias de lindas miniaturas, raros libros de genealogía y heráldica; el fraile estudioso insaciable en adquirir historias de las Órdeues monásticas, de santuarios y vidas de piadosos varones; el aficionado a la historia compraría viejas crónicas de reyes y héroes impresas en tipos góticos de los primeros años del arte; el aficionado a versos adquiriría por cuatro reales cancioneros y romanceros que valen hoy cuatro mil; el lector de buen gusto pediría las veinticinco partes de las comedias de Lope de Vega, las

cinco de Tirso, las cinco primitivas de Calderón o las cuarenta y ocho de Escogidas, y el mosquetero burlón la comedia de Moncín o Valladares, silbada la víspera en el corral del Principe.

En una de estas tiendas sucedería el hecho que tan discretamente narró D. Tomás de Iriarte en su

piececilla La Librería, y en otra, o acaso en las co

vachuelas, sería donde D. Hermógenes vociferaba a diario contra los infinitos envidiosos de su gran sabiduria, y allí le oiría alguna vez el maligno don Leandro F. de Moratin.

EMILIO COTARELO Secretario de la Real Academia Española.

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